El 8 de diciembre celebra la Iglesia la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, que es además la patrona de España y, en particular, de su Arma de Infantería.
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| Inmaculada Concepción pintado en 2018 por fray Agustín Ibarra Díaz, franciscano |
¿Qué
significa la Inmaculada Concepción?
La Inmaculada
Concepción de la Virgen María fue definida por el Papa Pío IX en
la bula Ineffabilis Deus del 8 de diciembre de 1854 de
la siguiente forma: "La bienaventurada Virgen María fue preservada
inmune de toda la mancha de pecado original en el primer instante de
su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención
a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano".
Desde ese día
esa doctrina está considerada por la Iglesia como un dogma de fe,
es decir, como afirmó Pío IX, "está revelada por Dios y debe ser firme y
constantemente creída por todos los fieles". Y si alguno no lo hace,
"sepa y tenga por cierto que está condenado por su propio juicio, que ha
sufrido naufragio en la fe y se ha apartado de la unidad de la Iglesia".
Como explica
el Catecismo de la Iglesia Católica (nn. 490-493), la razón de
este privilegio concedido por Dios a la Virgen María es la "misión tan
importante" que debía cumplir, como es concebir y dar a luz al Verbo
Encarnado, por lo cual, "para poder dar el asentimiento libre de su fe al
anuncio de su vocación, era preciso que ella estuviese totalmente
conducida por la gracia de Dios" en todos los momentos de su vida.
Por tanto,
desde el primer instante de su ser, cuando se unieron su cuerpo y su alma en el
vientre de su madre, Santa Ana, la Virgen María fue santificada por
la gracia de Dios, de modo que su alma nunca estuvo sin la gracia santificante.
¿En qué se
diferencia este dogma del dogma de la Concepción Virginal?
En ocasiones
hay quien confunde dos dogmas marianos: la Inmaculada Concepción y la
Concepción Virginal.
Aunque hay un
vínculo teológico entre ambas doctrinas, se refieren a cosas distintas.
La Inmaculada
Concepción se refiere a la concepción de la Virgen María y a su alma,
que por la Purísima Concepción quedó libre del pecado original.
La Concepción
Virginal se refiere a la concepción de Jesucristo y a su cuerpo,
que fue formado sin concurso de varón, es decir, virginalmente, pues María fue
virgen antes, durante y después del parto: es el dogma de la Virginidad
Perpetua de Nuestra Señora.
¿Significa
que la Virgen María no fue redimida por Jesucristo?
La Virgen
María, como toda la humanidad, procede de Adán, y fue incluida en
la sentencia pronunciada contra Adán (por la que, tras el pecado original,
perdió los dones preternaturales que disfrutaba en el Paraíso) juntamente con
todo el género humano. Ella contrajo la deuda con Dios como
todos nosotros, pero en atención a los méritos futuros del Redentor, esa deuda
se la perdonó Dios anticipadamente. Ella no podía merecer por sus
propios méritos esa gracia de la que habían gozado Adán y Eva, pero Dios, en su
infinita bondad, se la restituyó desde el primer momento de su
existencia, de modo que María nunca incurrió en la maldición del pecado
original. (Hemos seguido en esta explicación al padre Bertrand Louis Conway
[1872-1959], C.S.P.)
Por tanto, la
Virgen María sí fue redimida por Cristo, pero, como privilegio
especialísimo, lo fue por preservación del pecado original,
una idea que introdujo el fraile Juan Duns Scoto en el siglo
XIII y fue decisiva para resolver toda posible objeción a la Inmaculada. Como
afirmó San Juan Pablo II en la audiencia general del 5 de
junio de 1996, Duns Scoto "sostuvo que Cristo, el mediador perfecto,
realizó precisamente en María el acto de mediación más excelso, preservándola
del pecado original. De ese modo, introdujo en la teología el concepto de redención
preservadora, según la cual María fue redimida de modo aún más admirable:
no por liberación del pecado, sino por preservación del pecado".
¿Pecó la
Santísima Virgen alguna vez?
En
consecuencia, la "llena de gracia" (como se dirigió a ella el
arcángel Gabriel en la Anunciación) jamás cometió un solo
pecado contra Dios. No solo no hubo en su alma la mancha del pecado original,
sino que, dice el Catecismo de la Iglesia Católica, "por la
gracia de Dios ha permanecido pura de todo pecado personal a
lo largo de toda su vida".
El Concilio de
Trento (canon 23 sobre la justificación) definió que el hombre no puede evitar
a lo largo de toda su vida los pecados veniales "si no es ello por
privilegio especial de Dios, como de la bienaventurada Virgen lo enseña
la Iglesia".
Esto tiene una
gran trascendencia para la vida espiritual de los cristianos, pues convierte a
la Madre de Dios en el modelo a seguir para acercarnos a la
petición de Jesús: "Sed perfectos, como vuestro Padre
celestial es perfecto" (Mt 5, 48).
Y aleja de la
verdad a quienes, sin acusar a la Santísima Virgen de pecado, la presentan como
responsable de la más mínima imperfección que la alejase ni lo más mínimo de
la absoluta sumisión a la voluntad de Dios.
Así lo
sentenciaron los primitivos Padres y doctores:
-San Efrén (306-373):
"María fue tan inocente como Eva antes de la caída,
Virgen ajena a toda mancha de pecado, más santa que los serafines, la fuente
sellada del Espíritu Santo, semilla pura de Dios, siempre pura e inmaculada en
cuerpo y mente".
-San Agustín (354-430):
"Al discutir la cuestión del pecado hay que exceptuar a la Virgen María,
sobre la cual no permito que se discuta, por el honor que se debe a Nuestro
Señor, y porque ignoramos la cantidad de gracia que Dios le
concedió para que en todo momento pudiese sobreponerse al pecado".
¿Sufrió
dolores de parto la Virgen María?
La Santísima
Virgen padeció los sufrimientos físicos y espirituales inherentes a su
condición humana. Los padeció incluso Jesucristo, cuya hambre, sed y cansancio
nos relatan los Evangelios, así como su dolor, por ejemplo, ante la muerte
de Lázaro. Pero estos sufrimientos de la Virgen, como
sentenció San Pío V en 1567 al condenar los errores de Miguel
Bayo "no fueron castigos del pecado actual ni
original", que ni cometió ni tuvo.
Ahora bien, la
Tradición ha considerado siempre, en atención a las propias palabras de Yahveh
a Eva cuando expulsó a nuestros primeros padres del Paraíso (a saber,
"parirás hijos con dolor" [Gén 3, 16]) que los sufrimientos
de la mujer en el alumbramiento son castigo del pecado original (como
lo es para el hombre ganar el pan con el sudor de su frente, Gén 3, 19), y por
tanto la Virgen estuvo excluida de ellos. Lo que, por otro lado, concuerda con
su virginidad durante el parto, que es dogma de
fe.
En su
sermón De Nativitate le dice San Agustín a la
Virgen: "Ni en la concepción se alejó de ti el pudor, ni en tu
alumbramiento se hizo presente el dolor", y hace la comparación de que
Cristo pasó al nacer como la luz por el cristal.
Santo Tomás
de Aquino lo expresa de forma muy directa: "El dolor de la
parturienta se produce por la apertura de las vías por las que sale la
criatura. Pero ya se dijo antes que Cristo salió del seno materno cerrado,
y de este modo no se dio allí ninguna apertura de las vías. Por tal motivo no
existió dolor alguno en aquel parto, como tampoco hubo corrupción de ninguna
clase" (Summa Theologica, IIIª, q. 35, a. 6).
Por tanto, las
películas y series que representan la escena de la Natividad con dolor de
Nuestra Señora en el parto desfiguran la realidad de lo que
pasó e, indirectamente, niegan la Inmaculada Concepción que la
libró, ya que no de otros dolores terribles (como los que sufrió por Cristo y
por nuestra redención), sí de esos.
¿Por qué
este dogma tardó tanto en definirse?
Nunca los
cristianos dudaron de la santidad inefable de la Virgen María.
Así decía San
Ireneo (140-205): "Así como Eva por su desobediencia fue la causa
de la muerte para sí y para todo el linaje humano, así María, Madre del Hombre
predestinado, y siendo aún Virgen, por su obediencia fue la
causa de salvación para sí y para todo el género humano".
Todos y cada
uno de los santos y doctores que, en los debates medievales, se oponían a la
idea de la Inmaculada Concepción (entre ellos, San Bernardo, el más
mariano de todos ellos), proclamaban la plenitud de gracia de
Nuestra Señora durante toda su vida.
La única
objeción era encajar esa idea en la universalidad del pecado original y
de la redención, expresadas reiteradamente en las Sagradas Escrituras. Como
dijo San Juan Pablo II en la audiencia general del 5 de junio de 1996,
argumentaban así: "La redención obrada por Cristo no sería universal si la
condición de pecado no fuese común a todos los seres humanos. Y si María no
hubiera contraído la culpa original, no hubiera podido ser rescatada. En
efecto, la redención consiste en librar a quien se encuentra en estado de
pecado".
Por tanto, la
discusión medieval en torno a la Inmaculada Concepción no se refería a la
perfecta identificación con Dios de Nuestra Señora, sino al modo en el
que fue redimida. Resuelta la cuestión según la propuesta de Duns Scoto,
desaparecía el obstáculo y la devoción a la Purísima no dejó de crecer en
todo el orbe cristiano durante los siglos que precedieron a su declaración como
dogma.
¿Desde
cuándo es patrona de España la Inmaculada Concepción?
España se ha
distinguido en la historia por una particular defensa del dogma de la
Inmaculada Concepción, hasta convertirla en su patrona en el siglo XVII.
Espiguemos algunos hechos.
Ya a finales
del siglo VII, el rey visigodo Wamba había adoptado el título
de Defensor de la Purísima. Su sucesor, Ervigio, prohibió trabajar
durante esa fiesta, que San Ildefonso había mandado guardar en
toda España.
Cuando en el
siglo XIII se planteó la controversia teológica en torno a la Inmaculada, los
condes de Barcelona la tomaron bajo su protección, y en Vich y Gerona empezó a
celebrarse litúrgicamente con oficio propio.
La Corona de
Aragón se volcó con la Virgen, como herencia de la predicación del
mallorquín Raimundo Lulio.
Pedro el
Ceremonioso instituyó en 1333 la Cofradía Real de la Inmaculada
Concepción, a la que han pertenecido todos los monarcas españoles. Juan
I dictó un decreto en 1384 prohibiendo “a todos los que dan lecciones
públicas del Evangelio sostener cosa alguna que pueda dañar la creencia en la
pureza y santidad de esta bienaventurada concepción”. En 1408, Martín
el Humano declaró enemigos del Estado a cuantos impugnasen el
misterio.
Fernando el
Católico, antes del asalto final a Granada, mandó erigir un altar de
campaña dedicado a la Purísima e hizo voto de consagrarle la mezquita mayor de
la ciudad. Carlos I ordenó celebrar la fiesta con la
solemnidad con que él lo hacía en su Corte.
Finalmente, el
Papa Clemente XIII la declaró oficialmente en 1664 patrona
de España.
Este compromiso
con la Inmaculada de los reyes iba en paralelo con el de la sociedad, en
particular en el ámbito universitario, pues la obtención de los grados de
bachiller a doctor exigía jurar a María concebida sin pecado original.
Y lo mismo
puede decirse del arte. Según el historiador del arte José Camón Aznar
(1898-1979), la Inmaculada "es la gran creación del arte español” y
"una de las ejecutorias más líricas de nuestra espiritualidad”, con
Velázquez, Pacheco, Zurbarán, Ribera y, sobre todo Murillo (quien pintó más de
una docena) entre los artistas que le consagraron su don.
En cuanto a los
propios sacerdotes, empezaban todos sus sermones con una alabanza a la
Purísima, y esto calaba en el pueblo. En 1842 un sacerdote francés, el
abate Orsini, constataba que en España el Ave María
Purísima respondido por el Sin pecado concebida no era
sólo una frase devota: “Se ha hecho la frase favorita que compone el saludo
nacional”.
España llevaría
esta devoción a América, de modo que el amor a la Inmaculada
Concepción es hoy patrimonio de todos los pueblos trasatlánticos a los que los
españoles (los religiosos, los soldados y los civiles por igual) llevaron su fe
mariana.
¿Por qué es
patrona del Arma de Infantería la Inmaculada Concepción?
La Inmaculada
Concepción es oficialmente la patrona del Arma de Infantería desde 1892.
Pero la
historia hunde sus raíces tres siglos antes.
En Flandes,
en 1585, los Tercios habían quedado atrapados en la isla de Bommel por un
enemigo superior en número, rodeados por el fuego de los barcos enemigos y sin
víveres. Llevaban días asediados en el castillo de Empel, cuando al
cavar una trinchera un soldado halló un cuadro de la Inmaculada Concepción.
Era una señal.
Entronizaron la imagen y Francisco Arias de Bobadilla arengó a
sus tropas: “¡Soldados! El milagroso hallazgo viene a salvarnos. ¿Queréis que
abordemos de noche las galeras, prometiendo a la Virgen ganarlas o perder
todos, todos, sin quedar uno, la vida?”
Esa noche
ocurrió el prodigio. Las aguas se helaron con espesor y rapidez
insólitos. La fiel infantería atacó entonces y escapó al cerco. Ninguno de
aquellos cuatro mil hombres dudó nunca de a quién debían el seguir vivos. Es el
conocido como "milagro de Empel", que vinculó aún más al
Ejército español, y con él a toda España, con la Inmaculada.
Fuente: ReligiónenLibertad
