Que
la Virgen nos ayude a percibir el asombro, estos tres asombros: el otro, la
historia y la Iglesia
El papa Francisco ha rezado, como cada domingo,
la oración del ángelus desde la ventana del Palacio Apostólico, con los fieles
reunidos en la plaza de San Pedro. En este IV domingo de Adviento, estaban
presentes los niños de los Centros Oratorios Romanos --que celebran hoy su
Jubileo-- para la bendición de los 'Niños Jesús', las figuritas que pondrán en
los belenes de sus familias, escuelas y parroquias.
Estas son las palabras del Papa para introducir la
oración mariana:
Queridos hermanos y hermanas,
El Evangelio de este domingo de Adviento subraya la
figura de María. La vemos cuando, justo después de haber concebido en la fe al
Hijo de Dios, afronta el largo viaje de Nazaret de Galilea a los montes de
Judea, para ir a visitar a su prima Isabel. El ángel Gabriel le había revelado
que su pariente ya anciana, que no tenía hijos, estaba en el sexto mes de
embarazo (cfr Lc 1,26.36). Por eso, la Virgen, que lleva en sí un don y un
misterio aún más grande, va a ver a Isabel y se queda tres meses con ella. En
el encuentro entre las dos mujeres, imaginad, una anciana y una joven, es la
joven, María, la que saluda primero: El Evangelio dice así: “Entró en la casa
de Zacarías y saludó a Isabel”. Y después de ese saludo, Isabel se asombra, no
os olvidéis esta palabra, el asombro, y resuena en sus palabras: “¿Quién
soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?” (v. 43). Y se
abrazan, se besan, felices estas dos mujeres, la anciana y la joven. Las dos
embarazadas.
Para celebrar bien la Navidad, estamos llamados a
detenernos en los “lugares” del asombro. ¿Y cuáles son los lugares del asombro
en la vida cotidiana? Hay tres.
El primer lugar es el otro, en quien reconocer un
hermano, porque desde que sucedió el Nacimiento de Jesús, cada rostro lleva
marcada la semejanza del Hijo de Dios. Sobre todo cuando es el rostro del
pobre, porque como pobre Dios entró en el mundo y los pobres, en primer
lugar, dejó que se acercaran.
Otro lugar del asombro es un lugar en el que, si
miramos con fe, sentimos asombro, es la historia. Segundo. Tantas veces creemos
verla por el lado justo, y sin embargo corremos el riesgo de leerla al revés.
Sucede cuando nos parece determinada por la economía de mercado, regulada por
las finanzas y los negocios, dominada por los poderosos de turno. El Dios de la
Navidad es sin embargo un Dios que “cambia las cartas”, le gusta hacerlo ¿eh?,
como canta María en el Magnificat, es el Señor el que derriba a los poderosos
del trono y ensalza a los humildes, colma de bienes a los hambrientos y a los
ricos despide vacíos (cfr Lc 1,52-53). Este es el segundo
asombro, el asombro de la historia.
Un tercer lugar de asombro es la Iglesia: mirarla
con el asombro de la fe significa no limitarse a considerarla solamente como
institución religiosa que es, sino sentirla como Madre que, aún entre manchas y
arrugas, tenemos tantas, deja ver las características de la Esposa amada y
purificada por Cristo Señor. Una Iglesia que sabe reconocerse en muchos signos
de amor fiel que Dios continuamente le envía. Una Iglesia por la cual el Señor
Jesús no será nunca una posesión que defender con celo, los que hacen esto
están equivocados. Pero siempre el Señor Jesús será Aquel que viene a su
encuentro y que sabe esperar con confianza y alegría, dando voz a la esperanza
del mundo. La Iglesia que llama al Señor, ‘ven Señor Jesús’. La Iglesia Madre
que siempre tiene las puertas abiertas, y las brazos abiertos para acoger a
todos. Es más, la Iglesia Madre, sale de las propias puertas para buscar, con
sonrisa de Madre, a todos los alejados y llevarles a la misericordia de Dios.
Este es el asombro de la Navidad.
En Navidad
Dios se nos dona todo donando a su Hijo, el Único, que es toda su alegría. Y
solo con el corazón de María, la humilde y pobre hija de Sion, convertida en
Madre del hijo del Altísimo, es posible exultar y alegrarse por el gran don de
Dios y por su imprevisible sorpresa.
Nos ayude ella a percibir el asombro, estos tres
asombros: el otro, la historia y la Iglesia. Así, para el Nacimiento de Jesús,
el don de los dones, el regalo inmerecido que nos lleva a la salvación, nos
hará también sentir a nosotros este gran asombro en el encuentro con Jesús.
Pero no podemos tener este asombro, no podemos encontrar a Jesús, si no lo
encontramos en los otros, en la historia y en la Iglesia.
Fuente: Zenit