El Papa Francisco señaló que la muerte “no es el fin de todo, sino el comienzo de algo”, en sus reflexiones contenidas en el prólogo del libro “En espera de un nuevo comienzo
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Crédito: Vatican Media |
Reflexiones
sobre la vejez”, escrito por el arzobispo emérito de Milán, el Cardenal Angelo
Scola.
En el texto
inédito, escrito por el Santo Padre el pasado 7 de febrero pero divulgado por
el portal de noticias del Vaticano, Vatican
News, este martes 22 de abril, asegura que las páginas del libro
del Cardenal Scola son “una confesión sincera de cómo se prepara para el
encuentro final con Jesús”.
Del texto
emerge, según el Pontífice, la “certeza reconfortante” de que “la muerte no es
el fin de todo, sino el comienzo de algo”.
“Es un nuevo
comienzo, como sabiamente lo destaca el título, porque la vida eterna, que los
que aman ya experimentan en la tierra dentro de las ocupaciones de cada día, es
el inicio de algo que no tendrá fin. Y es precisamente por eso que es un nuevo
comienzo, porque experimentaremos algo que nunca hemos experimentado
plenamente: la eternidad”, explica el Santo Padre.
El volumen del
purpurado italiano, editado por la Libreria Editrice Vaticana, saldrá a la
venta en las librerías a partir del jueves 24 de abril.
El Papa
Francisco recuerda que después de ser elegido Pontífice en marzo de 2013, ya
revestido con “el hábito blanco del Papa, en la Capilla Sixtina” abrazó “con
gran estima y afecto” al Cardenal Scola, al que llama en el texto “mi hermano,
Angelo”.
Tras constatar
que, en febrero ambos estaban ya “mayores”, asegura que “siempre” estarán
“unidos por la gratitud hacia este Dios amoroso” que ofrece “vida y esperanza a
cualquier edad”
El Pontífice
también reflexiona así sobre la vejez, una etapa que debería ser sinónimo de
“experiencia, sabiduría, conocimiento, discernimiento, reflexión, escucha,
lentitud…¡Valores que necesitamos desesperadamente!”.
Lea a
continuación el texto íntegro del Papa Francisco:
Leo con emoción
estas páginas nacidas del pensamiento y del afecto de Angelo Scola, querido
hermano en el episcopado y persona que ha desempeñado delicados servicios en la
Iglesia, por ejemplo habiendo sido rector de la Pontificia Universidad
Lateranense, después patriarca de Venecia y arzobispo de Milán.
En primer
lugar, quiero expresar mi agradecimiento por esta reflexión que combina
experiencia personal y sensibilidad cultural como pocas veces he leído. Una, la
experiencia, ilumina a la otra, la cultura; el segundo corrobora al primero. En
este feliz entrelazamiento, la vida y la cultura florecen con belleza.
No se dejen
engañar por la brevedad de este libro: son páginas muy densas, para leer y
releer. Tomo de las reflexiones de Angelo Scola algunas ideas que están
particularmente en línea con lo que mi experiencia me ha hecho comprender.
Angelo Scola
nos habla de la vejez, de su vejez, que —escribe con un toque de confianza que
desarma— «me sobrevino con una aceleración repentina y en muchos aspectos
inesperada».
Ya en la
elección de la palabra con la que se define, «viejo», encuentro una consonancia
con el autor. Sí, no hay que tener miedo a la vejez, no hay que tener miedo de
abrazar el envejecimiento, porque la vida es vida y edulcorar la realidad
significa traicionar la verdad de las cosas.
Devolverle el
orgullo a un término que a menudo se considera insano es un gesto por el que
debemos estar agradecidos al cardenal Scola.
Porque decir
«viejo» no significa «tirar a la basura», como a veces lleva a pensar una
cultura degradada del usar y tirar. Decir viejo, en cambio, significa decir
experiencia, sabiduría, conocimiento, discernimiento, reflexión, escucha,
lentitud… ¡Valores que necesitamos desesperadamente!
Es cierto que
envejecemos, pero ese no es el problema: el problema es cómo envejecemos. Si
vives este tiempo de la vida como una gracia, y no con resentimiento; si
acogemos con sentido de gratitud y de reconocimiento el período (incluso largo)
en el que experimentamos la disminución de las fuerzas, el cansancio creciente
del cuerpo, los reflejos ya no son los mismos que los de la juventud, y bien,
también la vejez se convierte en una edad de vida, como nos enseñó Romano
Guardini, verdaderamente fecunda y capaz de irradiar el bien.
Angelo Scola
destaca el valor humano y social de los abuelos. He subrayado repetidamente que
el papel de los abuelos es de importancia fundamental para el desarrollo
equilibrado de los jóvenes y, en última instancia, para una sociedad más
pacífica, porque su ejemplo, sus palabras, su sabiduría pueden inculcar en los
más jóvenes una visión de largo plazo, la memoria del pasado y el anclaje en
valores que perduren.
En el frenesí
de nuestras sociedades, a menudo entregadas a lo efímero y al gusto malsano por
las apariencias, la sabiduría de los abuelos se convierte en un faro que
brilla, ilumina la incertidumbre y da dirección a los nietos que pueden sacar
de su experiencia un «más» respecto a su vida cotidiana.
Las palabras
que Angelo Scola dedica al tema del sufrimiento, que a menudo aparece cuando
envejecemos y, en consecuencia, cuando morimos, son joyas preciosas de fe y de
esperanza.
En los
argumentos de este hermano obispo escucho ecos de la teología de Hans Urs von
Balthasar y de Joseph Ratzinger, una teología «hecha de rodillas», impregnada
de oración y de diálogo con el Señor.
Por eso, decía
más arriba, que estas son páginas que nacen del «pensamiento y del afecto» del
cardenal Scola: no sólo del pensamiento, sino también de la dimensión afectiva,
que es a lo que se refiere la fe cristiana, siendo el cristianismo no tanto una
acción intelectual o una elección moral, sino más bien el afecto a una Persona,
ese Cristo que vino a nuestro encuentro y decidió llamarnos amigos.
La misma
conclusión de estas páginas de Angelo Scola, que son una confesión sincera de
cómo se prepara para el encuentro final con Jesús, nos da una certeza
reconfortante: la muerte no es el fin de todo, sino el comienzo de algo.
Es un nuevo
comienzo, como sabiamente lo destaca el título, porque la vida eterna, que los
que aman ya experimentan en la tierra dentro de las ocupaciones de cada día, es
el inicio de algo que no tendrá fin.
Y es
precisamente por eso que es un «nuevo» comienzo, porque experimentaremos algo
que nunca hemos experimentado plenamente: la eternidad.
Con estas
páginas en mis manos, quisiera idealmente volver a realizar el mismo gesto que
hice apenas revestí el hábito blanco del Papa, en la capilla Sixtina: abrazar
con gran estima y afecto a mi hermano Angelo, ahora, ambos, mayores que aquel
día de marzo de 2013. Pero siempre unidos por la gratitud hacia este Dios
amoroso que nos ofrece vida y esperanza a cualquier edad de nuestra vida.
Ciudad del
Vaticano, 7 de febrero de 2025
Por Victoria
Cardiel
Fuente: ACI Prensa