IGLESIA, SITUACIÓN POLÍTICA Y LOS OLVIDOS DE BOLAÑOS

La religión no es un problema que los legisladores deban solucionar, sino una contribución vital al debate nacional

Última reunión de la Comisión Permanente de la CEE

Le pongo en situación. En la última semana, tanto en una entrevista en el diario ABC como en declaraciones en eventos públicos, el presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE) fue preguntado por la situación política de nuestro país. Los titulares enseguida proclamaron que el presidente de los obispos pedía elecciones, en un contexto marcado por la corrupción en el partido del Gobierno. Sí, es cierto que hizo esa petición, pero lo hacía con base en una realidad objetiva: el contexto de bloqueo político que vive nuestro país, que lleva dos años sin presupuestos y con un Gobierno que tiene cada vez más complicado llevar adelante sus propuestas políticas. En este sentido, para Argüello, la solución es dar la voz a los ciudadanos, al pueblo, del que forman parte católicos, que votan a unos y otros partidos, que militan en unos y en otros.

Esta situación, recogida aquí de forma muy somera, ha servido para que el ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, el que se encarga de las relaciones con la Iglesia, enviase una carta al propio Argüello para pedirle neutralidad política y partidista. También para acusarle de «comunión» con la derecha y la ultraderecha, e incluso mezclando temas como la cuestión de los abusos a menores o posiciones episcopales en otros momentos de la historia.

Pero las acusaciones y afirmaciones de Bolaños quedan desmentidas con la realidad, es decir, con la verdad. Porque fue este mismo viernes cuando el secretario general de la CEE, César García Magán, insistió, como ya había hecho anteriormente, en que «la Iglesia no tiene ningún partido político». Y que lo único que hace es ofrecer una valoración moral, no política, que pueda iluminar a los fieles y a la sociedad en general, siempre con un horizonte: el bien común. Justo lo contrario de lo que parece motivar al actual Gobierno: el interés particular. Además, cabría preguntarse en este punto si pedir que los ciudadanos decidan y puedan manifestarse es tomar partido.

La Iglesia, como parte del pueblo, de la sociedad civil, tiene derecho a ofrecer su opinión y los pastores a guiar al pueblo. De todas formas, cabe recordar que no ha habido ningún pronunciamiento oficial de la Conferencia Episcopal, como sí ha hecho, por ejemplo, la Alianza Evangélica Española.

Pero Bolaños olvida, al hilo de lo que decía García Magán, que ningún partido agota o incluye en su programa la rica doctrina social de la Iglesia. Es probable, además, que todos los partidos encuentren en ella puntos de encuentro y de fricción. Porque no se puede encasillar a la Iglesia en materia social más que en el respeto a la dignidad infinita de la persona. Porque el único programa de la Iglesia es el Evangelio, del cual se deriva la postura en diversos pronunciamientos y acciones que Bolaños no refiere en su carta.

En esa supuesta comunión con la derecha y la ultraderecha, el ministro no recoge que la Iglesia ha sido una de las impulsoras e instituciones clave en el éxito de la Iniciativa Legislativa Popular para la regularización de más de medio millón de migrantes, que sumó cientos de miles de apoyos. Y que el propio Argüello se reunió el pasado martes con representantes de los grupos parlamentarios socialista y popular para apremiarles al acuerdo y a aprobar así la iniciativa lo antes posible.

Pero es que, también esta misma semana, el presidente de los obispos pidió a los cristianos que tienen viviendas en alquiler que se planteen si los precios que deben establecer deben seguir los del mercado, dejando fuera de juego los criterios más especulativos, precisamente, por las implicaciones de la fe, que hacen que actitud y forma de actuar deba ser diferente. Una crisis, la de la vivienda, que los obispos han calificado de «emergencia social» o «forma de violencia estructural».

Pero todavía hay más: la semana pasada, también Argüello apoyaba a través de las redes sociales las manifestaciones en contra de la guerra de Gaza y pedía «redoblar la presión moral, política y espiritual para gritar en favor de parar la guerra y en favor de una paz justa».

Son ejemplos de que la postura de la Iglesia y, en este caso, de uno de sus pastores, no sigue más criterio que el evangélico, y la propuesta social que se deriva de este, alejado de intereses partidistas.

De León XIII a León XIV

La Iglesia lleva siglos ofreciendo una voz, siendo profética en muchos ambientes. Basta recordar a León XIII, a quien este sábado citaba el papa León XIV en un encuentro con líderes políticos con motivo del Jubileo de los Gobernantes, cuando se refería a la inaceptable desproporción de la riqueza poseída por unos pocos y la pobreza de muchos. Este fue un Papa de finales del siglo XIX. Pero habría que recordar también las continuas críticas del añorado Francisco a la economía que mata y a la indiferencia ante la tragedia que sufren los migrantes, el comercio de armas o la deuda externa.

El propio León XIV defendía en el citado encuentro que una buena acción política puede ofrecer un servicio a la paz y a la concordia al favorecer la justa distribución de recursos. También pedía respeto para la libertad religiosa y la creencia en Dios, pues «es en la vida de las personas y las comunidades una inmensa fuente de bien y de verdad». Y defendía un criterio fundamental, a menudo olvidado por los representantes políticos actuales: la ley natural. «Constituye la brújula por la que orientarse a la hora de legislar y actuar, particularmente en delicadas cuestiones éticas que hoy se plantean de forma mucho más contundente que en el pasado, tocando al ámbito de la intimidad personal»

Este discurso, en el que León XIV propuso a Tomás Moro como modelo, lleva a otro, histórico, de Benedicto XVI ante representantes de la sociedad británica en el Westminster Hall en 2010. Aquel día, tras criticar la respuesta a la crisis financiera que provocó el sufrimiento de muchas personas, dijo que tanto la política como la economía deben tener una base ética y moral. Y aquí es donde entra el papel de la religión.

«La religión no es un problema que los legisladores deban solucionar, sino una contribución vital al debate nacional. […] Y hay otros que sostienen —paradójicamente con la intención de suprimir la discriminación— que a los cristianos que desempeñan un papel público se les debería pedir a veces que actuaran contra su conciencia. Estos son signos preocupantes de un fracaso en el aprecio no solo de los derechos de los creyentes a la libertad de conciencia y a la libertad religiosa, sino también del legítimo papel de la religión en la vida pública».

Pues eso. Que ni la religión, ni la Iglesia, ni tampoco los obispos son el problema.

Fran Otero

Fuente: Ecclesia