En plena Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, repasamos cuáles son las diferentes confesiones que creen en Cristo y cuáles son sus diferencias con la Iglesia católica
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Con casi 2.400
millones de fieles, el cristianismo es la religión más extendida en el
mundo. En concreto, los seguidores de Jesucristo son casi un tercio de
la población mundial (30 %), por delante de los 1.900 millones de musulmanes y
1.200 de hindúes. Sin embargo, aunque todos surgieron del mismo tronco
instituido por Jesús a través de sus apóstoles, no todos los
cristianos forman hoy parte de la misma Iglesia.
Esa división,
surgida a lo largo de la historia, hiere la comunión que deseaba el propio
Jesús, según Él mismo expresó (y así lo recogió san Juan en su
evangelio), cuando oró al Padre «para que todos sean uno». Por ese motivo, las
diferentes confesiones cristianas celebran, una vez al año, un octavario de
oración por la unidad, que este año tiene lugar del 18 al 25 de enero.
Pero, ¿cuáles
son las principales ramas del cristianismo? ¿Cuándo y por qué surgieron? ¿Cuál
es la mayoritaria?
Iglesia
católica: el tronco instituido por Cristo
La Iglesia
católica, instituida por Cristo bajo el primado de Pedro y sus
Sucesores (es decir, el Papa) es la confesión cristiana más grande, y cuenta
con más de 1.300 millones de fieles.
Su origen se
remonta a las palabras de Jesús, recogidas en el capítulo 16 del evangelio
de san Mateo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi
Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino
de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que
desates en la tierra quedará desatado en los cielos».
A grandes
rasgos, se define por su carácter universal (eso es lo que significa
«católica»), su adhesión al Magisterio y la Tradición para
explicitar la Revelación y explicar las Escrituras, y su estructura
jerárquica bajo la autoridad del Papa. Sus creencias más relevantes son la
presencia real de Cristo en la Eucaristía, la acción de la gracia de Dios a
través de 7 sacramentos, y la figura de María Virgen como
madre de Dios.
Está presente
en todos los continentes, de un modo especial en América, Europa y África, y es
el gran tronco cristiano del que se han ido desgajando el resto de Iglesias y
confesiones.
Iglesia
ortodoxa: primera gran ruptura
En el año 1054,
el cristianismo sufrió su primera gran división: el Cisma de Oriente y
Occidente. La Iglesia ortodoxa, radicada entonces en Bizancio y
que reúne hoy a diversas iglesias nacionales autónomas, se separó de la Iglesia
católica por diferencias sobre cuestiones políticas y temporales, como la
autoridad del Papa, acusaciones de incoherencia doctrinal, y el argumento
teológico del Filioque en el Credo.
Su autoridad
magisterial depende de que las primeras comunidades cristianas de las zonas que
ocupan fueron fundadas por san Andrés, hermano de Pedro y primero
de los discípulos en ser llamado por Jesús.
Como los
católicos, creen en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, aunque tienen
diferencias litúrgicas con el rito romano. También reconocen a María como Madre
de Dios y perpetuamente virgen, por más que no acepten «oficialmente» el dogma
de la Inmaculada Concepción, definido por el Papa en 1854. También
comparten el resto de sacramentos con los católicos.
Su visión del
sacerdocio y de la moral familiar y sexual es casi idéntica al
catolicismo, y, como en ciertas confesiones católicas, aceptan que hombres ya
casados puedan ser ordenados sacerdotes.
Hoy, la mayor
diferencia es su rechazo a la autoridad del Papa, y que sus
festividades litúrgicas siguen el calendario juliano, no el gregoriano, y por
eso no coinciden con la Iglesia católica. Actualmente, están divididos en un
conglomerado de Iglesias de carácter local o nacional, en ocasiones muy
enemistadas entre sí. Predomina en Europa del Este, Rusia y Oriente Medio,
con diásporas en América.
La fractura
protestante: luteranos, calvinistas y anglicanos
El siglo XVI
marcó una fractura en el cristianismo con la Reforma Protestante. Martin
Lutero, en 1517, cuestionó prácticas católicas como la venta de
indulgencias, lo que fue aprovechado por príncipes alemanes que deseaban
socavar el poder de Roma y propiciaron rupturas y escisiones, cuya cabeza
pasaba a ser un líder político.
Luteranos:
fundados por Lutero en 1517, se sostienen en la «sola fide» (la fe sola, sin
las obras) y «sola scriptura» (la Escritura sola, aunque la Tradición sea
anterior a la propia Escritura y el Magisterio la explique), rechazan la
presencia real de Jesús en la Eucaristía, el Magisterio eclesial y la autoridad
del Papa. También rechazan hoy la virginidad de María, aunque Lutero la
defendía.
Desde la
segunda mitad del siglo XX permiten la ordenación de mujeres y
aceptan el matrimonio entre personas del mismo sexo en algunas ramas. Son
comunes en Alemania y Escandinavia, aunque pierden fieles año a año.
Calvinistas:
fundados por el teólogo francés Juan Calvino en el siglo XVI,
destacan por su énfasis en la predestinación, la austeridad moral y
la justificación del trabajo como modo de salvación, que dio origen al capitalismo.
Se expandieron en Suiza, Holanda y Escocia, aunque hoy son la rama protestante
minoritaria.
Consideran la
Eucaristía como mero símbolo, rechazan a la Virgen y a los santos como
intercesores, no comparten la doctrina del libre albedrío y son opuestos al
Papado.
Anglicanos:
surgieron en 1533 por el empecinamiento de Enrique VIII de
constituirse en cabeza de una Iglesia nacional, para poder divorciarse de Catalina
de Aragón. Su liturgia combina tradiciones católicas y protestantes, y su
cabeza oficial es el rey de Inglaterra, que cede el gobierno pastoral al
arzobispo de Canterbury.
Interpretan la
Eucaristía como un símbolo, rechazan la acción del Espíritu Santo
en los sacramentos (salvo en el bautismo) y la virginidad de María, y tanto en
Inglaterra como en América admiten la ordenación sacerdotal y episcopal de
mujeres, así como el matrimonio entre personas del mismo sexo. Esto ha generado
rupturas dentro del anglicanismo: mientras la Iglesia anglicana tradicional (en
Reino Unido) y la Iglesia Episcopal (en América) lo admiten, la Comunión
Anglicana Global (en África), lo rechaza.
Siglo XX:
evangélicos y pentecostales
Las ramas
protestantes han seguido desgajándose, a lo largo de los siglos XIX y XX, en
grupos cada vez más independientes. De hecho, no son considerados como Iglesia,
sino como «confesiones cristianas», por carecer de un corpus doctrinal único.
Evangélicos:
se centran en la conversión personal y en un profundo estudio
de la Palabra de Dios (aunque a veces usan traducciones mutiladas de la Biblia
preservada por la Iglesia católica). Están especialmente presentes en América y
África a través de grupos bautistas, anabautistas, metodistas…
Rechazan la
Eucaristía y la confesión, no reconocen el orden sacerdotal, ni el Magisterio,
ni el Papado, llegan a ser violentos críticos de la devoción a
María y a los santos, interpretan de modos diversos el Antiguo Testamento, y en
lo tocante a la moral sexual van del puritanismo más fideista al activismo
LGTBI.
Pentecostales:
similares a los evangélicos, pero con mayor énfasis en la libertad que nace del
Espíritu Santo, se han convertido en uno de los movimientos cristianos de mayor
crecimiento en América, África e incluso Europa. Practican bautismos
adultos, y a veces espontáneos, y enfatizan las experiencias espirituales de
carácter personal. Generalmente, son conservadores en lo moral y tienen un gran
ímpetu por la acción caritativa.
La misma
visión de Dios
Las diferencias entre los cristianos, como se ve, son notables. Pero todas sus ramas comparten la fe en Jesucristo, hijo único de Dios, muerto y resucitado, y una visión de Dios como Padre, sintetizada en la Oración del Octavario 2025: «De Ti desciende todo bien y todo don perfecto; Tú has hecho el mundo y todo lo que contiene, Tú eres el Señor del cielo y de la tierra. A todos los hombres mortales les das vida, aliento y todo bien. Tú creaste a todos los pueblos que habitan en la tierra. Para ellos estableciste el orden del tiempo y los límites del espacio. En el corazón de los seres humanos has puesto la idea de la eternidad. Padre celestial, por tu gran bondad nos concedes vivir según la ley y los profetas. Padre misericordioso, en Jesús, tu Hijo, proclamaste la buena nueva del reino. Dios de todo consuelo, llámanos a seguirte. Sostén la obra de nuestras manos».
José Antonio Méndez
Fuente: El Debate