«Cada vez que comáis este pan y bebáis de este cáliz, daréis testimonio de mi muerte y mi resurrección».
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Dominio público |
En el evangelio encontramos un
pasaje que también nos deja atónitos. Así lo hizo con los contemporáneos de
Jesús que pudieron verlo y dejaron testimonio escrito de este sorprendente
hecho. En una ocasión, Jesús estaba enseñando y le seguía mucha gente. Por
otros pasajes del evangelio, sabemos que, a medida que la fama de Jesús crecía,
muchísima gente acudía a escuchar sus enseñanzas y a pedirle que les curara de
sus enfermedades. Al poco de comenzar su predicación, cerca de tres mil
personas se habían reunido en el lago de Genesaret y, según el evangelio, unos
cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños, se encontraban en esta ocasión reunidos
en torno a Jesús.
Un inmensa multitud se extendía en
el campo que estaba ante él. Pasaba el mediodía y entró preocupación a los
discípulos acerca de como iba a comer toda aquella gente si no se marchaban ya
a las aldeas cercanas. Sin duda era un problema logístico sin posible solución
para ellos. Jesús, sin embargo, tomó unos pocos panes y un par de peces que
tenía un chiquillo en su cesta, bendijo al Padre y comenzó a repartirlo entre
todos a través de los discípulos. Y no sólo hubo para que todos se saciaran,
sino que, con las sobras, se llenaron doce cestas más. La gente, como no podía
ser de otra forma, se entusiasmó y querían hacerlo rey. Aquel hombre tenía
poder para cumplir lo que había profetizado Isaías. Pero Jesús lo rechazó.
Verdaderamente él tenía poder para hacer eso, pero esta no iba a ser la forma.
Al inicio de su última cena con un
grupo de discípulos, entre los que se encontraban los apóstoles, Jesús tomó un
pan, lo partió y les dijo: «tomad, comed, esto es mi cuerpo». Luego tomó un
cáliz lleno de vino y les dijo: «tomad, bebed, esta es mi sangre». Luego, según
un testimonio que recibió san Pablo, añadió: «Cada vez que comáis este pan y
bebáis de este cáliz, daréis testimonio de mi muerte y mi resurrección». Esta
es la forma en la que se cumple aquel sorprendente anuncio de Isaías. Hoy, cada
día, y especialmente cada semana, el domingo, millones de personas acudimos
gratis a comer este pan, a beber este vino. Y no es pan y vino lo que comemos,
sino el mismísimo cuerpo y la mismísima sangre de Jesucristo.
Y esto no termina aquí. Para que el
testimonio de la muerte y la resurrección de Jesús pueda llegar a todos, el
Cuerpo de Cristo sale a la calle acompañado de este otro cuerpo, de este pueblo
que es la Iglesia. «Tomad y comed», parece que nos dice Jesús desde la
custodia. Nosotros no conocemos la vida de cada uno, pero él si la conoce, como
conocía la de aquellos más de cinco mil a los que dio de comer en una de las
laderas que rodean el lago de Genesaret. Y desea ardientemente que todos los
que quieran puedan comer y beber gratis. Para eso solo es necesario sentarse a
escucharle, abrir el corazón a la vida que él nos quiere dar; dejar de vivir
encerrados en nosotros mismos, en nuestras posturas y en proyectos de vana felicidad
que, verdaderamente, no nos llevan a ninguna parte más que al enfrentamiento.
Seguir a Jesús, escucharle y obedecer, es lo único necesario para poder comer
de este pan que se ofrece a todos.
+ Jesús Vidal