¿Qué hacer frente a la disyuntiva?
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Crédito: Maico Pereira / Unsplash. |
La invitación al matrimonio de un familiar o amigo suele ser
motivo de alegría, pero para muchos católicos, ser invitado a una boda entre
personas del mismo sexo puede generar un profundo conflicto interno. ¿Cómo
conciliar la lealtad familiar o amistosa con las enseñanzas de la Iglesia? ¿Es
posible mostrar amor y respeto sin comprometer la fe?
Este dilema, cada vez más común en nuestra sociedad, pone a
prueba la conciencia de los fieles y plantea preguntas complejas sobre la
aplicación práctica de la doctrina católica en situaciones personales
delicadas.
La Iglesia Católica es clara en su posición sobre el matrimonio y la homosexualidad, pero la aplicación de
estas enseñanzas a situaciones personales puede resultar desafiante. Por un
lado, la Iglesia afirma que el matrimonio es una unión exclusiva entre un
hombre y una mujer.
Por otro, llama a los fieles a tratar a las personas homosexuales con respeto y
compasión, lo que genera preguntas difíciles para los católicos
que se enfrentan a la invitación de una ceremonia de matrimonio entre personas
del mismo sexo.
Incluso el Vaticano publicó en diciembre de 2023 la controversial declaración Fiducia supplicans sobre el
sentido pastoral de las bendiciones del Dicasterio para la Doctrina de la Fe,
que abrió la posibilidad de “bendecir a las parejas en situaciones irregulares
y a las parejas del mismo sexo, sin convalidar oficialmente su status ni alterar
en modo alguno la enseñanza perenne de la Iglesia sobre el Matrimonio”.
Esta declaración, aprobada por el Papa Francisco, supuso un
cambio en la aproximación de la Iglesia a este tema, aunque manteniendo una
clara la distinción entre estas bendiciones y el sacramento del matrimonio. El
documento generó diversas reacciones dentro de la Iglesia,
desde la aceptación hasta cierta controversia.
Entonces, por “caridad”, ¿puede
un católico asistir a un “matrimonio” homosexual?
Para el P. Hugo Valdemar, quien hace pocos años fue canónigo
penitenciario —sacerdote con la potestad de absolver los pecados más graves,
con excepción de aquellos que estén reservados a la Santa Sede—, “si se tiene
una recta conciencia la respuesta es no”.
“Por encima de los lazos sanguíneos o afectivos está la verdad,
y todavía más la verdad revelada en la que Dios dispuso que el matrimonio sólo
puede darse entre un hombre y una mujer”, precisa.
Por su parte, el P. Mario Arroyo, doctor en Filosofía por la Pontificia
Universidad de la Santa Cruz y autor del libro La Iglesia y Los
Homosexuales: Un falso conflicto, precisó que esta
situación “no es un dogma de fe, es decir, se trata de una cuestión prudencial,
de una aplicación de un criterio moral que no tiene que seguirse
necesariamente”.
“Este caso, el de la asistencia al matrimonio homosexual de un
ser querido, puede encuadrarse dentro de lo que se conoce como la cooperación
al mal. En este caso, se trataría de una cooperación material al mal”, explicó.
“En principio, hay que intentar evitar cooperar al mal, porque
tenemos obligación, a la inversa, de cooperar al bien dentro de la sociedad. En
ese contexto, la primera actitud es de reticencia, es decir, intentar evitar
participar siempre que no se cause un daño irreparable a la convivencia
familiar o a la amistad”, añadió.
“Me parece que el criterio que se puede utilizar en el caso de los matrimonios
entre el mismo sexo es análogo al de las segundas nupcias civiles o las bodas
que son sólo civiles y no religiosas”, dijo.
“Si se puede evitar la participación, es mejor, explicándole los
motivos a las personas, en este caso a los contrayentes, de por qué va en
contra de la conciencia y de las creencias de una persona”, indicó, pero
advirtió que “si de esa actitud se va a seguir un daño muy grande, una
separación total, una ruptura total de la convivencia familiar, se pueden
considerar las excepciones”.
En un caso así, dijo, esta cooperación con el mal tendría “que
ser material, nunca formal. Es decir, nunca manifestar como gozo o alegría por
el hecho de que dos personas del mismo sexo contraigan ‘matrimonio’, sino simplemente
asistir a una ceremonia tomando en cuenta que no se puede evitar el daño grande
de la ruptura completa de comunicación”.
En ese sentido, advirtió que “existen diferencias entre asistir
como simple espectador y tener un papel activo”, por lo que “es preferible
evitar tener un papel activo como padrino o como testigo”.
El P. Valdemar se muestra más tajante en este sentido. “Ninguna de las dos
cosas es [algo] lícito, pero es aún peor participar como testigo de un pseudo
matrimonio como el que se da entre personas del mismo sexo”.
El peligro del “escándalo”
Para el P. Valdemar, que durante más de 15 años fue director de
Comunicación de la Arquidiócesis de México bajo el Cardenal Norberto Rivera, el
problema de asistir a una ceremonia como esa es la de producir escándalo.
“La participación en un acto así no puede ser neutral”, dijo.
“Es una validación y justificación de un acto que en sí mismo es
intrínsecamente inmoral y contrario a la ley de Dios”, añadió.
El P. Arroyo coincide en este riesgo, por lo que “en líneas generales, debe
tender a evitarse participar en estas ceremonias”.
“Si es imposible hacerlo porque la ruptura que sucedería sería
irreparable, la ruptura de la comunión familiar o de la comunión de amistad, se
puede participar en la ceremonia, pero sabiendo que el precio es que algunas
personas se pueden escandalizar”, dijo.
En el caso de optar por no participar en la ceremonia, el P.
Arroyo aconsejó “explicar con caridad a los interesados y manifestar de alguna
u otra manera un detalle de cercanía con la persona que es pariente de uno y
que está involucrada en la ceremonia”.
“Se le puede regalar un rosario, se le puede regalar una Biblia,
se le puede invitar a comer (...) Es decir, alguna u otra forma de
participación de comunión interpersonal que no incluya la legitimación de la
convivencia sexual entre dos personas del mismo sexo”.
En esta aproximación coincide el P. Valdemar: “Para mostrar
cercanía y cariño existen muchos momentos en la convivencia ya sea diaria u
ocasional, se debe hacer comprender al ser querido que si bien no puede asistir
a un acto como el matrimonio civil eso no significa que rechace a su persona, y
que puede contar con su cercanía y apoyo”.
¿Qué hacer frente a la disyuntiva?
Ante la disyuntiva de asistir o no asistir a una ceremonia de
este tipo, el P. Mario Arroyo aconseja “llevar el tema a la oración, a su
oración personal, para sopesar con calma, con serenidad, desapasionadamente,
los pros y los contras de esta participación”.
“Los contras son muy claros: que se puede causar escándalo y
puede dar la impresión de que se bendice o se está de acuerdo con el que dos
personas del mismo sexo se casen”, dijo.
“Por otro lado, valorar si esa ruptura, si esa falta en la
ceremonia no sería comprendida por los interesados y sería interpretada como
una ruptura total de relaciones, lo que impediría en un futuro próximo lejano
acercar a esas personas a la comunión con Dios”, añadió.
Por su parte, el P. Valdemar alentó a los católicos que se ven
en esta situación a no dejarse “llevar sólo por sus sentimientos o la presión
social y familiar, [pues] más importantes son los principios cristianos. A la
larga, preservar estos principios es lo que más puede ayudar”.
Por David Ramos
Fuente: ACI Prensa