El servicio desinteresado, dimensión sustancial del diácono
El pro-prefecto del Dicasterio para la Evangelización, monseñor Rino Fisichella, presidió, por delegación del Papa Francisco, la misa conclusiva del Jubileo de los Diáconos en la Basílica Vaticana la mañana de este 23 de febrero. Durante la celebración veintitrés recibieron el sacramento del Orden.
Ser apóstoles
del perdón, servidores abnegados de los hermanos y constructores de comunión.
Es el deseo expresado esta mañana por el arzobispo pro-prefecto del Dicasterio
para la Evangelización, Rino Fisichella, a quien delegó el Papa Francisco
ingresado en el Hospital Gemelli, para que presidiera en la Basílica de San
Pedro, la mañana de este domingo 23 de febrero, la celebración eucarística en
la conclusión del Jubileo de los Diáconos.
Durante la misa
que marcó el final del cuarto de los grandes acontecimientos jubilares – en
Roma peregrinaban estos días casi cuatro mil diáconos permanentes – veintitrés
recibieron el sagrado orden del diaconado, dos de Brasil, seis de Colombia, uno
de Francia, tres de Italia, tres de México, dos de Polonia, tres de España y
otros tantos de Estados Unidos.
«En la
celebración eucarística sentimos al Papa Francisco – aunque en la cama de
hospital – cercano y presente en medio de nosotros y esto – dijo monseñor
Fisichella – nos obliga a hacer aún más fuerte e intensa nuestra oración para
que el Señor lo asista en su momento de prueba y enfermedad».
A continuación,
el arzobispo inició la lectura de la homilía preparada por el Santo Padre, invitando a la
reflexión a partir de las lecturas que se acababan de escuchar y de la palabra
clave «gratuidad», «dimensión fundamental de la vida cristiana» y del
ministerio del diaconado, en particular bajo tres aspectos: el perdón, el
servicio desinteresado y la comunión.
El perdón,
una casa «acogedora» para el futuro
En primer
lugar, el perdón, cuyo anuncio es «una tarea esencial del diácono», pero
también «un elemento indispensable para todo camino eclesial» y «una condición
para toda convivencia humana».
Cuando Jesús
dice «Amen a sus enemigos», muestra la necesidad del perdón y de las
relaciones: si queremos «crecer juntos, compartiendo luces y sombras», «los
éxitos y los fracasos de cada uno», no podemos excluir de nuestro amor «ni
siquiera a los que nos golpean y nos traicionan», dijo el arzobispo.
Por otra parte,
un mundo en el que sólo hay odio hacia los adversarios es un mundo «sin
esperanza» ni futuro, destinado a ser «desgarrado» por guerras interminables,
divisiones y venganzas.
Perdonar, por
tanto, significa preparar para el futuro «un hogar acogedor y seguro, en
nosotros y en nuestras comunidades». En todo esto, el diácono, proyectado en
virtud de su ministerio hacia las periferias del mundo, se compromete a ver en
todos, «incluso en quien se equivoca y causa sufrimiento», una hermana y un
hermano «heridos en el alma», y por tanto necesitados más que nadie de
«reconciliación, guía y ayuda».
Una «apertura
del corazón», ésta, de la que habla la historia de David con su amor por el rey
perseguidor Saúl, pero también la muerte ejemplar del diácono Esteban, que cae
bajo los golpes de las piedras perdonando a sus apedreadores. Sobre todo –
subrayó monseñor Rino Fisichella – se ve en Jesús el «modelo de toda diaconía»
que, en la cruz, «vaciándose» hasta dar la vida, reza por los que lo estaban
crucificando y abre las puertas del Paraíso al buen ladrón.
El servicio
desinteresado, dimensión sustancial del diácono
Así, el segundo
aspecto analizado por el pro-prefecto del Dicasterio para la Evangelización, el
servicio desinteresado, expresado en el Evangelio por la invitación a hacer el
bien «sin esperar nada».
Palabras
impregnadas del «buena perfume de la amistad», actitud que no es un «aspecto
accesorio» de las acciones del diácono, sino una «dimensión sustancial de su
ser» como persona consagrada en el ministerio, «escultor» y «pintor» del rostro
misericordioso del Padre y «testigo» del misterio de Dios-Trinidad.
El prelado,
leyendo la homilía del Santo Padre, rastreó numerosos pasajes evangélicos en
los que Jesús habla de sí mismo bajo esta luz: después de haber lavado los pies
a los apóstoles («el que me ha visto a mí, ha visto al Padre»), al instituir la
Eucaristía («yo estoy entre ustedes como el que sirve») y cuando, camino de
Jerusalén, a los discípulos que discutían entre sí sobre quién era el más
grande, les había explicado que «el Hijo del hombre [...] no ha venido a ser
servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos».
De ahí la
exhortación del Papa – en su homilía leída por monseñor Rino Fisichella – a los
diáconos a acompañar el trabajo gratuito realizado «con una sonrisa», sin
quejas y sin «buscar reconocimiento», apoyándose unos a otros, incluso en las
relaciones con obispos y presbíteros.
Así, la acción
«concordante y generosa» – leyó monseñor Fisichella – será un «puente» que
conectará «el altar con la calle» y «la Eucaristía con la vida cotidiana de la
gente»; la caridad será la «liturgia más bella» y la liturgia el servicio «más
humilde».
Dar
gratuitamente es fuente de comunión
De ahí la
última declinación de la gratuidad como «fuente de comunión»: dar sin pedir
nada a cambio «une y crea vínculos», porque expresa y alimenta un «estar
juntos» que tiene como meta «el don de sí y el bien de las personas».
Siguiendo el
ejemplo del patrono San Lorenzo – que cuando sus acusadores le pidieron que les
entregara los tesoros de la Iglesia, les mostró a los pobres y les dijo: «¡Aquí
están nuestros tesoros!» – se comprende cómo se construye la comunión:
expresando al hermano y a la hermana con palabras, pero sobre todo con obras,
personalmente y como comunidad, la medida del propio valor.
«Esto es lo que
hacen ustedes, maridos, padres y abuelos que están dispuestos, en el servicio,
a extender sus familias a los necesitados, dondequiera que vivan», subrayó el
arzobispo a los diáconos presentes, aclarando que su misión, que los «saca» de
la sociedad para reintroducirlos en ella, haciéndola cada vez más «un lugar
acogedor y abierto a todos», es una de las expresiones más bellas de una
Iglesia sinodal y «en salida».
A los que
pronto recibirían el sacramento del Orden, monseñor Rino Fisichella leyó que el
Papa les recuerda en su homilía que descenderían y no ascenderían los peldaños
del ministerio, porque con la ordenación «no se asciende, sino que se
desciende, uno se hace pequeño, se abaja y se despoja» para abandonar, en el
servicio, al «hombre de la tierra», y revestirse, en la caridad, del «hombre
del cielo».
Lorena Leonardi
Ciudad del
Vaticano
Fuente: Vatican News