Los cuentos clásicos, como el de Los Tres Cerditos, nos enseñan lecciones atemporales sobre esfuerzo, paciencia y la importancia de mantener la oración con Dios
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El relato de
Los Tres Cerditos, aplicado a nuestra vida espiritual, nos recuerda que solo a
través de la oración podemos edificar obras duraderas y sólidas que resistan
las tormentas de la vida y acerquen a otros al Señor, entre otras obras
más.
Aprendiendo
de los cuentos clásicos
Los cuentos
clásicos tienen el don de transmitirnos lecciones valiosas a través de ejemplos
sencillos y profundos, capaces de resonar en cualquier etapa de nuestra vida.
Uno de estos relatos, el de Los Tres Cerditos, nos
ayuda a entender la importancia del trabajo bien hecho, la paciencia y la
necesidad de evitar las prisas en los proyectos importantes.
A través de la
historia de los tres hermanos y sus decisiones al construir sus casas, el
cuento nos muestra cómo el esfuerzo y la dedicación producen resultados
duraderos.
Cada uno de
ellos representa una actitud distinta ante los desafíos: la rapidez sin
reflexión, el esfuerzo moderado y la constancia perseverante.
Estos ejemplos,
aunque simples, reflejan situaciones reales que enfrentamos al tomar decisiones
en nuestra vida cotidiana o en proyectos más trascendentes.
Edificando
sobre roca
Más allá de la
moraleja evidente, este cuento también nos invita a reflexionar sobre cómo
construimos nuestras propias vidas, nuestras relaciones y nuestras metas.
¿Elegimos la
facilidad inmediata que no resiste las tormentas, o nos esforzamos en edificar
sobre bases sólidas, aun cuando el proceso sea más lento y exigente? En cada
decisión que tomamos, se refleja el tipo de "casa" que estamos
construyendo.
En el cuento,
el primer cerdito construye una casa de paja, rápida de hacer pero frágil, que
al primer soplo de viento desaparece. El segundo cerdito, con algo más de
esfuerzo, levanta una casa de madera, más sólida que la primera, pero
igualmente incapaz de resistir las adversidades.
Sin embargo, el
tercer cerdito, más sabio, trabajador y paciente, dedica tiempo y esfuerzo para
construir una casa de ladrillo, resistente a la lluvia, las tormentas y hasta
al lobo feroz.
Este ejemplo
nos invita a reflexionar sobre nuestras propias acciones, especialmente en las
tareas que realizamos para Dios. Cuando nos embarcamos en misiones apostólicas
o evangelizadoras, que buscan acercar a otros a la fe, debemos asegurarnos de
que nuestras obras estén bien cimentadas, para que no se desmoronen ante el
desánimo, el cansancio o los conflictos.
Orar para
edificar
La única manera
de construir algo sólido y duradero es edificar sobre roca, y esa roca la
encontramos en la oración. La oración es el acto de excavar hacia lo profundo,
de buscar en nuestro interior las verdaderas motivaciones de nuestros actos y
corregir las desviaciones que suelen provocar la vanidad o el amor propio,
haciéndonos conscientes de los verdaderos fundamentos de nuestro esfuerzo.
Al rezar,
extraemos de nuestra alma los materiales necesarios para fabricar ladrillos
fuertes, que se convertirán en las bases de obras sólidas y perdurables para
Dios.
Sin oración,
nuestras acciones pueden parecer grandiosas, pero tendrán la fragilidad de una
casa de paja o de madera. Durarán poco y no soportarán las dificultades del
camino. En cambio, la oración da consistencia y sentido a nuestras obras,
creando un espacio acogedor donde otros pueden sentirse seguros y acercarse más
al Señor.
Porque solo
obrando desde la oración la gente se encontrará con Dios; de lo contrario, se
encontrarán con nuestros egos humanos, nada apetecibles, y saldrán huyendo en
dirección contraria.
Mar Dorrio
Fuente: Aleteia