El último domingo de Adviento nos invita a saborear y
anunciar la Navidad. Reflexión misionera para el cuarto domingo de Adviento.
A las puertas de Navidad, la Palabra de
Dios nos ofrece hoy tres claves para comprender, saborear y anunciar a
otros el misterio que celebramos. Estas claves se llaman: María, la
carne y la pequeñez.
1- Ante todo, María, que el
evangelista Lucas nos presenta durante la Visitación a su parienta Isabel (Evangelio).
En un clima de fe y de intensa alegría, se produce el encuentro entre dos
mujeres que han llegado a ser madres gestantes por una especial intervención de
Dios: Isabel en su ancianidad, María en su virginidad. Ambas están
llenas del Espíritu Santo (v. 41; Lc 1,35), atentas para acoger
las señales de su presencia, prontas a alabarlo y a darle gracias por sus obras
grandes (v. 42-45.46-48).
Estos elementos hacen de la Visitación un misterio de
fe, alegría, servicio, anuncio misionero. María, apresurada en el viaje (v.
39), llevando en su vientre a Jesús, es imagen de la Iglesia misionera, que
lleva al mundo el anuncio del Salvador.
“Dichosa tú, que has creído”, exclama Isabel (v. 45). Esta es la primera bienaventuranza que aparece en los Evangelios. Por la fe María ha concebido en su corazón al Hijo de Dios aun antes de engendrarlo en la carne. Ha creído, es decir, se ha fiado, se ha abandonado a Dios. Las palabras de María: “heme aquí, soy la sierva, hágase...” (v. 38) están en sintonía con el ‘Sí’ de Jesús, el cual, según el autor de la carta a los Hebreos (II lectura), al entrar en el mundo, ha dicho: “aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad” (v. 7). Este es el único culto que agrada a Dios, el culto de los auténticos adoradores del Padre “en espíritu y verdad”, como el mismo Jesús lo revelará también a la mujer samaritana (Jn 4,23).
“Dichosa tú, que has creído”, exclama Isabel (v. 45). Esta es la primera bienaventuranza que aparece en los Evangelios. Por la fe María ha concebido en su corazón al Hijo de Dios aun antes de engendrarlo en la carne. Ha creído, es decir, se ha fiado, se ha abandonado a Dios. Las palabras de María: “heme aquí, soy la sierva, hágase...” (v. 38) están en sintonía con el ‘Sí’ de Jesús, el cual, según el autor de la carta a los Hebreos (II lectura), al entrar en el mundo, ha dicho: “aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad” (v. 7). Este es el único culto que agrada a Dios, el culto de los auténticos adoradores del Padre “en espíritu y verdad”, como el mismo Jesús lo revelará también a la mujer samaritana (Jn 4,23).
2- Desde hace mucho tiempo
-podemos decir desde siempre- Dios no se deleita
con el perfume del incienso o con el humo de las carnes de animales inmolados
en el templo, como repite la carta a los Hebreos (v. 6.8). Él quiere habitar en
un templo de carne, en el corazón de las personas, ser el
centro de cada pensamiento y de toda aspiración, la razón de cada elección y
decisión, la raíz de toda alegría. Solamente llegando a este nivel, se puede
hablar de una auténtica conversión del corazón, una
conversión que va mucho más allá de unos gestos externos meramente rituales, de
prácticas superficiales o de fórmulas abstractas repetidas de memoria. En el
Jubileo el Papa nos estimula a hacernos misericordiosos como el Padre, instrumentos
de misericordia, sabiendo que se nos juzgará sobre esto. (*)
Jesús es el verdadero adorador del Padre:
desde el primer instante de su ingreso en el mundo, no le ofrece animales o
incienso (v. 5-6), sino se presenta a sí mismo, en su cuerpo, como ofrenda de
amor para santificar a todos (v. 10), sin excluir a nadie, porque Él “no
se avergüenza de llamarles hermanos” (Heb 2,11). Los Padres de la
Iglesia en los primeros siglos, con gran sentido teológico y antropológico,
solían repetir: “Caro salutis est cardo” (la carne es la base de la
salvación). Así ponían en evidencia que Dios ha querido manifestar concretamente
su salvación, haciéndola pasar a través de la carne humana del Hijo
de Dios, que es hijo de María.
3- Esta maravillosa obra de
salvación se realiza en la pequeñez, por medio de signos
pequeños y pobres, de personas y realidades humildes. Un ejemplo
bíblico del día es Belén (I lectura), aldea chica, pero cuna de uno que
“pastoreará con la fuerza del Señor”, dará tranquilidad y paz a su pueblo, “se
mostrará grande hasta los confines de la tierra” (v. 3). Belén es un
pueblecito insignificante, pero Dios lo escoge para que allí nazca el que es
‘la más Bella Noticia’ para todos los pueblos. En el origen de este
acontecimiento está María; que exulta y canta, consciente de que Dios “ha
puesto los ojos en la pequeñez de su esclava” (v. 48).
También hoy en día, Dios realiza sus
grandes obras por medio de instrumentos pobres, gestos humildes,
situaciones humanamente desesperadas. Y uno se pregunta: entonces ¿quién se
salva? Aquellos que, con corazón sincero y bien dispuesto, acogen el misterio
de ese Niño, nacido en Belén hace más de 2000 años; aquellos que escuchan su
mensaje, se convierten en constructores de paz, portadores
de alegría, mensajeros de su misericordia, misioneros que lo
anuncian. ¡Como María, como los pastores!
Palabra del Papa Francisco en la apertura
del Jubileo de la Misericordia
“Hemos abierto la Puerta Santa…
Empieza el tiempo del gran perdón. Es el Jubileo de la Misericordia. Es el momento para redescubrir la presencia de Dios y
su ternura de padre. Dios no ama le rigidez. Él es Padre, es tierno. Todo lo hace con ternura de
Padre… Delante de la Puerta Santa que vamos a atravesar, se nos pide ser
instrumentos de misericordia, sabiendo que se nos juzgará sobre esto… La fe
en Cristo lleva a un camino que dura toda la vida: el de ser misericordiosos
como el Padre. El gozo de atravesar la Puerta de la Misericordia va junto
con el empeño de acoger y atestiguar un amor que va más allá de la justicia, un
amor que no conoce fronteras”.
Romeo Ballán
Fuente: OMP
Si quieres celebrar el Adviento con los niños te
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