Posiblemente haya pocos trabajos con mayor efecto en nuestro tiempo que el de los comunicadores sociales.
![]() |
Ascensión del Señor. Dominio público |
Por eso, en
este domingo de la Ascensión del Señor en el que la Iglesia celebra la Jornada
Mundial de las Comunicaciones Sociales, quiero dirigirme a los periodistas, a
los comunicadores, a todos los que se dedican a esta noble tarea.
Creo, al mismo tiempo, que esta reflexión
puede ser valiosa para todos, pues todos comunicamos, aunque sea a menor
escala, también digna de atención por su efecto en nuestro ambiente social más
próximo.
Agradezco a los periodistas la
acogida que me han dado en Segovia. Mis encuentros con vosotros, en estos
primeros meses, han sido siempre agradables y en un tono que favorecía la
comunicación. Sois servidores públicos, pues nos ayudáis a todos a conocer de
la forma más amplia posible lo que sucede entre nosotros y, también, a
comunicar aquello que queremos que todos conozcan. Por eso, vuestro impacto en
la sociedad es grande, sobre todo por el ambiente que se genera en lo que
conocemos como “opinión pública” a través de la información.
Sois simplemente los mensajeros y,
por tanto, no sois responsables de las cosas que suceden. Pero, como bien
sabéis, el medio es en gran parte el mensaje y, por tanto, la forma en la que
se hacen llegar los acontecimientos influye en el ánimo que queda en los que os
escuchamos o leemos. Como decía hace poco el papa León XIV en sus palabras a
los comunicadores que cubrieron el cónclave en Roma, «el modo en que
comunicamos tiene una importancia fundamental».
Por eso, me atrevo a proponeros que
nos ayudéis a comunicar la esperanza “desarmando”, en primer lugar, el modo de la
comunicación. Una comunicación “armada”, que presenta al otro como enemigo,
genera en nosotros miedo y desesperación, prejuicio, fanatismo e incluso odio.
No es extraño ver a alguna persona en nuestras casas encenderse o reaccionar con
exaltación ante una noticia o un comentario. ¿Qué estamos sembrando? ¿Paz, o
conflicto? El único arma de la que es lícito valerse en la comunicación es la
verdad. La verdad está vinculada a la relación.
No puede haber relaciones sociales
firmes establecidas sobre la mentira. La verdad es, por tanto, el eje central
de la comunicación, generando confianza. Si bien es cierto que el comunicador
impregna con su subjetividad la información, necesitamos purificar de
agresividad muchos de nuestros mensajes para que la verdad llegue más sencilla
y cristalina. Así, aunque la comunicación sea menos efectiva en cuanto a su
impacto, será mucho más constructiva para una sociedad más pacificada, y con
mayor capacidad de diálogo y escucha.
En el mensaje que el papa Francisco
dejó escrito para esta jornada el pasado mes de enero, nos daba tres consejos
para comunicar la esperanza. Me atrevo a parafrasearlos en un orden diverso. En
primer lugar, nos invitaba a dar razón de nuestra esperanza. Esto
requiere que seamos capaces, cada uno, de reconocer la esperanza en nuestro
propio corazón. Uno que escribe desde la desesperanza, desde el rencor o el
ánimo de vindicación no puede transmitir más que aquello que guarda en su
corazón.
En segundo lugar, que nuestra
comunicación sea dada con cuidado y respeto. Cuando damos una noticia
acerca de una persona, hemos de pensar que sobre todo es eso: una persona. No
lo olvidemos, pues por muy errado que esté uno, por muy malo que resulte lo que
alguien ha hecho, no podemos cosificarle, dejar de mirarle como una persona,
merecedora siempre de un trato justo y digno, especialmente en la denuncia de
un mal.
En tercer lugar, el papa nos
invitaba a acoger a Cristo resucitado en el corazón y dejar que su luz brille
en nosotros. Esta es la noticia que nosotros, como Iglesia, podemos ofreceros a
vosotros como un don, aun sabiendo que muchos pueden pensar que esta noticia ya
no tiene valor para la gente. Nosotros somos testigos de su fuerza regeneradora
y, por eso, no podemos dejar de comunicarla de una u otra forma.