La Santísima Trinidad
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Dominio público |
I. Hoy la liturgia nos propone el misterio central de nuestra fe: la Santísima Trinidad, fuente de todos los dones y gracias, misterio inefable de la vida íntima de Dios. Poco a poco, con una pedagogía divina, Dios fue manifestando su realidad íntima, nos ha ido revelando cómo es Él, en Sí, independiente de todo lo creado.
En el Antiguo Testamento da a conocer sobre todo la Unidad de su ser; que a diferencia del mundo es increado; que no está limitado a un espacio (es inmenso), ni al tiempo (es eterno). Su poder no tiene límites (es omnipotente). También se revela como el pastor que busca a su rebaño; a la vez que se va manifestando la paternidad de Dios Padre, la Encarnación de Dios Hijo y la acción del Espíritu Santo, que vivifica todo. Pero es Cristo quien nos revela la intimidad del misterio trinitario, la llamada a participar en él, y la perfectísima Unidad de vida entre las divinas Personas (Juan 16, 12-15).
El misterio de la Santísima
Trinidad es el punto de partida de toda la verdad revelada y la fuente de donde
procede la vida sobrenatural y a donde nos encaminamos: somos hijos del Padre,
hermanos y coherederos del Hijo, santificados continuamente por el Espíritu
Santo para asemejarnos cada vez más a Cristo. Esto nos hace templos vivos de la
Santísima Trinidad.
II. Desde que el hombre es llamado a participar de la vida divina por la gracia
recibida en el Bautismo, está destinado a participar cada vez más en esta Vida.
Es un camino que es preciso andar continuamente. Del Espíritu Santo recibimos
constantes impulsos, mociones, luces, inspiraciones para ir más deprisa por ese
camino que lleva a Dios, para estar cada vez en una “órbita” más cercana al
Señor. “El corazón necesita distinguir y adorar a cada una de las Personas
divinas.
De algún modo, es un descubrimiento, el que realiza el alma en la vida
sobrenatural, como los de una criaturica que va abriendo los ojos a la
existencia. Y se entretiene amorosamente con el Padre y con el Hijo y con el
espíritu Santo; y se somete fácilmente a la actividad del Paráclito
vivificador, que se nos entrega sin merecerlo: ¡los dones y las virtudes
sobrenaturales! (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios)
III. “Tú Trinidad eterna, eres mar profundo, en el que cuanto más penetro, más
descubro, y cuanto más descubro, más te busco” (SANTA CATALINA DE SIENA,
Diálogo), le decimos en la intimidad de nuestra alma. Y desde lo hondo del alma
añadimos: Padre, glorificad continuamente a vuestro Hijo, para que vuestro Hijo
os glorifique en la unidad del Espíritu Santo por los siglos de los siglos
(JUAN 17, 1)