Entrevista a
tres Misioneros de la Misericordia. El Año Jubilar es una ocasión para invertir
la carga de la prueba: Dios nos ama y eso nos mueve a la conversión
Son
más de 1000 sacerdotes, Misioneros
de la Misericordia, que han sido enviados por el Papa Francisco
durante el Año Jubilar para ser “signo vivo de cómo el Padre acoge
cuantos están en busca de su perdón” y “confesores accesibles, amables,
compasivos y atentos especialmente a las difíciles situaciones de las personas
particulares”.
El
Santo Padre al presidir misa del miércoles de ceniza en el
Vaticano, realizó el envío de los Misioneros de la Misericordia. Un encargo muy
especial que han recibido sacerdotes de todos los rincones del mundo.
Jesús
Luis Viñas, sacerdote de la diócesis española de Cáceres, explica a ZENIT qué
significa para él esta misión. “Al principio, la invitación a mi persona me
pareció que era una broma, pero cuando el obispo de la diócesis me lo confirmó,
pensé que era algo que me superaba y que no era quién para desempeñar esta
labor. Entonces sólo me venía a la cabeza el texto de Pablo: ‘Te basta mi
gracia’, para afrontar la tarea con ilusión”, asegura. Y recuerda que tal y
como les dijo el Papa “ser misioneros de la misericordia es una
responsabilidad”, la de “ser en primera persona testigos de Cristo y de su
forma de amar”. “Ojalá sea así”, indicó el padre Viñas.
Por
su parte, el padre José Aumente Domínguez, director del Departamento de
pastoral de circos y ferias del secretariado de la Comisión episcopal de
migraciones, destaca del discurso que el Santo Padre les dio, la forma en la
que les habló de “cura a cura, de confesor a confesor, de pastor a pastor” para
decirles “cómo se debe recibir a una persona que viene a confesarse, cómo
la debemos arropar, cubrir”. Asimismo subraya la idea de que la Iglesia tiene
que ser como una madre.
El
grandes desafío de un confesor hoy en día –precisa el pare Aumente— es examinar por qué la gente ha dejado el
sacramento de la reconciliación, por qué no siente la necesidad de confesarse.
“Hemos perdido la conciencia del pecado”, observa. Pero, asegura que él
ha vivido experiencias muy bonitas en el confesionario. Y así puede confirmar
que “es verdad que la misericordia actúa” y se puede vivir una verdadera
conversión gracias a este sacramento. También indica que, a propósito de la
autorización que se les ha dado para absolver los pecados reservados a la sede
apostólica, “es una responsabilidad, pero es también decir que si la Iglesia es
madre, ¿qué madre no perdona a su hijo por mucho que haya cometido?”.
Reflexionando
sobre los frutos de esta misión, el padre Viñas indica que espera poder ser,
como les ha dicho el Papa Francisco, “expresión viva de la Iglesia que como
madre, acoge a todos los que se acercan”. No es que vayamos a encontrarnos
muchos casos de penitentes que confiesen alguno de los pecados reservados que
el Papa nos concede perdonar –precisa– pero el hecho mismo de concederlo
a tantos misioneros es ya un signo de que la Iglesia, más que nunca, quiere ser
madre y mostrar abiertamente la misericordia que viene del Padre.
De
las palabras que les dirigió el Papa, precisa que le impactaron dos cosas: una que va en relación a la gran responsabilidad
que supone ser confesor: “Si no estás dispuesto a ser padre, no vayas al
confesionario; puedes hacer mucho mal a un alma”. La otra, fue deseo expreso
del Santo Padre de que se manifieste con generosidad la misericordia de Dios,
que recibe sin necesidad ni siquiera de que el pecador sea capaz de
manifestar su arrepentimiento en palabras; a veces ‘un gesto basta’, dijo.
También
le pareció bellísima “la imagen de Noé, considerado un hombre justo, pero que
en un episodio bastante desconocido, desnudo y borracho, es cubierto y recogido
por sus hijos. El Papa la empleó para hablar de la labor de la Iglesia
misericordiosa que recibe y cubre la desnudez del pecador”.
El
padre Víctor Hernández, misionero de la misericordia de la diócesis de Madrid,
suele confesar todos los veranos en Lourdes y también en todos los encuentros
de jóvenes de la diócesis y pensó que esta podía ser “una aventura apasionante”.
Del
discurso del Papa destaca el “ser rostro materno de la Iglesia” y “la
importancia que dio más que a las palabras a los gestos, de acogida, de cariño”.
Asimismo,
manifiesta que su deseo para esta misión y este Año de la Misericordia es que
“los que se acerquen sientan el amor de Dios, descubran la alegría del sentirse
perdonados y amados”. El Jubileo –explica– es una ocasión para invertir
la carga de la prueba. Así más que dar el paso, convertirse y cambiar de
vida para recibir el amor de Dios, en este Año de la Misericordia recuperamos
el sentido de que Dios nos ama y eso es lo que mueve a convertirse y
cambiar de vida.
Fuente: Zenit