TRATADO DE LA VERDADERA DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN - CAPÍTULO III

San Luis María Grignion de Montfort muestra la perfecta consagración a Jesucristo

CAPITULO V

Prácticas particulares de esta devoción

A. Prácticas exteriores.

226. Aunque lo esencial de esta devoción consiste en lo interior, no por eso carece de prácticas exteriores que no es conveniente descuidar: "Estas son cosas que deberán observar, sin descuidar las otras". Ya porque las prácticas exteriores debidamente ejercitadas ayudan a los interiores, ya porque recuerdan al hombre acostumbrado a guiarse por los sentidos lo que ha hecho y debe hacer; ya porque son a propósito para edificar al prójimo que las ve, cosa que no hacen las prácticas interiores.

Por tanto, que ningún mundano ni crítico autosuficiente nos venga a decir que la verdadera devoción está en el corazón, que hay que evitar las exterioridades, ya que ahí puede ocultarse la vanidad, que hay que esconder la propia devoción, etc. Yo les respondo con mi Maestro: "Que vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en los cielos".

Lo cual no significa como advierte San Gregorio que debamos realizar nuestras buenas acciones y devociones exteriores para agradar a los hombres y ganarse sus alabanzas esto sería vanidad sino que, a veces, las realicemos delante de los hombres con el fin de agradar a Dios y glorificarlo, sin preocuparnos por los desprecios o las alabanzas de las creaturas.

Voy a proponer, en resumen, algunas prácticas exteriores, llamadas así no porque se hagan sin devoción interior, sino porque tienen algo exterior que las distingue de las actitudes puramente interiores.

1. Preparar y hacer la consagración total

227. Primera Práctica. Quienes deseen abrazar esta devoción particular no erigida aún en cofradía, aunque sería mucho de desear que lo fuera emplearán como he dicho en la primera parte de esta "preparación al reinado de Jesucristo" doce días, por lo menos en vaciarse del espíritu del mundo, contrario al de Jesucristo, y tres semanas en llenarse de Jesucristo por medio de la Sma. Virgen. Para ello, podrán seguir este orden:

228. Durante la primera semana, dedicarán todas sus oraciones y actos de piedad a pedir el conocimiento de sí mismo y la contricción de sus pecados, haciéndolo todo con espíritu de humildad. Podrán meditar, si quieren, lo dicho antes sobre nuestras malas inclinaciones (y no considerarse durante los seis días de esta semana más que como caracoles, babosas, sapos, cerdos, serpientes, animales inmundos) o meditar estos tres pensamientos de San Bernardo: "Piensa en lo que fuiste: un poco de barro; en lo que eres: un poco de estiércol: en lo que serás: pasto de gusanos" Rogarán al Señor y al Espíritu Santo que los ilumine, diciendo: "Señor, que yo vea" o "Qué yo te conozca" o también "Ven, Espíritu Santo". Y dirán todos los días las letanías del espíritu Santo y la oración señalada en la primera parte de esta obra. Recurrirán a la Sma. Virgen pidiéndole esta gracia, que debe ser el fundamento de las otras, y para ello dirán todos los días el himno Salve, Estrella del mar y las letanías de la Sma. Virgen.

229. Durante la segunda semana se dedicarán en todas sus oraciones y obras del día a conocer a la Sma. Virgen, pidiendo este conocimiento al Espíritu Santo. Podrán leer y meditar lo que al respecto hemos dicho. Y rezarán con esta intención como en la primera semana, las letanías del Espíritu Santo y el himno Salve, Estrella del mar y, además, el Rosario, o la tercera parte de él.

230. Dedicarán la tercera semana a conocer a Jesucristo. Para ello podrán leer y meditar lo que arriba hemos dicho y rezar la oración de San Agustín que se lee hacia el comienzo de la Segunda Parte. Podrán repetir una y mil veces cada día, con el mismo santo: "Que yo te conozca, Señor" o bien "Señor, sepa yo quien eres tú". Rezarán como en las semanas anteriores, las letanías del Espíritu Santo y el himno Salve, Estrella del mar y añadirán todos los días las letanías del santo Nombre de Jesús.

231. Al concluir las tres semanas, se confesarán y comulgarán con la intención de entregarse a Jesucristo, en calidad de esclavos de amor, por las manos de María. Y después de la Comunión que procurarán hacer según el método que expondré más tarde recitarán la fórmula de consagración, que también hallarán más adelante. Es conveniente que la escriban o hagan escribir, si no está impresa, y la firmen ese mismo día.

232. Es conveniente también que paguen en ese día algún tributo a Jesucristo y a su Sma. Madre ya como penitencia por su infidelidad al compromiso bautismal, ya para patentizar su total dependencia de Jesús y de María. Este tributo, naturalmente, dependerá de la devoción y capacidad de cada uno, como ejemplo un ayuno, una mortificación, una limosna o un cirio. Pues, aun cuando solo dieran, en homenaje, un alfiler, con tal que lo den de todo corazón, sería bastante para Jesús, que solo atiende a la buena voluntad.

233. Al menos en cada aniversario, renovarán dicha consagración, observando las mismas prácticas durante tres semanas. Todos los meses y aun todos los días pueden renovar su entrega con estas pocas palabras: "Soy todo tuyo y cuanto tengo es tuyo, oh mi amable Jesús, por María tu Madre Santísima".

2. Rezo de la Coronilla de las Doce Estrellas

234. Segunda Práctica. Rezarán todos los días de su vida, aunque sin considerarlo como obligación la Coronilla de la Sma. Virgen, compuesta de tres Padrenuestros y doce Avemarías para honrar los doce privilegios y grandezas de la Sma. Virgen. Esta práctica es muy antigua y tiene su fundamento en la Sagrada Escritura. San Juan vio a una mujer coronada de doce estrellas, vestida de sol y con la luna bajo sus pies. Esta mujer según los intérpretes es María.

235. Sería prolijo enumerar las muchas maneras que hay de rezarla bien. El Espíritu Santo se las enseñará a quienes sean más fieles a esta devoción. Para recitarla con mayor sencillez será conveniente empezar así: "Dígnate aceptar mis alabanzas, Virgen santísima. Dame fuerzas contra tus enemigos".

En seguida rezarás el Credo, un Padrenuestro, cuatro Avemarías y un Gloria, todo ello tres veces. Al fin dirás:
"Oh Santa Madre de Dios, a tu patrocinio nos acogemos; en nuestras necesidades no desoigas nuestras súplicas, antes bien de todo peligro líbranos siempre, Virgen gloriosa y bendita".

3. Llevar cadenillas de hierro.

236. Tercera Práctica. Es muy laudable, glorioso y útil para quienes se consagran como esclavos de Jesús en María, llevar como señal de su esclavitud de amor, alguna cadenilla de hierro bendecida oportunamente. Estas señales exteriores no son, en verdad, esenciales y bien pueden suprimirse, aun después de haber abrazado esta devoción. Sin embargo, no puedo menos de alabar en gran manera a quienes, una vez sacudidas las cadenas vergonzosas de la esclavitud del demonio con que el pecado original y tal vez los pecadores actuales los tenían atados se han sometido voluntariamente a la esclavitud de Jesucristo y se glorian con San Pablo de estar encadenados por Jesucristo, con cadenas mil veces más gloriosas y preciosas aunque sean de hierro y sin brillo que todos los collares de hierro de los emperadores.


237. En otro tiempo no había nada más infame que la cruz. Ahora esta madero es lo más glorioso del cristianismo. Lo mismo decimos de los hierros de la esclavitud. Nada había entre los antiguos más ignominioso ni lo hay ahora entre los paganos. Pero entre los cristianos no hay nada más ilustre que estas cadenas de Jesucristo, porque ellas nos liberan y preservan de las prisiones infames del pecado y del demonio, nos ponen en libertad y nos ligan a Jesús y a María no por violencia y a la fuerza como a presidiarios, sino por caridad y amor, como a hijos "Los atraeré a mi dice el Señor por la boca de su profeta con cadenas de amor". 

Estas cadenas son, por consiguiente, fuertes como la muerte y, en cierto modo, más fuertes aún para aquellos para quienes sean fieles en llevar hasta la muerte estas señales gloriosas. Efectivamente, aunque la muerte destruya el cuerpo reduciéndolo a podredumbre, no destruirá las ligaduras de esta esclavitud, que siendo de hierro no se corrompen fácilmente y en la resurrección de los cuerpos en el gran juicio del último día, estas cadenas que todavía rodearán sus huesos, constituirán parte de su gloria y se transformarán en cadenas de luz y de triunfo. ¡Dichosos, pues, mil veces los esclavos ilustres de Jesús en María, que llevan sus cadenas hasta el sepulcro!

Fuente: Mercabá