COMENTARIO AL EVANGELIO DE NUESTRO OBISPO D. JESÚS VIDAL: "PADRE NUESTRO"

No recuerdo cuando aprendí a rezar. Desde niño, recuerdo las oraciones con mi madre antes de irme a la cama: Jesusito de mi vida… ángel de la guarda… cuatro esquinitas… No recuerdo cuando aprendí el padrenuestro o el avemaría.

Dios Padre. Dominio público

Tengo la sensación de haberlas sabido desde siempre. Padrenuestro y avemaría son las primeras oraciones que aprendíamos de niños. Cuando uno se va haciendo mayor descubre que estas oraciones no son una simple fórmula. En realidad, son los primeros paisajes del Evangelio que aprendemos.

En una ocasión, estaban los discípulos con Jesús en un huerto de olivos, junto a unos molinos de aceite (por eso el lugar se llama Getsemaní, “prensa de aceite”). Este es un pequeño monte de Jerusalén frente al lado oriental del Templo en que Jesús gustaba de descansar con sus discípulos en sus peregrinaciones a la Ciudad Santa. 

En aquella ocasión, Jesús se había separado un poco de ellos para orar, de la misma forma que haría después de su última cena y antes de ser entregado para ser juzgado y crucificado. Al volver, uno de sus discípulos le pidió que les enseñara a orar. Y Jesús les enseñó aquellas palabras que hoy conforman el padrenuestro. Me parece increíble que, sin ser conscientes de ello, desde niños, en tantas y tantas familias se repita esta escena y, con estas mismas palabras, los padres enseñen a rezar a sus hijos.

¿Es importante aprender a rezar? ¿Tiene sentido aprender oraciones de memoria? Creo que hay pocas cosas más importantes que podamos enseñar a nuestros hijos. Estoy seguro de que tratamos de prepararlos para que puedan afrontar en el futuro cualquier circunstancia, pero no hay duda de que esto no es cien por cien posible. Aunque uno pueda haber “perdido” o se haya debilitado su fe, si el padrenuestro y el avemaría están guardados en la memoria del corazón, es muy probable que en el momento más necesario saldrán a nuestra mente o nuestros labios. Y estoy firmemente convencido de que el Padre, que está en los cielos, escuchará esa oración, que es la oración de su Hijo.

Es posible que algunas personas consideren que rezar no es necesario, que es cosa de otros tiempos. Tal vez porque piensen que Dios no existe o que, aun existiendo, debe tener muchísimas cosas en qué pensar más importantes que en nosotros. En realidad, creo que nos cuesta pedir porque nos hace vulnerables. Al rezar reconocemos que no lo podemos todo. Ni nosotros solos, ni con ayuda de otros. La humanidad entera no lo puede todo. Miles de años de historia es suficiente para que nos convenzamos. Pedir es reconocernos pobres e indigentes. 

Pero, como nos recuerda Benedicto XVI en su libro Jesús de Nazaret, precisamente «pidiendo es como nos hacemos hijos. No somos plenamente hijos de Dios, Sino que hemos de llegar a serlo más y más mediante nuestra comunión cada vez más profunda con Cristo. Ser hijos equivale a seguir a Jesús». (Benedicto XVI).

Junto a esto, aprender algunas oraciones de memoria, algunos pasajes evangélicos son de gran importancia para la vida del cristiano. En sus ejercicios espirituales, san Ignacio nos habla de un modo de oración que llama «oración de repetición». También podríamos llamarla oración del corazón. Este modo de orar consiste en invocar al Espíritu Santo e ir repitiendo poco a poco, como desgranándolas, masticándolas o rumiándolas, las palabras de una oración guardada en la memoria o un pasaje del Evangelio y dejar que se siembren en el corazón, que resuenen y que vuelvan a brotar. 

Pensar. «Padre» ¿qué pensamientos evoca esto en mí?... «Padre nuestro» … Y así ir repasando toda la oración. Cuando esperamos en la sala del médico, o un transporte público o damos un paseo, en cuanto asoma el aburrimiento, cogemos el móvil y empezamos a navegar de una noticia a otra, o por las redes sociales.

Te invito, querido lector, a que en alguna ocasión te atrevas a hacer esto que propongo. Verás pronto, como brota la oración.

 + Jesús Vidal 

Obispo de Segovia

Fuente: Diócesis de Segovia