Cuando Dios creó al ser humano lo pensó como hombre y mujer, pero más allá de sus dones naturales, los dotó con otros que incluían no morir nunca
Es fascinante estudiar lo que los teólogos enseñan sobre la
creación, narrada en el Génesis, y todo lo que Dios deseó regalar al ser humano
-hombre y mujer- sus creaturas más perfectas, a las que hizo a "su imagen
y semejanza" (Gn 1, 26).
Más allá de
sus dones naturales -cuerpo, alma, inteligencia, poder sobre las creaturas -,
sin hablar de lo más grande: la amistad con Dios, el Creador los dotó con otros
dones que los hacían magníficos.
Los dones preternaturales
El Papa san
Juan Pablo II habló sobre los dones preternaturales durante la Audiencia General del miércoles 3 de septiembre de 1986 diciendo,
en primer lugar, que el hombre había hecho mal uso de sus facultades,
cometiendo el primer pecado. Continúa diciendo:
"A la
luz de la Biblia, el estado del hombre antes del pecado se presentaba como una
condición de perfección original, expresada, en cierto modo, en la imagen del
'paraíso' que nos ofrece el Génesis. Si nos preguntamos cuál era la fuente de
dicha perfección, la respuesta es que ésta se hallaba sobre todo en la amistad
con Dios mediante la gracia santificante y en aquellos dones, llamados en el
lenguaje teológico 'preternaturales', y que el hombre perdió por el
pecado"
(n. 5).
Los dones perdidos
Esos dones
divinos mantenían al ser humano unido a su Creador en perfecta armonía, pero
¿en qué consistían? De acuerdo con el Catecismo de la Iglesia católica, Adán y
Eva no debían sufrir y tenían dominio de sí mismos; es decir, estaban libres de
la triple concupiscencia, por lo que no estaban sometidos a los placeres de
ningún tipo (CEC 376-377).
Por eso,
dice san Juan pablo II, resulta muy elocuente la frase: "Estaban ambos
desnudos, el hombre y la mujer, sin avergonzarse de ello" (Gen 2, 25).
Así mismo,
fueron hechos "tan buenos" que Dios les otorgó su amistad:
"El
primer hombre fue no solamente creado bueno, sino también constituido en la
amistad con su creador y en armonía consigo mismo y con la creación en torno a
él; amistad y armonía tales que no serán superadas más que por la gloria de la nueva
creación en Cristo".
- CEC 374
No morirían nunca
Pero, quizá
lo que más impresiona a algunos es que Adán y Eva no morirían nunca. Ese no era
el plan de Dios:
(...)
nuestros primeros padres Adán y Eva fueron constituidos en un estado "de
santidad y de justicia original" (Concilio de Trento: DS 1511). Esta
gracia de la santidad original era una "participación de la vida divina"
(LG 2).
Por la
irradiación de esta gracia, todas las dimensiones de la vida del hombre estaban
fortalecidas. Mientras permaneciese en la intimidad divina, el hombre no debía
ni morir ni sufrir.
- CEC 375-37
Cristo, nuestro rescate
Sabemos que
la muerte entró en el mundo junto con el pecado, por eso, en el infinito amor
de Dios por nosotros, envió a su Hijo único para rescatarnos de la muerte
eterna, porque ha sido vencida por Él.
Por eso,
aunque se perdieron esos dones preternaturales, tenemos la alegría y la gran
esperanza de que, algún día, podremos participar de la vida eterna, como fue el
plan original de Dios para el ser humano, y que fue restaurado por nuestro
Señor Jesucristo.
Esforcémonos
para que así sea cuando llegue nuestro momento de encontrarnos con Él.
Mónica Muñoz
Fuente: Aleteia