San Juan XXIII llegó a calificar al templo excavado en la roca como «insigne entre los mejores» y decretó que «queda nulo y sin efecto desde ahora cuanto aconteciere atentar» contra el monumento
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Paula Argüelles |
Hubo un tiempo
en que la Iglesia católica reconocía al Valle de los Caídos como
«obra única y monumental» que «ha hecho construir Francisco Franco
Bahamonde, Caudillo de España» y que «llena de no pequeña admiración a los
visitantes». Y no lo dijo un eclesiástico cualquiera. Fue el mismísimo
Papa Juan XXII quien, en su carta apostólica Salutiferae
Crucis, con la que «se elevaba al honor y dignidad de basílica menor la
iglesia de la Santa Cruz del Valle de los Caídos», se expresaba en estos
términos encomiásticos.
«Yérguese
airoso en una de las cumbres de la sierra de Guadarrama, no lejos de la Villa
de Madrid, el signo de la Cruz Redentora, como hito hacia el cielo,
meta preclarísima del caminar de la vida terrena, y a la vez extiende sus
brazos piadosos a modo de alas protectoras, bajo las cuales los muertos gozan
el eterno descanso», comienza la carta, fechada el 7 de abril de 1960 y ahora
bastante olvidada por muchos, pero que se puede consultar en la propia web del Vaticano. Con estas palabras, el «Papa
bueno» definía a la Cruz del Valle, la más grande del mundo, con
sus 152 metros de altura y más de 46 metros de
longitud en sus brazos.
«Este monte
sobre el que se eleva el signo de la Redención humana ha sido excavado en
inmensa cripta, de modo que en sus entrañas se abre amplísimo
templo, donde se ofrecen sacrificios expiatorios y continuos sufragios por
los Caídos en la guerra civil de España, y allí, acabados los padecimientos,
terminados los trabajos y aplacadas las luchas, duermen juntos el
sueño de la paz, a la vez que se ruega sin cesar por toda la
nación española», proseguía San Juan XXIII para referirse a la inmensa basílica
de 260 metros donde reposan los cuerpos de más de
33.000 caídos de ambos bandos de la contienda fratricida.
Un valioso
patrimonio
En la misma
carta, el Papa recordaba la presencia de «una abadía de monjes benedictinos de
la congregación de Solesmes, quienes diariamente celebran los Santos Misterios
y aplacan al Señor con sus preces litúrgicas». Algunos de los
monjes que habían llegado en 1957 desde Santo Domingo de Silos (Burgos)
hasta el Valle de los Caídos siguen aún con vida, como es el caso del abad
emérito fray Anselmo Álvarez y algunos más.
San Juan XXIII
detallaba a continuación numerosos aspectos del templo subterráneo, como las
«altísimas verjas forjadas con suma elegancia» que dan acceso al
recinto sagrado, decorado a su vez «con preciosos tapices historiados».
Se refería el Papa a la magistral colección de ocho paños de gran tamaño que
componen la colección del Apocalipsis de San Juan que encargó
el emperador Carlos I de España y V de Alemania en Flandes
alrededor del 1553 y que se pueden admirar aún hoy en la nave de la basílica.
«En el centro del crucero está colocado el Altar Mayor, cuya mesa,
de un solo bloque de granito pulimentado, de magnitud asombrosa,
está sostenida por una base decorada con bellas imágenes y símbolos», prosigue
el Santo Padre en su carta apostólica. «No se debe pasar por alto el
riquísimo mosaico en que aparecen Cristo en su majestad, la
piadosísima Madre de Dios, los apóstoles de España Santiago y San Pablo y
otros bienaventurados y héroes que hacen brillar con luz de paraíso la cúpula
de este inmenso hipogeo», detalla.
«Insigne
entre los mejores»
A juicio del
Papa que convocó el Concilio Vaticano II, el templo excavado en el risco de la
Nava es, «por el culto que en él se desarrolla y por sus obras de arte, insigne
entre los mejores, y lo que es más de apreciar, noble sobre todo por
la piedad que inspira». Por todos estos motivos, San Juan XXIII decidió
elevarla al rango de basílica menor, «sin que pueda obstar nada en contra». Y
termina con una aseveración que cobra especial importancia en
estos momentos: «Esto mandamos, determinamos, decretando que las presentes
Letras sean y permanezcan siempre firmes, válidas y eficaces y
que consigan y obtengan sus plenos e íntegros efectos y las acaten en su
plenitud aquellos a quienes se refieran actualmente y puedan referirse
en el futuro; así se han de interpretar y definir; y queda nulo y
sin efecto desde ahora cuanto aconteciere atentar contra ellas,
a sabiendas o por ignorancia, por quienquiera o en nombre de cualquiera
autoridad».
Y es que, como
se ha conocido en días pasados, el Vaticano y el Ejecutivo de Pedro
Sánchez estarían negociando una «resignificación» del Valle de los
Caídos que lo despojaría de elementos que no gustan a los socialistas. Se ha
planteado que gran parte de la basílica se convierta en una zona de exposición
—precisamente en el área donde se encuentran enterrados varios miles de
cuerpos, entre ellos, decenas de mártires ya beatificados por la
Iglesia— y que «el riquísimo mosaico» de la cúpula al que se refería San
Juan XXIII sea alterado para adecuarlo a las exigencias del Gobierno. Además,
Sánchez ha mostrado su total predisposición a seguir desenterrando
cuerpos para «devolverlos» a las familias, a pesar de las exigencias
de muchas de ellas de que dejen reposar a sus difuntos en paz.
Veremos si las
palabras del «Papa bueno» han caído en saco roto o si, finalmente, se mantienen
vigentes pese al discurrir del tiempo.
Álex Navajas
Fuente: El Debate