En el evangelio de este domingo, por tres veces seguidas, preguntan a Juan
Bautista: ¿Qué haremos? Esta pregunta posee un evidente sentido moral:
¿Qué debemos hacer? Quienes preguntan pertenecen a diferentes grupos
sociales: el pueblo, los publicanos, los soldados. Y Juan contesta a cada grupo
con llamadas a la caridad, a la justicia, y a evitar cualquier extorsión al
prójimo.
Para entender esta pregunta que, a primera vista, parece surgir de la
nada, sin contexto, conviene recordar que en los versos anteriores, Juan
Bautista había pronunciado estas severas palabras: «Ya toca el hacha la raíz de
los árboles y todo árbol que no dé buen fruto será talado y echado al fuego» (Lc
3,9). Se comprende, pues, que la gente, movida por la invectiva del profeta, le
pregunte: ¿Qué debemos hacer?
Cuando, después de la Resurrección de Cristo, Pedro anuncie a los
habitantes de Jerusalén el gran misterio que ha sucedido en Pentecostés, también
les invita a convertirse, a tomar una decisión a favor de Cristo, que ha sido
constituido Señor y Mesías. Y la gente, según el libro de los Hechos, conmovida
y arrepentida de sus pecados, hacen la misma pregunta que los oyentes de Juan:
¿Qué debemos hacer? La respuesta de Pedro es clara: «Convertíos y
bautizaos en el nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados y
recibiréis el Espíritu Santo».
La conversión, cuando es verdadera, conlleva un cambio de vida,
que implica obras de justicia y misericordia. Los conversos han experimentado
que su vida, a punto de zozobrar, ha sido rescatada del peligro. Y, llevados por
la intuición de la gracia, han encontrado la respuesta a la pregunta: ¿Qué
hacemos? Cuando Carlos de Foucauld se convierte en una capilla de París,
decide de inmediato consagrar su vida a Dios.
Famosa es la conversión de san
Agustín que, leyendo la Escritura, reconoce que su vida debe girar totalmente al
haber hallado la verdad. Edith Stein, después de descubrir la verdad en los
escritos de Santa Teresa de Jesús, que lee una noche en casa de su amiga, decide
bautizarse y, para ello, compra un misal y un catecismo para conocer la fe
cristiana y poder seguir sus ritos. Bastan estos ejemplos para entender que,
cuando el hombre es tocado por la gracia de Dios, se pone en camino con el deseo
de responder a la llamada recibida.
Cuando hoy abrimos solemnemente la puerta del perdón de la
catedral, inaugurando el Año Jubilar de la Misericordia, nos alegramos por la
gracia que Dios nos ofrece: su perdón infinito. Quienes no hemos recibido la
gracia de una conversión fulminante, tenemos la oportunidad de dejarnos
convertir por la predicación de la Iglesia. Estamos acostumbrados a creer, y
posiblemente hemos hecho paces con la rutina, olvidando el encuentro personal
con Cristo. El Año Santo de la Misericordia nos concede la alegría de festejar
el perdón de Dios, pero al mismo tiempo es una llamada a dejarnos aventar con el
bieldo de Cristo para entrar un día como trigo de su granero. Acojamos entonces
las graves palabras del profeta y, abiertos a la gracia, crucemos el umbral de
la Puerta Santa para preguntar cara a cara a Dios : ¿Qué hacemos?
+ César Franco
Obispo de Segovia
Fuente: Obispado de Segovia
