Aunque el nacionalismo y el patriotismo puedan parecer similares, san Juan Pablo II creía que existía un marcado contraste entre ambos
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Por muy
parecidos que sean, el patriotismo y el nacionalismo son muy diferentes. Un
santo moderno, san Juan Pablo II, tenía una
visión muy clara de ambos términos, pero antes, veamos qué se entiende por cada
uno.
El patriotismo
se considera a menudo una virtud moderna, una parte necesaria de la vida de
todo ciudadano. Es una forma de honrar a nuestro país y de sentirnos orgullosos
de ser sus ciudadanos.
Estrechamente
relacionado con el patriotismo está el concepto de nacionalismo, una visión
similar que tiene en gran estima a nuestro país y trata de llamar la atención
sobre todas las cosas positivas que ocurren en él.
Nacionalismo
frente a patriotismo
En un discurso ante las Naciones Unidas en 1995, san Juan Pablo
II habló claramente de la diferencia entre ambas ideas:
"Tenemos
que aclarar la diferencia esencial entre una forma malsana de nacionalismo, que
enseña el desprecio por otras naciones o culturas, y el patriotismo, que es un
amor apropiado por el propio país".
El verdadero
patriotismo nunca busca el bienestar de la propia nación a expensas de otras.
Porque al final esto perjudicaría también a la propia nación: hacer el mal daña
tanto al agresor como a la víctima.
La visión del
patriotismo de san Juan Pablo II se hace eco de las palabras del Catecismo de
la Iglesia Católica sobre los deberes de los ciudadanos:
"Es deber
de los ciudadanos contribuir junto con las autoridades civiles al bien de la
sociedad con espíritu de verdad, justicia, solidaridad y libertad. El amor y el
servicio a la patria se derivan del deber de gratitud y pertenecen al orden de
la caridad. La sumisión a las autoridades legítimas y el servicio al bien común
exigen que los ciudadanos cumplan sus funciones en la vida de la comunidad
política".
(CEC 2239)
Es bueno
enorgullecerse del propio país y defender todo lo bueno que contiene.
San Juan
Pablo II lo explicó así
Sin embargo, no
es bueno tener un orgullo excesivo por el propio país, hasta el punto de
empezar a mirar a las demás naciones como inferiores. San Juan Pablo II explica
este concepto:
"El
nacionalismo, sobre todo en sus formas más radicales, es, pues, la antítesis
del verdadero patriotismo, y hoy debemos velar por que el nacionalismo extremo
no siga dando lugar a nuevas formas de las aberraciones del totalitarismo. Se
trata de un compromiso que también es válido, obviamente, en los casos en que
la propia religión se convierte en la base del nacionalismo, como
desgraciadamente ocurre en ciertas manifestaciones del llamado 'fundamentalismo'".
El nacionalismo
puede conducir al totalitarismo, por el que una nación busca conquistar a
otras, o incluso subyugar a sus propios ciudadanos a través de una agenda
nacionalista.
Como
cristianos, debemos sentir patriotismo por nuestro país, pero debemos rechazar
cualquier forma de nacionalismo que pretenda conquistar a otros y menospreciar
a otros pueblos y culturas.
Philip Kosloski
Fuente: Aleteia