San Pablo se consumía de celo apostólico para evangelizar a todos y pedía insistir en todo momento, pero actualmente, ¿hasta dónde es prudente hacerlo?
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Leemos, en la segunda carta de san Pablo a Timoteo, la siguiente
recomendación:
"Proclama la Palabra de Dios, insiste a tiempo y a destiempo,
arguye, reprende, exhorta, con paciencia incansable y con afán de enseñar.
Porque llegará el tiempo en que los hombres no soportarán más la
sana doctrina; por el contrario, llevados por sus inclinaciones, se procurarán
una multitud de maestros que les halaguen los oídos, y se apartarán de la
verdad para escuchar cosas fantasiosas".
(2 Tim 2, 2-4)
¿Acaso no suena muy actual la advertencia del apóstol de los
gentiles? Sin embargo, podremos atención en el primer párrafo: "insistir a
tiempo y a destiempo".
San Pablo demostró durante toda su vida que el celo apostólico lo
devoraba y estaba realmente preocupado para que todos se salvaran, y fue tanto
su afán para que nadie se perdiera que incluso dijo a los Corintios que él
también se vigilaba para salvarse:
"...castigo mi cuerpo y lo tengo sometido, no sea que,
después de haber predicado a los demás, yo mismo quede descalificado".
(1 Cor 9, 27)
¿Insistir todo el tiempo?
Actualmente nos cuesta un poco entender nuestro compromiso como
evangelizadores. Sabemos que los bautizados tenemos obligación de anunciar la
buena nueva, pero las reglas de la sociedad nos hacen pensar que no debemos ser
inoportunos.
Sin embargo, también recordemos que se trata de un mandato y que
va de por medio la vida eterna de aquellos que quizá se molestan porque les
hablamos de Dios.
Es en este caso en el que Cristo habla de que el Padre no quiere
que nadie se pierda y comenta sobre la corrección de un hermano en privado. Si
no hace caso, habrá que buscar a dos o tres testigos. Si aún así no rectifica,
decírselo a la comunidad.
Y si ni siquiera así cambia, hay que considerarlo un gentil o un
publicano —un pecador empedernido sin remedio, podríamos pensar hoy- (Mt
18, 14-17).
No podemos forzar a nadie a cambiar ni a creer en Jesús y su
Iglesia.
¿Cómo podemos cumplir?
Parece una tarea complicada porque vivimos un tiempo de grandes
confusiones; por eso los católicos requerimos de formación y guía para no caer
en doctrinas extrañas. Y, por supuesto, hay maneras de cumplir el mandato del
Señor: hablando, escribiendo, aconsejando y hasta publicando en nuestras redes
sociales.
Pero cuando las personas no estén dispuestas a escuchar, lo
haremos orando por ellas y dando testimonio. Lo importante es no caer en la
indiferencia pensando "allá ellos", siempre quedará el recurso
infalible de esforzarnos en mejorar nuestra vida diaria para que los demás vean
a Dios en nosotros.
Mónica Muñoz
Fuente: Aleteia