Los Doce, llamados “apóstoles”,
fueron enviados a recorrer los
caminos del mundo anunciando el
Evangelio como testigos de la muerte y resurrección de Cristo
Es
una especial providencia que la Jornada Mundial de Oración por las
Vocaciones coincida en España con la Jornada de Vocaciones Nativas. De
hecho, estas están floreciendo en los ámbitos geográficos de la misión donde las
comunidades cristianas, al vivir intensamente la dimensión misionera del
ministerio de la Iglesia, no se cierran en sí mismas. Como en los comienzos, la
comunidad eclesial pide al Señor la vocación para aquellos que están
dispuestos a vivir la fe y el amor necesarios para la
misión.
Así sucedió al principio, cuando el Resucitado confió a los apóstoles el mensaje: “Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mt 28,19), asegurándoles: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Poco tiempo antes les había escogido como estrechos colaboradores suyos en el ministerio mesiánico.
Los
Doce, llamados “apóstoles”, fueron enviados a recorrer los caminos
del mundo anunciando el Evangelio como testigos de la muerte y
resurrección de Cristo. A esta actividad evangelizadora se les incorporaron
nuevos discípulos, cuya vocación misionera brotaba de circunstancias
providenciales, incluso dolorosas, como el ser expulsados de la propia tierra
por ser seguidores de Jesús (cf. Hch 8,1-4). Se trata de hombres y mujeres que
entregan “su vida a la causa de nuestro Señor Jesucristo” (Hch 15,26). El
primero de todos, llamado por el mismo Señor a ser un verdadero apóstol, es sin
duda alguna Pablo de Tarso.
Lo
que apremia a estos evangelizadores era “el amor de Cristo”, que, como
llama, prendió en innumerables misioneros que a lo largo de los siglos han
seguido las huellas de los primeros apóstoles. Ellos recibieron una vocación
específica a la misión porque, aunque la tarea de propagar la fe incumbe a
todo discípulo de Cristo según su condición, “Cristo Señor llama siempre de
entre sus discípulos a los que quiere para que estén con Él y para enviarlos a
predicar a las gentes” (AG 23). Este amor de Cristo transformó radicalmente su
persona con una invitación sobrenatural, más allá de argumentos humanos. “La
vocación especial de los misioneros ad vitam –escribió san Juan Pablo II–
conserva toda su validez: representa el paradigma del compromiso misionero de la
Iglesia, que siempre necesita donaciones radicales y totales, impulsos nuevos y
valientes” (RM 66).
Entre
los llamados a la misión ad gentes y de especial consagración para toda
la vida están los sacerdotes, misioneros Fidei donum, “que con
competencia y generosa dedicación, sin escatimar energías en el servicio a la
misión de la Iglesia, edifican la comunidad anunciando la Palabra de Dios y
partiendo el Pan de Vida... Se trata de testimonios conmovedores que pueden
impulsar a muchos jóvenes a seguir a Cristo y a dar su vida por los demás,
encontrando así la vida verdadera” (Benedicto XVI, SCa 26). A ellos se unen los
misioneros y misioneras de vida consagrada que, pertenecientes a
innumerables institutos de vida contemplativa y activa, “han tenido hasta ahora
y siguen teniendo gran participación en la evangelización del mundo” (AG 40).
“Gracias a su consagración religiosa, ellos son, por excelencia, voluntarios y
libres para abandonar todo y lanzarse a anunciar el Evangelio hasta los confines
de la tierra” (EN 69).
Anastasio Gil, Director de
OMP
Tribuna misionera en la Revista
Misioneros Tercer Milenio