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Dominio público |
Pero, continuó el Papa, la parábola no acaba ahí. El rey se estaba paseando por la sala del banquete y vio a uno que no llevaba el traje adecuado. Le preguntó acerca de por qué no iba vestido conforme a la fiesta y, ante el silencio de este invitado, pidió que lo echaran fuera. El Papa nos dijo que las dos cosas eran importantes: invitar a todos a que vengan a la Iglesia y procurar que se dejen vestir de Cristo. Para lo segundo, decía el Papa, es importante la paciencia, esperar siempre, hasta el final, antes de que alguien se salga de la fiesta.
Me recordaba esta anécdota el Evangelio que hemos leído este domingo, que es el que cuenta la historia de dos hijos y su padre misericordioso, comúnmente conocido como la del hijo pródigo. El introito de la parábola es la murmuración de los fariseos, que critican a Jesús porque acoge a pecadores y come con ellos. El verbo acoger en el diccionario de la real academia tiene múltiples acepciones, muchas de ellas semejantes y diferenciadas por pequeños matices. Pero estos son importantes para definir qué significa para Jesús «acoger».
Me quedo con los cinco primeros significados, que son los que se refieren a una persona como sujeto. La primera se refiere a «admitir a uno en la propia casa», semejante a la cuarta que refiere simplemente a «recibir». La segunda añade el matiz de «refugiar a alguien» que está en una situación desfavorable. Este último sentido de «proteger» y «amparar» aparece también en la quinta acepción. Pero es la tercera acepción la que puede generar alguna confusión: «aceptar algo o admitirlo como bueno». Cuando Jesús acoge a los pecadores y come con ellos, ¿acoge como bueno su situación de pecado aceptándola como un camino virtuoso para la vida? Ciertamente, parece claro que no.
La parábola del padre y sus dos hijos nos da luz acerca de cómo acoge Jesús. Me quedo con dos rasgos de esta forma de acogida. El primero es la paciencia. El padre no ha quedado herido de rencor porque su hijo haya negado su paternidad y le haya “matado” al llevarse su parte de la herencia. Misma paciencia presenta ante la dureza que su otro hijo manifiesta al no poder participar de la alegría de su padre por la llegada de su hermano a casa.
El segundo rasgo es que el padre, en esa paciencia, no renuncia en ningún momento a su paternidad como fuente de sentido: por un lado, abraza al hijo menor y ordena rápidamente preparar la fiesta; por otro, sale al encuentro del mayor para rogarle que entre. No es fácil para nosotros este equilibrio. Ya san Agustín, en su obra “Contra Fausto” había señalado que «Dios ama a todos los hombres, pero rechaza el pecado. Por lo tanto, debemos amar a los hombres, pero rechazar el pecado que ellos cometen». Lo mismo que nosotros somos amados, y por eso corregidos, en nuestro propio pecado.
No
pongamos nosotros freno al camino que Dios quiera hacer con cada uno. Todos somos
acogidos en la Iglesia y, al mismo tiempo, todos hemos de acoger a la Iglesia
como es.
+ Jesús Vidal
Obispo de Segovia
Fuente: Diócesis de Segovia