LA LOCURA DEL AMOR

El Amor permanece más allá de los dominios del Maligno, el Amor desarma al mal, el Amor acaba venciendo al mal, porque el Amor lleva la semilla de la eternidad y la muerte tiene un marcado sabor a final

Solo la locura del Amor, del Amor con mayúscula, del Amor hecho misericordia, era capaz de trazar un plan tan coherente y tan sutil. Aquél que fue tentado, pero superó las tentaciones, Aquél que se despojó de toda condición divina, Aquél que era el predilecto del Padre, se hizo hijo pródigo, nos enseñó el perdón a los pecadores, nos invitó permanentemente a la conversión, y tomó por último el papel de Cordero de Dios, tal y como lo había llamado San Juan en los primeros encuentros con el Mesías.

Cordero blanco, inmaculado, escogido por Dios para hacer la más grande ofrenda que el hombre podría haber hecho. Asumir sobre sí todos los pecados, insultos, despropósitos que el Maligno pudiera sembrar en los corazones de los hombres para que estos pudieran volver a conquistar la libertad.


Enfrentó al mal contra sí mismo, y el odio y el mal creyeron ganar la batalla, una batalla sellada con la muerte. Esto es lo más fuerte que el mal puede acometer, pero Dios Creador de la vida, no puede dejar el amor callado tras un sepulcro. El Amor permanece más allá de los dominios del Maligno, el Amor desarma al mal, el Amor acaba venciendo al mal, porque el Amor lleva la semilla de la eternidad y la muerte tiene un marcado sabor a final.

Y la eternidad es infinitamente más grande que el silencio de la muerte. Y ese soplo que Dios inspiró en su criatura, es lo que la hace destinatario de la vida Eterna. El hombre estaba llamado a gozar la eternidad de Dios. El papel del maligno es pasajero, es caduco, aunque consiga engañar a muchos, no podrá en su mísera finitud doblegar una pasión tan grande como la que tiene el Padre por su criatura.

Y la Resurrección de Cristo no es más que la parte visible de ese gran amor misericordioso, de ese constante llamada del Padre a su criatura, es en definitiva la rúbrica del mismo Dios a la Alianza Eterna que ha hecho con los hombres, sellada nada menos que con la preciosísima sangre de Cristo. ¿No es realmente conmovedor?

Por David Llena



Fuente: Betania