Rezaba el Rosario y el Nada te turbe, siempre dispuesto a morir
El Padre Jacques Mourad,
sacerdote de la Iglesia católica de rito siríaco, que estuvo 4 meses y 20 días
prisionero en manos del Estado islámico, cuenta con detalle lo que vivió en ese
cautiverio. Habla con AsiaNews en Beirut, en los salones de la iglesia de
Nuestra Señora de la Anunciación.
Fue secuestrado por los milicianos de Estado Islámico (Daesh) el 21 de mayo de 2015. Permaneció en manos de su raptores durante cuatro meses y 20 días, antes de lograr escapar de su dominio el 10 de octubre.
Perseguido, amenazado, sometido a presiones continuas para que se convirtiera
al Islam, él fue amenazado en varias
oportunidades con ser decapitado, fue fustigado en una
oportunidad y , al día siguiente, fue objeto
de una ejecución fingida.
Fue confinado en una habitación
de baño alumbrada tan sólo por un pequeño ventanuco en lo alto,
junto a un seminarista que lo ayudaba.
Le daban de comer solo arroz y agua, dos veces al día.
Sin electricidad y sin reloj, apartado totalmente del mundo exterior, se mantuvo alerta y vigilante.
Su fe cristiana no se debilitó, al contrario.
“La primera semana fue la más difícil”, cuenta el sacerdote. “Luego de tenerme durante días dentro de un automóvil,
el domingo de Pentecostés me llevaron a Raqqa. Viví esos primeros días de
prisionero entre el miedo, la cólera y
la vergüenza”.
Un hombre de negro, como verdugo ejecutor
El punto de inflexión en su tiempo como prisionero coincidió, según el Padre
Jacques, con el ingreso en la celda, al octavo día, de un hombre vestido de negro, con el rostro
enmascarado, como los de quienes aparecen en los videos de las
ejecuciones de Daesh que se han vuelto famosos.
Mi hora ha llegado, se dijo a sí
mismo, presa del terror. Pero, por el contrario, luego de haberle preguntado
cuál era su nombre y el de su compañero de prisión, el hombre se dirigió a él
con un “assalam aleïkoun” de paz y entró a su celda. A continuación, entabló
con él una larga discusión como si el desconocido buscara verdaderamente
conocer mejor a los dos hombres que tenía frente a sí.
“Tómalo como un retiro espiritual” le respondió
el desconocido, cuando el Padre Jacques lo interrogó acerca de
las razones por las que estaba prisionero.
“Desde ese momento –cuenta el sacerdote- mis oraciones, mis jornadas,
adquirieron un sentido. Cómo puedo explicaros... advertí que a través de él, era el Señor mismo
quien me dirigía estas palabras. Ese momento fue verdaderamente
de gran consuelo”.
“Gracias a la oración, he podido volver a encontrar mi paz”, refiere el
sacerdote sirio. “Era mayo, el mes de María. Nos pusimos a recitar el Rosario, algo a lo cual no estaba
acostumbrado en el pasado. Toda mi relación con la Virgen María fue
renovada".
"La oración de Santa Teresa de Ávila ‘Nada te turbe, nada te espante…’ también ella
contribuyó a sostenerme; y para ella, una noche, compuse una melodía que luego
comencé a cantar. La oración de Charles de Foucauld me ayudó a abandonarme en
las manos de Señor, con la conciencia de que no me era dado elegir. Porque todo
llevaba a pensar que el éxito final habría sido la conversión al Islam, o la
decapitación".
Interrogatorios religiosos, invitaciones a apostatar
Prácticamente cada día, continúa, "entraban en mi celda y me interrogaban
sobre mi fe. Viví cada día como si fuera
el último. Pero nunca abjuré. Dios me donó dos cosas: el
silencio y la cortesía. Sabía que ciertas respuestas podían ser recibidas como
una provocación, que cualquier palabra puede convertirse en fuente de tu
condena. Así, me interrogaron acerca de la
presencia de vino en el convento. Ese hombre me interrumpió de
repente, cuando comencé a responder. Él juzgó mis palabras insoportables. para
él, yo era un infiel."
"Gracias a la oración, a los salmos, entré en un mundo de paz, que nunca
me dejó. Recordé también las palabras de Cristo en el Evangelio de San Mateo: ‘Bendecid a quienes os maldicen, rezad por
quienes os ultrajan’. Era feliz de poder vivir en lo
concreto esta palabra. No es poco, poder vivir el Evangelio, en particular estos versículos tan difíciles, que hasta ese
momento eran sólo teoría. Comencé a sentir una compasión por
mis secuestradores”.
“En esa ocasión, me volvieron a la mente también las canciones poéticas de
Feyrouz – confiesa el Padre Jacques – y en particular una de ellas que habla
del crepúsculo, que solía cantar cuando en Raqqa caían las largas noches de
junio, que nos dejaban sumergidos en la oscuridad. Estas palabras y su música
también se volvieron una fuente de oración. Ellas hablan del sufrimiento
‘inscripto en el crepúsculo”.
El día de la flagelación
Luego, un día, el Padre Jacques fue fustigado…
“Era el 23r día de prisión”, recuerda. “Entraron de repente. Era una especie de puesta en escena. La
flagelación se prolongó durante unos treinta minutos. La fusta
estaba compuesta por un pedazo de manga y de cuerdas. Sentía el dolor físico, pero en lo profundo, me
sentía en paz".
"Tenía un gran consuelo en el hecho de saber que podía compartir de alguna manera los sufrimientos de
Cristo. Al mismo tiempo, me sentía tan confundido por esto,
porque pensaba que no era digno de
esa gracia. Perdonaba a mi torturador, en el mismo momento en
que me golpeaba".
"Cada tanto, consolaba con una sonrisa al diácono Boutros, mi compañero de
cautiverio, que se negaba a verme objeto de los latigazos. Después, me acordé
del versículo en el cual el Señor dice que en nuestra debilidad se manifiesta Su fuerza.
Estaba cada vez más sorprendido, porque me sentía débil, tanto a nivel
espiritual como físico. Vean, yo
sufro de dolor de espalda desde la infancia y las condiciones
de la prisión eran tales que no hacía sino aumentar, en un primer momento, el
dolor. En el monasterio disponía de
un colchón especial para dormir, y de una silla ergonómica. En
la celda, dormía en el suelo y no había modo de caminar en ese espacio.“
El cuchillo al cuello
Qué significaba tener mucho miedo –prosigue el Padre Jacques- lo conocí poco
después, cuando un hombre armado con un puñal entró en nuestra celda; sentí en mi cuello el filo de la hoja del
cuchillo y pensé que había comenzado la cuenta atrás para mi
ejecución. En mi espanto, me encomendé a la misericordia de Dios. En realidad, se trataba sólo de una puesta en escena”.
"Tus parroquianos nos dejan la cabeza cuadrada"
El 4 de agosto pasado, el grupo yihadista logró asumir el control de Palmira, y
de allí, el de Qaryatayn. Al alba del día siguiente, tomaron a la población como rehén, al menos 250
personas, llevándolas a Palmira. El 11 de agosto, el padre
Jacques y su compañero emprendieron el mismo recorrido.
“Un jefe saudita entró a nuestra celda. ´¿Eres tú el Padre Jacques?´, preguntó´
´Bueno, ¡entonces ven
conmigo! ¡Los cristianos de Qaryatayn nos han dejado la cabeza cuadrada de
tanto hablarnos de ti!´ Inmediatamente pensé que me estaban
preparando para ser ajusticiado. A bordo de una furgoneta, recorrimos un
trayecto de cuatro horas. Pasada Palmira, desembocamos en una calle de montaña
que conduce a un edificio clausurado con una enorme puerta de hierro. Apenas se
abrió, vi a toda la población de
Qaryatayn allí reunida, maravillada de verme frente a ellos.
Ése fue un momento de sufrimiento indecible para mí. Para ellos, un momento
extraordinario de alegría”.
Sometidos a pagar la jizya
Veinte días más tarde, el primero de septiembre, "nos llevaron a
Qaryatayn, libres, pero con la prohibición de dejar el pueblo. En aquél momento
se vino a crear una suerte de contrato religioso colectivo: nosotros estábamos
ya bajo su protección (‘ahl zemmé’), bajo el pago de una tasa especial, la
jizya, que afectaba a quienes no eran musulmanes. Podíamos incluso practicar
nuestros ritos, con la condición de que éstos no fueran un elemento de
escándalo para los musulmanes".
"Algunos días más tarde, al morir uno de nuestros feligreses, a causa del
cáncer, fuimos al cementerio, en las cercanías del convento de Mar Elian. Y fue
en ese momento que me di
cuenta de que el convento había sido reducido al ras del suelo.
Curiosamente, no tuve reacción alguna. Dentro mío, me pareció darme cuenta de
que Mar Elian [el santo] había querido sacrificar su convento y su tumba por
nuestra salvación”.
Siente compasión por los terroristas
“Hoy – concluye el Padre Jacques, que desafió la prohibición de dejar Qaryatayn
y encontró la manera de huir, a pesar de seguir manteniendo una total reserva
sobre la modalidad con la cual huyó – sigo teniendo por mis raptores el mismo sentimiento que cuando estaba en su
manos: la compasión. Este sentimiento viene de la contemplación
de la mirada de Dios al estar frente a ellos, más allá de su violencia, como él
la tiene hacia todos los hombres: una mirada
de pura misericordia, sin el más ínfimo sentimiento de venganza”.
“Hoy – prosigue el sacerdote, en otro tiempo monje en el monasterio de Mar
Moussa, fundado por el Padre Paolo Dall’Oglio – sabemos que la oración es la vía de la salvación. Es necesario
continuar rezando por los obispos y los sacerdotes que han desaparecido
y de quienes no se sabe absolutamente nada. Rezar por mi hermano Paolo
Dall’Oglio (desaparecido en Raqqa en julio de 2013). Debemos finalmente rezar
por una solución política en Siria. Hoy recordamos el centenario de la masacre
y el éxodo de 1915 [contra los cristianos
armenios y asirios, nota de ReL]. Sin una solución política, la
emigración completará el trabajo que las masacres de 1915 iniciaron".
Fuente: ReL