La meditación de Fray Roberto Pasolini fue una invitación a hacer del abandono confiado el corazón de la vida cristiana
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El predicador
de la Casa Pontificia, Fray Roberto Pasolini, pronunció la homilía durante la
celebración de la Pasión del Señor en la Basílica de San Pedro, que por
decisión del Papa fue presidida por el cardenal Claudio Gugerotti, prefecto del
Dicasterio para las Iglesias Orientales. El religioso capuchino propuso la
inteligencia de la Cruz como respuesta al dolor humano.
En un Viernes
Santo teñido de silencio, recogimiento y profundo simbolismo, este 18 de abril,
el padre Roberto Pasolini, Predicador de la Casa Pontificia, ofreció una
meditación que resonó como un eco poderoso en el corazón del Jubileo 2025
durante la celebración de la Pasión del Señor en la Basílica de San Pedro, tras
la proclamación de la Pasión de
nuestro Señor Jesucristo según san Juan 18, 1–19, 42.
La ceremonia,
presidida por el cardenal Claudio Gugerotti, delegado del Santo Padre (quien
prosigue su convalecencia) y prefecto del Dicasterio para las Iglesias
Orientales, reunió a cerca de 4.500 fieles. La liturgia, marcada por su
sobriedad y profundidad, constó de tres partes: la Liturgia de la Palabra, la
adoración de la Cruz y la comunión.
En ese marco
solemne, el predicador capuchino invitó a contemplar no el fracaso del Hijo de
Dios, sino su triunfo oculto en el madero. "La cruz no calcula, sino que
ama", afirmó. Y frente a un mundo impulsado por inteligencias artificiales
y algoritmos que definen deseos y decisiones, Pasolini planteó una inteligencia
distinta, profundamente relacional, capaz de amar, de entregarse y de confiar.
Una fe que se
afirma en la prueba
A partir de
tres frases pronunciadas por Jesús durante su Pasión —“Soy yo”, “Tengo sed” y
“Está cumplido”— Pasolini desarrolló un itinerario espiritual que invita a
asumir el sufrimiento no como una derrota pasiva, sino como un acto libre de
amor total.
El primer
momento, "Soy yo", pronunciado en el huerto de Getsemaní ante quienes
iban a arrestarlo, revela que Jesús no fue una víctima del destino, sino que
dio un paso al frente, aceptando activamente su pasión. Esa misma libertad,
recordó Pasolini, es la que cada creyente puede encontrar al enfrentar el
dolor: "Darse un paso adelante" es elegir confiar incluso en lo que
no comprendemos, permaneciendo interiormente libres ante la adversidad.
El segundo
momento, "Tengo sed", revela el misterio de un Dios que no teme
mostrar su necesidad. En la cruz, Jesús pide. Reconoce su vulnerabilidad. Y en
ello, enseña que también nosotros, cuando aceptamos nuestra fragilidad sin
vergüenza, nos abrimos al amor más verdadero, ese que nace no del poder, sino
de la humildad de dejarnos ayudar.
Por último,
"Está cumplido" expresa la plenitud de quien ha entregado todo. No se
trata de resignación, sino de una afirmación final: la misión está realizada,
el amor se ha consumado. Así, la cruz se revela como el lugar donde la
debilidad es transformada en don, y donde el sufrimiento, abrazado con fe, se
convierte en fuente de vida.
La Cruz: única
dirección posible
Pasolini no
evitó mencionar las tensiones de nuestro tiempo: la obsesión por el
rendimiento, el individualismo rampante, la tentación de evitar todo límite o
fracaso. Frente a esto, recordó que el camino cristiano no es otro que el de la
cruz, no como símbolo de dolor sin sentido, sino como expresión suprema del
amor que se da hasta el extremo.
A la luz del
Jubileo, en el que el Papa ha propuesto a Cristo como "ancla de nuestra
esperanza", el predicador exhortó a todos a confiar plenamente en el
misterio de la cruz, como "trono de gracia" donde encontrar
misericordia y auxilio. Un gesto sencillo —acercarse en silencio a besar el
madero— se convirtió así en profesión de fe viva, en renovación de la
esperanza, en acto de abandono total.
Abandonarse
como Cristo
En última
instancia, la meditación de Fray Roberto Pasolini fue una invitación a hacer
del abandono confiado el corazón de la vida cristiana. No un abandono
resignado, sino una entrega libre, luminosa, como la de Jesús, que al inclinar
la cabeza, "encomendó el espíritu". En esta entrega, se revela la
única verdad que salva al mundo: Dios es Padre. Y en Cristo, todos somos
hermanas y hermanos.
En medio del
dolor humano, del desconcierto, de los caminos inciertos, la cruz —como recordó
el predicador— no es el final, sino la dirección. Y por ella, transita el amor
más grande.
Sebastián
Sansón Ferrari
Ciudad del
Vaticano
Vatican News
