A imitación de María, estamos
llamados a transformarnos en portadores
de Cristo y testigos de su amor, mirando en primer lugar a aquellos que
son privilegiados a los ojos de Jesús
En el rezo del Ángelus ayer al mediodía, el Papa Francisco reflexionó sobre el
significado de la Inmaculada Concepción de la Virgen María y el sentido de su
fiesta.
El Pontífice explicó que la Inmaculada “tiene un específico mensaje para
comunicarnos: nos recuerda que nuestra vida es un don, todo es misericordia”.
Explicó el sentido de esta fiesta litúrgica “que nos hace contemplar a la
Virgen que, por tener un privilegio, fue preservada del pecado original desde su concepción”.
Después de participar en la Santa Misa
de la Inmaculada Concepción y de abrir la Puerta Santa del Jubileo de la
Misericordia, el Papa Francisco rezó el Ángelus desde la ventana del estudio en
el Palacio Apostólico.
“La Inmaculada Concepción significa que María es la primera salvada de la
infinita misericordia del Padre, tal primicia de la salvación que Dios quiere
donar a cada hombre y mujer, en Cristo. Por esto la Inmaculada se ha convertido
en icono sublime de la misericordia divina que ha vencido el pecado. Y nosotros, hoy, al inicio del Jubileo de
la Misericordia, queremos mirar a este icono con amor confiado y contemplarla
en todo su esplendor, imitándola en la fe”.
Francisco señaló que “en la concepción inmaculada de María estamos
invitados a reconocer la aurora del mundo nuevo, transformado por la obra
salvadora del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. La aurora de la nueva creación actuada por la
divina misericordia”, dijo Francisco antes de
rezar y ante miles de personas que le escuchaban en la Plaza de San Pedro.
“Por esto la Virgen María, nunca contagiada por el pecado está siempre
llena de Dios, es madre de una humanidad nueva”, subrayó.
El Papa explicó que celebrar esta fiesta implica dos cosas: “acoger
plenamente Dios y su gracia misericordiosa en nuestra vida; transformarse a su
vez en artífices de misericordia a través de un auténtico camino evangélico”.
Porque “la fiesta de la Inmaculada se transforma en la fiesta de todos
nosotros si, con nuestros ‘síes’ cotidianos, conseguimos vencer nuestro egoísmo y hacer más
feliz la vida de nuestros hermanos, a donarles esperanza, secando aquellas
lágrimas y donando un poco de alegría”.
Por tanto, “a imitación de María, estamos llamados a transformarnos en portadores de Cristo y testigos de
su amor, mirando en primer lugar a aquellos que son privilegiados a los ojos de
Jesús”.
“Mientras vivía en el mundo marcado por el pecado, no fue tocada: es
nuestra hermana en el sufrimiento, pero no en el mal y el pecado”, recordó. “Más bien, el mal en ella ha
sido batido antes aún de tocarla, porque Dios la ha llenado de gracia”.
Al final pidió que la Virgen “nos ayude a redescubrir siempre más la
misericordia divina como distintivo del cristianos” ya que “esa es la
palabra-síntesis del Evangelio”. “Es el tramo fundamental del rostro de Cristo:
aquel rostro que nosotros reconocemos en los diversos aspectos de su
existencia: cuando va al encuentro de todos, cuando sana a los enfermos, cuando se
sienta en la mesa con los pecadores, y sobre todo cuando, clavado sobre la cruz, perdona; allí nosotros vemos el rostro de la misericordia divina”.
El Papa recordó después que como cada año acudiría a la popular Plaza de
España en Roma, para rezar ante el monumento de la Inmaculada Concepción,
patrona de España. A continuación, pidió un saludo a Benedicto XVI porque fue el segundo en cruzar la Puerta Santa de la Basílica tras él.
Los miles de congregados en la Plaza respondieron con un fuerte aplauso.
Fuente: Aciprensa
