Lo que hemos
vivido esta tarde, con las monjas carmelitas del Monasterio de La Encarnación
es un buen ejemplo para demostrarlo.
Después de
haber entrado en clausura, de haber rezado ante la Virgen de la Clemencia en el
Monasterio de La Encarnación, en Ávila, de haber pisado la celda de Santa
Teresa y de haber atisbado los muros ennegrecidos de los fogones por donde
anduvo el Señor en el siglo XVI, nada se afronta igual. Ni las cuestiones sobre
la oración y la calma, ni las de la tribulación y la tormenta. De vuelta a
Madrid, todavía con los paisajes castellanos al fondo, Monseñor Luis Francisco
Ladaria Ferrer (L), Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe,
repasa para unomasdoce.com y stj500.com lo que han sido unos días inolvidables
en la Universidad Francisco de Vitoria, donde ha participado en un Congreso
Internacional, al calor de la oración, fuerza que cambia el mundo, que de la
mano de la Fundación vaticana Joseph Ratzinger-Benedicto XVI se ha celebrado
por primera vez en España, aprovechando la celebración teresiana y la
colaboración de la Fundación del V Centenario para el Nacimiento de la santa
abulense.
L: Ay Dios mío
(sonríe), pues si nosotros tenemos fe y creemos que la oración nos pone en
contacto con Dios nuestro Señor, Él mismo nos ha dicho “pedid y recibiréis”,
tenemos que hacer lo que Él nos dice, pedimos y dejamos todo en sus manos.
Sabemos que Él también nos escucha y por consiguiente Él puede cambiar el
mundo, no lo cambiamos nosotros, no lo cambia la oración, lo cambia el Señor a
quien oramos. Nos cambia a nosotros, cambia a los que están a nuestro lado,
lentamente, poco a poco, puede producir el cambio del mundo. No cabe duda de
que, por ejemplo, las monjas carmelitas que hemos visto esta tarde cambian el
mundo.
E: ¿No puede
parecerle esto al hombre de hoy algo pretencioso?
L: Claro que se
lo puede parecer y de hecho se lo parece, pero precisamente por eso tanta más
razón para rezar, para confiar en el Señor, pedirle que cambie nuestro corazón
y cambie el corazón de todos.
E: ¿Es atrevido
traer este tema a la Universidad donde cuesta que se reconozca como un ámbito
de conocimiento?
L: Es atrevido,
pero es el santo atrevimiento. San Pablo era atrevido cuando predicaba a Cristo
crucificado, pero lo hizo, se atrevió y dijo: “ay de mí si no evangelizara”. A
nosotros nos debe pasar un poco lo mismo, debemos tener ese santo atrevimiento
el que han tenido siempre los santos y los misioneros de todos los tiempos. ¿No
fue atrevido el Señor? ¿Y San Pedro y San Pablo y todos los apóstoles?
E: Si tuviera
que elegir una sola aportación de Ratzinger a la cultura contemporánea, ¿cuál
sería?
L: Uf, es
difícil decirlo, porque tiene muchas. Tiene una aportación muy grande a la
Teología y a la Cultura. Quizá entre sus grandes discursos me quedaría con el
de Berlín, en el Bundestag. Me impresionó profundamente cómo se dirigió a los
diputados y les habló de la dignidad del hombre. Nos preocupamos de la ecología
y no nos ocupamos de las personas. Lo dijo con un razonamiento extraordinario,
profundo.
E: Estamos
concluyendo el año del V Centenario teresiano. En ese contexto, usted ha venido
a un Congreso sobre la oración, organizado por la Fundación Ratzinger, ¿qué
tienen en común Santa Teresa y Benedicto XVI?
L: (sonríe)
Tienen en común que los dos han sido bautizados y tienen en común un gran amor
a Jesucristo.
E: Parece que
la oración ha pasado de moda, pero sin embargo existe una gran fascinación por
los métodos orientales inspirados en la fe cristiana…
L: De eso he
tratado precisamente en la ponencia de este Congreso, tomando como base un
documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que ya tiene 25 años de
vida, pero que sigue siendo actual. Nosotros rezamos siempre, no buscamos nada
más nuestra paz interior, perdernos en lo divino, sino que buscamos entrar en
relación con Dios, con el Padre a través de Jesucristo, en el Espíritu Santo.
La oración cristiana es siempre una oración de un Yo a un Tú, que habla y
escucha. Se trata del Tú divino y del Yo humano que entran en relación.
E: A veces
también los cristianos nos despistamos y terminamos llamando oración a
cualquier cosa…
L: Hay oración
cuando somos conscientes de esta alteridad, de este Yo-Tú. Como decía Santa
Teresa, la oración es tratar de amistad con quien sabemos nos ama. Si no hay
amistad, si no hay dos personas por lo menos, no se puede establecer comunión,
hay entonces una confusión. Comunión, amistad, paternidad, filiación… estos son
los términos bíblicos que son para nosotros vinculantes.
E: Hablando de
ese Yo-Tú, ha salido en el Congreso en varias ocasiones, ¿en qué o en quién se
funda la oración del cristiano?
L: Se funda en
Cristo, basta leer el Evangelio. “Yo te alabo Padre, Señor del Cielo y de la
Tierra porque has ocultado estas cosas a los sabios y las has revelado a los
pequeños”. Oración de gratitud, oración de petición, oración de Getsemaní
(Padre si es posible aparta de mí este cáliz), oración en la Cruz… Es la
oración de Jesús. En algunos momentos del Evangelio vemos cómo Jesús se dirige
a su Padre y tenemos otros momentos en los que se nos dice, por ejemplo, que
Jesús se pasó la noche en oración sin decirnos nada más.
E: ¿Hoy también
vivimos tiempos recios o eso es cosa del pasado?
L: Todos los
tiempos lo han sido. Santa Teresa hablaba de tiempos recios y los nuestros
también lo son. Hay un sermón precioso de San Agustín que nos alerta para que
no caigamos en la tentación de pensar que los tiempos pasados fueron mejores.
Todos los tiempos han tenido sus desafíos y sus dificultades. Es una tentación
pensar que los tiempos pasados fueron mejores. Cada tiempo tiene sus problemas.
Nosotros ahora vemos los nuestros, pero hace 50 años teníamos otros, lo que
pasa es que ya los hemos olvidado. Cada tiempo tiene sus dificultades y a cada
uno nos toca afrontar el reto del tiempo en el que vivimos.
E: Decía
precisamente la Santa que no perdiéramos el tiempo en cosas de poca
importancia. Démosle la vuelta, ¿en qué tenemos que ocuparnos entonces de forma
prioritaria?
L: Cumplir cada
uno con nuestro deber. Vivir responsablemente ante Dios y ante los demás. Hemos
estado en la Universidad, pues por ejemplo la prioridad para los que tienen en
sus manos la labor de enseñar, sería no solo transmitir los conocimientos de
una determinada disciplina, que es muy importante, tratándose de personas que
luego van a tener que contribuir al bien común de la sociedad, sino sobre todo
formarle en lo que significa el cumplimiento del deber y lo que significa vivir
responsablemente ante Dios y ante los demás.
E: ¿Necesita la
Iglesia que recemos por ella? Hay quien está rezando, y mucho, por lo que está
sucediendo, no se vaya a hundir la barca…
L: Rezar por la
Iglesia es necesario siempre. El Concilio Vaticano II nos lo dice muy
claramente: la Iglesia es santa, pero siempre tiene necesidad de purificación.
Cada uno de nosotros la tiene y también la Iglesia en la medida en que está
formada por todos nosotros, que somos pecadores, y por tanto hace falta que
recemos por la Iglesia. “No mires nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia…”,
que decimos en la Misa, “y concédenos la paz y la unidad”. Tenemos que pedir
siempre por la Iglesia. Y tranquilos, que la barca de Pedro no se hunde, aunque
tengamos que rezar por ella, pero no se hunde, y aunque haya que parchearla, y
de vez en cuando haya que sacar el agua, achicarla, pero no se va a hundir. Lo
que hemos vivido esta tarde, con las monjas carmelitas del Monasterio de La
Encarnación es un buen ejemplo para demostrarlo.
E: Por último,
es la primera vez que está en la Universidad Francisco de Vitoria, en Madrid,
¿qué impresión se lleva?
L: Muy buena,
muy buena. He visto una universidad joven, con mucho ímpetu, mucha fuerza, me
voy muy contento.
Fuente: Unomasdoce