Para que la persona de la Virgen María no parezca tan
"alejada" de la vida real
Como católico que soy, María
es mi debilidad.
Siempre que necesito pedir
refuerzos para tomar el cielo por asalto, ella es sin duda mi mediadora
favorita.
Y aunque soy capaz de concebir
perfectamente en mi mente que María es un ser humano como yo, a veces en mi
corazón siento como si estuviera en una categoría muchísimo superior a la mía y
me cuesta imaginar cómo podría ser capaz de entender lo que sucede en mi día a
día.
De ahí que el Rosario me haya traído confort a raudales en
incontables momentos de intenso sufrimiento, pero que también me haya dejado
con la sensación de estar, en ocasiones, muy lejos de María.
Gracias a Dios, como soy un
hípster de lo católico en búsqueda constante de las rarezas más alucinantes de
nuestra fe, me topé con una oración meditativa alternativa que ha supuesto para
mí un giro de 180 grados: el Rosario Servita o Rosario de los Siete Dolores;
justo lo que necesitaba.
Este Rosario tiene su origen
en la Orden de los Servitas y se centra en los Siete Dolores de la Santísima
Virgen María. El viaje en el que te embarcas a medida que pasas las cuentas del
rosario por tus dedos te acerca profundamente a la Santa Madre de Dios, para
que te acompañe en tu vida.
El Primer Dolor: La profecía de Simeón
Pocos días después del
nacimiento de mi primer hijo, pasó una noche extremadamente difícil que culminó
en una visita urgente a nuestro médico. Una vez allí, nos dieron la abrumadora
noticia de que lo iban a ingresar en el hospital para que pasara la noche en
observación. Escuchar estas palabras fue algo aterrador.
La Biblia no documenta ninguna
de las batallas de Jesús con las enfermedades de la infancia, pero sí registra
como Simeón le cuenta a María que su bebé sería “puesto para la caída y el
levantamiento de muchos en Israel” y que su propia alma, la de María, sería
atravesada por una espada de dolor por su causa. Desde luego, María sabe de los
temores de los padres.
El Segundo Dolor: La huida a Egipto
¿Has vivido alguno de esos
momentos en los que te encuentras solo o sola en el frío, ya sea literal o
emocionalmente? ¿Esos momentos en los que sientes que eres una persona no
grata, incluso entre tus amigos y familiares más próximos, simplemente porque
tus pisadas te llevan en una dirección diferente? María ha pasado por lo mismo:
aislada y sin más amarra que el consuelo de Dios, de su marido y de su hijo.
El Tercer Dolor: La pérdida del Niño Jesús en el templo
Piensa en esa repentina pinza
en el estómago, ese vertiginoso miedo que sientes cuando pierdes de vista a tu
hijo o hija en un espacio público, aunque sea sólo durante unos segundos,
seguido de ese vacío y esa culpa que reemplazan inevitablemente el pánico una
vez que averiguas dónde está. Seguramente sólo fue un momento de nada, pero los
remordimientos perduran: “¿Cómo
he podido ser tan descuidado?”. María
ha pasado por lo mismo, y con creces.
El Cuarto Dolor: El encuentro de Jesús y María en el camino del
calvario
Al ser profesional de la
salud mental, he ofrecido mi apoyo a padres a la hora de enfrentarse a la
situación de sus hijos: a darse cuenta de que sus hijos aún no han tocado fondo
y no están listos para recibir la ayuda necesaria, a la hora de verse forzados
a dejarles marchar, a permitir que tengan la libertad de fracasar por completo
con la esperanza de poder volver a levantarse renovados.
La confrontación en estos
casos es muy dura, porque es aterrador y desgarrador sentirse impotente frente
a los problemas de un hijo. No hay nada peor. María sabe lo que significa ser
testigo impotente del dolor en los ojos de su hijo. Así que no existe mejor
compañía que la suya cuando llegan terribles momentos de este tipo.
El Quinto Dolor: La crucifixión
¿Has tenido que soportar
alguna vez el insoportable e indescriptible dolor de perder a un hijo o una
hija, por muerte, distanciamiento o pérdida? Ella está ahí, llorando a tu lado.
El Sexto Dolor: El descenso del cuerpo de Jesús
A todos nos llega ese día; el
día del sufrimiento más oscuro, cuando debes enfrentarte a algo y cargarlo
sobre tus hombros, algo tan pesado que crees que no podrás seguir adelante; un
día en el que no hay nada más que un dolor lacerante y un futuro que parece
vacío y sin sentido. María, tras recibir el frágil cuerpo ensangrentado de su
hijo, lo entiende.
El Séptimo Dolor: La sepultura de Jesús
Todos conocemos el final. “En
el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor, yo he vencido al mundo”. Jesús
gana, es cierto.
Y aun así lo olvidamos;
hacemos conjeturas sin parar sobre si algún día llegará un final feliz.
Muertes, preocupaciones
financieras, abortos espontáneos, problemas maritales, dificultades laborales…
Es difícil encontrar esperanza en medio de tan arduos momentos y lo único que
queremos es rendirnos.
María debió de sentirse igual
mientras sostenía el cuerpo de su hijo después de que lo bajaran de la cruz. Si
sabía o no en ese momento que la Pascua de Resurrección venía de camino no es
seguro, lo que sí sabía y entiende mejor que nadie es lo difícil que le puede
resultar a nuestros corazones ver más allá del Viernes Santo.
Con razón, María puede
parecer que está tan por encima de nosotros que queda fuera de nuestro alcance,
pero si nos tomamos un momento para reflexionar sobre lo que padeció durante su
vida, empezaremos a ver con claridad que de verdad entiende todo lo que estamos
padeciendo nosotros. El Rosario Servita me ha ayudado a verlo con claridad y a confiar
en que, si persisto, ella vendrá gustosamente a tomarme de la mano para guiarme
de vuelta a casa lo que me quede de camino.
Fuente: Aleteia