León XIV se reunió hoy en la basílica vaticana con los obispos llegados a Roma para su Jubileo y los exhortó a “ir contracorriente” para “anunciar que la esperanza no defrauda”, incluso contra la evidencia de situaciones dolorosas que parecen no tener salida. El Pontífice les recomendó pobreza evangélica, cercanía y una actitud firme y decidida en los casos de escándalo.
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El encuentro del Papa con los obispos con motivo de su jubileo (@Vatican Media). Dominio público |
Tras la peregrinación a la Puerta Santa de la Basílica
de San Pedro y la participación en una misa, los prelados escucharon la
meditación del Santo padre, que comenzó agradeciendo a todos su
compromiso de venir “en peregrinación a Roma sabiendo bien cuánto sean
apremiantes las exigencias del ministerio”. León XIV describió, a
continuación, los rasgos que deben caracterizar a los obispos, pastores que son
ejemplo con su palabra y su testimonio, que a veces tienen que “ir contra
corriente” para “proclamar que la esperanza no defrauda” porque “no viene de
nosotros, sino de Dios”.
Los rasgos del testimonio de los obispos
“El pastor
es testigo de esperanza con el ejemplo de una vida firmemente anclada en Dios y
totalmente dedicada al servicio de la Iglesia” - afirmó el Papa – describiendo
a continuación los rasgos que caracterizan su testimonio:
En primer
lugar, “el obispo es el principio
visible de unidad en la Iglesia particular que le ha sido confiada”.
“Su tarea es velar para que ella se edifique en la comunión entre todos sus
miembros y con la Iglesia universal, valorizando la contribución de los
diversos dones y ministerios para el crecimiento común y la difusión del
Evangelio”. En este servicio, como en toda su misión, “el obispo cuenta con una
gracia divina especial que le fue conferida en la ordenación episcopal”, que lo
sostiene como maestro de la fe.
El segundo
lugar el obispo como hombre
de vida teologal. Es decir, es “hombre plenamente dócil a la acción del
Espíritu Santo, que suscita en él la fe, la esperanza y la caridad y las alimenta,
como la llama del fuego, en las diferentes situaciones existenciales”.
“El obispo
es también hombre
de fe”, prosiguió el Pontífice, “es el intercesor, porque el Espíritu
mantiene viva en su corazón la llama de la fe”. “Es alguien que, por la gracia
de Dios, ve más allá, ve la meta y permanece firme en la prueba” como Moisés
quien, llamado por Dios para guiar al pueblo hacia la tierra prometida, “se
mantuvo firme”.
En esta
misma perspectiva, el obispo es hombre de esperanza, porque
“la fe es la garantía de los bienes que se esperan, la plena certeza de las
realidades que no se ven”, afirmó León XIV, precisando:
Especialmente cuando
el camino del pueblo se hace más difícil, el pastor, por virtud teologal, ayuda
a no desesperar; no con las palabras, sino con la cercanía. Cuando
las familias llevan cargas excesivas y las instituciones públicas no las
sostienen adecuadamente; cuando los jóvenes están decepcionados y hartos de
mensajes falsos; cuando los ancianos y las personas con discapacidades graves
se sienten abandonados, el obispo está cerca y no ofrece recetas, sino la
experiencia de comunidades que tratan de vivir el Evangelio con sencillez y
compartiendo con generosidad.
De esta
manera, su fe y su esperanza se funden en él como “hombre de caridad pastoral”.
Toda la vida del obispo, todo su ministerio, tan diverso y multiforme,
encuentra su unidad en lo que san Agustín llama amoris officium: “En la
predicación, en las visitas a las comunidades, en la escucha a los presbíteros
y a los diáconos, en las decisiones administrativas”. El obispo da “ejemplo de
amor fraternal” hacia sus hermanos obispos, hacia sus colaboradores más
cercanos, como también hacia los sacerdotes en dificultades o enfermos. Su
corazón es abierto y accesible, y así es también su casa”.
Las virtudes indispensables
Después de
abordar “el núcleo teológico de la vida del pastor” el Papa citó otras virtudes
indispensables:
la prudencia pastoral, la pobreza, la perfecta continencia en el celibato y las
virtudes humanas.
La prudencia
pastoral – explicó – “es la sabiduría práctica que guía al Obispo en
sus decisiones, en el gobierno, en las relaciones con los fieles y con sus
asociaciones. Una clara señal de prudencia es el ejercicio del diálogo como
estilo y método en las relaciones, y también en la presidencia de los
organismos de participación, es decir, en la gestión de la sinodalidad en la
Iglesia particular”. “En este aspecto – subrayó León XIV - el Papa
Francisco nos ha hecho dar un gran paso adelante, insistiendo, con sabiduría
pedagógica, en la sinodalidad como dimensión de la vida de la Iglesia”.
La prudencia pastoral
permite al obispo guiar a la comunidad diocesana valorizando sus tradiciones y
promoviendo nuevos caminos y nuevas iniciativas.
Otra
virtud para dar testimonio del Señor Jesús, es la pobreza evangélica del
obispo:
Tiene un estilo
sencillo, sobrio y generoso, digno y al mismo tiempo adecuado a las condiciones
de la mayoría de su pueblo. Las personas pobres deben encontrar en él un padre
y un hermano, sin sentirse incómodas al encontrarse con él o al entrar en su
casa. Está personalmente desapegado de las riquezas y no cede a favoritismos
basados en estas o en otras formas de poder.
“Junto con
la pobreza efectiva, el obispo también vive esa otra forma de pobreza que es el
celibato y la virginidad por el Reino de los Cielos”, afirmó también
el Papa, añadiendo:
No se trata sólo de
ser célibe, sino de practicar la castidad del corazón y de la conducta y, de
este modo, vivir el seguimiento de Cristo, para poder manifestar a todos la
verdadera imagen de la Iglesia, que es santa y casta en sus miembros como en su
Cabeza. Además, deberá ser firme y decidido al afrontar las situaciones que
puedan provocar escándalo, así como cualquier caso de abuso, especialmente
contra menores, ateniéndose a las disposiciones vigentes.
Cultivar las virtudes humanas “a semejanza de Cristo”
Por
último, el pastor está llamado además a cultivar aquellas virtudes humanas que
también los Padres conciliares quisieron mencionar en el Decreto Presbyterorum
Ordinis:
La lealtad, la
sinceridad, la magnanimidad, la apertura de mente y de corazón, la capacidad de
alegrarse con los que se alegran y sufrir con los que sufren; y también el
dominio de sí mismo, la delicadeza, la paciencia, la discreción, una gran
propensión a escuchar y al diálogo, la disponibilidad al servicio. También
estas virtudes, de las que cada uno de nosotros está más o menos dotado por
naturaleza, podemos y debemos cultivarlas a semejanza de Jesucristo, con la
gracia del Espíritu Santo.
Antes de
impartirles su bendición apostólica y de que renovaran su profesión de fe, el
Papa León XIV encomendó a sus hermanos obispos a la intercesión de la Virgen
María y de los santos Pedro y Pablo para que les obtengan “las gracias que más
necesitan”.
Que los ayuden a ser
hombres de comunión, a promover siempre la unidad en el presbiterio diocesano,
y que cada sacerdote, sin excepción, pueda experimentar la paternidad, la
fraternidad y la amistad del obispo”. Este espíritu de comunión anima a los
presbíteros en su compromiso pastoral y hace crecer en la unidad a la Iglesia
particular.
Fuente: Vatican News