Sexta meditación de los ejercicios espirituales de Cuaresma celebrados en el Aula Pablo VI para la Curia Romana y en comunión con el Papa
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El predicador
pontificio reflexionó sobre el sacramento que abre la vida cristiana: supone
confiar en Dios y dejarse conducir hacia horizontes inexplorados
El camino de la
salvación se manifiesta como un renacimiento espiritual, ilustrado en el
Evangelio de Juan a través del diálogo entre Jesús y Nicodemo. Jesús afirma que
para ver el Reino de Dios hay que «nacer de nuevo de lo alto», un concepto que
desconcierta a Nicodemo y exige un cambio profundo y radical. Esta
transformación no es fácil y a menudo suscita miedo, ya que exige abandonar
certezas y patrones establecidos.
Jesús explica
que el renacimiento se produce a través del agua y del Espíritu, no como un
retorno biológico a la infancia, sino como una nueva apertura a la acción del
Espíritu. Muchos temen el cambio e intentan aferrarse a experiencias pasadas,
pero el verdadero renacimiento implica confiar en Dios y dejarse llevar hacia
horizontes inexplorados. Este pasaje recuerda el Éxodo de Israel en el
desierto, donde el pueblo temía la muerte, pero encontró la salvación mirando a
un signo ofrecido por Dios. Hoy, el signo de la salvación es Cristo levantado
en la cruz.
El bautismo es
el símbolo de esta nueva vida: no un cambio inmediato y visible, sino el
comienzo de un camino de transformación. Sin embargo, a lo largo de la
historia, la eficacia del bautismo ha decaído, convirtiéndose a menudo en un
rito cultural más que en una opción consciente de fe. Esto ha provocado una
crisis en la Iglesia, donde la vida cristiana parece distante y abstracta para
muchos.
Jesús nos
invita a una opción radical: anteponer nuestra relación con Él a cualquier otro
vínculo, no como negación de los afectos, sino como reconocimiento de que sólo
en Dios se encuentra la verdadera vida. Esto comporta la valentía de «perder la
vida» en sentido biológico y psíquico, para encontrarla en la dimensión eterna.
Por último,
Jesús utiliza la metáfora del parto para explicar que el renacimiento
espiritual es un pasaje doloroso pero necesario. Cada persona está llamada a
salir de su «vientre» de origen para acoger la plenitud de la vida eterna. San
Francisco es un ejemplo de quien ha abandonado toda seguridad para abrazar
plenamente la nueva vida en Cristo.
En última
instancia, el verdadero renacimiento no es una ilusión, sino una realidad
accesible a quienes se dejan transformar por el Espíritu, experimentando ya la
promesa de la eternidad.
Fuente: Vatican News