Weng Yirui se había criado en un ambiente escolar y familiar ateo
Foto: Tempi. |
"¿Cómo
puede Dios morir?". Ésta es la historia de una pianista atea que
empezó a hacerse preguntas por el Gloria de Vivaldi. Y de
cómo, gracias a su amistad con un sacerdote, se convirtió y aprendió a
perdonar. "Rezo para que los jóvenes de China puedan ver y seguir la
verdad, y no a la sociedad", dice.
Leone Grotti ha
hablado con Weng Yirui en el número de enero de 2025 de Tempi:
La partitura
y la cruz
"¿Qué
historia es ésta?". La pregunta que Weng Yirui hizo a su
profesor de música sacra en 2018, interrumpiendo de repente la interpretación
al piano del Gloria de Antonio Vivaldi, no es
exactamente el tipo de pregunta que se suele escuchar en el Conservatorio de
Milán. Los alumnos suelen omitir el texto y centrarse en la partitura o en la
técnica. Pero Yirui no sabía lo que era una misa y mucho menos un "cordero
de Dios" y, cuanto más intentaba el profesor, asombrado, resumir con
pocas palabras la historia de Jesús, la más conocida del mundo, que
hoy en Occidente casi damos por sentada, más insistía la joven china con sus
preguntas.
"¿Cómo
puede Dios morir?", preguntaba sorprendida sin prestar atención a la
incredulidad de su interlocutor. "¿Y por qué deberíamos celebrar su
muerte?". Yirui se había trasladado a Italia, patria de la ópera,
desde la lejana Hangzhou, a más de 9.000 kilómetros hacia el este, en China,
por amor a la música. Y no podía imaginar que el origen de aquellas melodías
que tanto la habían fascinado era mucho más profundo que la mera
creatividad del artista.
"Antes de
llegar a Italia en 2016, con 22 años, nunca había visto una iglesia",
cuenta Yirui a Tempi, recibiéndonos en el estudio de su casa
de Milán, mientras desde la habitación contigua un majestuoso gato
de suave pelaje gris produce una sinfonía de fondo paseando perezosamente sobre
el teclado del piano.
Bautizarse
en Milán
Todo en casa de
Yirui habla de música: los libros de texto del Conservatorio ordenados en las
estanterías de la librería, las partituras sobre las mesas y las sillas, los
carteles de La Traviata de Giuseppe Verdi o Las
bodas de Fígaro de Wolfgang Amadeus Mozart colgados
de las paredes.
Y entre ellos,
destacan una copia del icono ortodoxo más famoso del mundo, la Theotokos de
Vladimir, una de la Virgen de Sheshan, la más conocida de toda
China y una del Crucifijo de San Damián, el que según la tradición,
en 1205 habló así al poverello de Asís: "Francisco,
ve y repara mi casa, que, como ves, está toda en ruinas".
Hay una iglesia
en su ciudad natal, pero Yirui, nacida el 8 de agosto de 1994 en Hangzhou y
"renacida" con el nombre de Eleonora el día de su
bautismo en Milán, el 8 de abril de 2023, nunca había reparado en ella. Sus
padres, ateos, siempre le habían enseñado a creer sólo en sí misma y en el
trabajo duro. La madre es profesora de Física en un instituto, su padre de
Psicología; la única filosofía permitida en casa siempre ha sido la utilitarista.
"Ellos nunca han creído en nada. Mi padre, además, es miembro del
Partido Comunista chino": por tanto, seguía el ateísmo también por
contrato. Sólo en Nochevieja la familia Weng iba al templo budista a
"quemar unas velas de incienso", más por tradición que por otra cosa.
"No
hagas preguntas inútiles"
En realidad,
Yirui tenía muchas preguntas, pero su madre siempre las cortaba de raíz.
"Un día llegué de la escuela y le pregunté de dónde venimos y adónde vamos
después de la muerte", cuenta la pianista. "Mi madre se sentó a la
mesa, abrió su libro de física y me explicó el origen científico-material del
mundo. Luego lo cerró y me dijo: 'No hagas más preguntas inútiles'".
No pudiendo
expresarse con palabras ("en China no hay mucha libertad entre padres e
hijos"), Yirui aprendió a hablar a través de la música. La chispa de la
pasión prendió en ella a una edad muy temprana. "En Hangzhou, vivíamos en
el campus de la escuela donde mis padres enseñaban. Después de las clases, a
menudo me dejaban tocar en las aulas. Un día vi un piano y empecé a tocar las
teclas por diversión. Me gustaba el sonido. Mi padre me vio y me
preguntó si quería aprender. Le dije que sí y desde entonces no he
parado".
A través de la
música, Yirui pudo expresar esas emociones que siempre había tenido que
reprimir en casa. Sentada frente al piano, le resultaba fácil hacer lo que
parecía imposible en su escritorio: concentrarse. "Cuando toco, el tiempo
parece detenerse y es cuando me siento realmente cómoda. Para mí la música es
muy importante, es el instrumento para hablar de mí misma. Por eso
también me he acostumbrado a captar todos sus matices".
Como la belleza
de la armonía en Johann Sebastian Bach, algo "increíble que
nunca había percibido en otras composiciones". Su profesor en China
"se centraba sólo en la técnica, para él era suficiente que yo supiera
interpretarlo perfectamente de principio a fin. Pero parecía haber algo
más en aquella música, aunque yo no entendiera el qué. Hoy sé que sin Dios
esos motivos nunca habrían existido, pero en China ni siquiera se mencionaba el
tema".
El 'Gloria'
de la 'Misa en Si menor' de Juan Sebastián Bach.
A veces
alegre, a veces triste
Yirui conoció
el cristianismo en 2016, cuando decidió trasladarse a Italia. Graduada por
la Universidad Normal de Hangzhou, se especializó en didáctica, piano y
canto. "No me gusta ser solista, me gusta colaborar con los
demás", continúa, ajustándose un mechón de su larga melena castaña.
"Por eso decidí ejercer de acompañante de coro, para ayudar a
los cantantes". La patria de Giuseppe Verdi era el lugar
ideal para cultivar su pasión y convertirla en profesión y justo buscando
información en internet sobre el Belpaese, Yirou se topó por
primera vez con un término desconocido: "Italia es un país
'católico'".
Tras
trasladarse a Milán para estudiar el idioma, pronto se dio cuenta de lo que
significaba el término. "Uno de los primeros lugares que nuestro profesor
de italiano nos llevó a visitar fue el Duomo y me quedé
boquiabierta: nunca había visto nada tan bonito e inmediatamente me pregunté
por qué se había construido un edificio tan magnífico". Luego, paseando
por el centro, se dio cuenta de que "había una iglesia casi en
cada esquina" y una vez entró en una: "Me sorprendió el silencio.
Vi a esa gente, sentada en los bancos, o de pie, sin hablar. Me pregunté qué
estarían haciendo. Luego me di cuenta de que todos miraban el crucifijo y
no comprendía por qué".
Esas preguntas
latían en su interior como brasas humeantes bajo las cenizas y se despertaron
en 2018, en su segundo año en el Conservatorio de Música de Milán, cuando
empezó un curso de música sacra. El profesor, ateo, no
podía responder a sus preguntas y ella se dio cuenta de que si quería entender
esa música "espléndida, a veces alegre y a veces triste", tenía
que comprender la cultura italiana y "profundizar en la religión
católica". La oportunidad llegó en 2020. "Después de graduarme,
empecé a trabajar en el Conservatorio de Novara. Un compañero me llevaba a la
ciudad piamontesa. Era católico e iba a misa todas las mañanas. Yo
le esperaba en la puerta de la iglesia y después me subía al coche con
él".
La
desventaja de ser bueno
Durante el
trayecto, Yirui encontró respuestas a muchas de las preguntas que se planteaba,
pero no a todas, principalmente por la barrera del idioma. Así que su compañero
buscó un sacerdote chino que pudiera ayudarla a entender y la
confió al padre Francesco Zhao, responsable de la comunidad
católica china de Milán. "Me preguntó si creía en algo y le dije que sí,
aunque no sabía en qué. Don Francesco nunca intentó convertirme y al principio
no tenía intención de hacerlo. Sin embargo, empecé a ir a verle una vez a la
semana: el primer año estudié con él el Antiguo Testamento y
el segundo, el Evangelio".
Yendo a ver al
padre Francesco, Yirui también conoció a la comunidad católica china de Milán y
quedó profundamente impresionada. "Aquellas personas ni siquiera me
conocían, y sin embargo me querían como si fueran mi familia. Les
miraba y no dejaba de preguntarme por qué". Durante un viaje a Asís en
2021 con el padre Francesco, intrigada, pidió al sacerdote por primera
vez que le enseñara a rezar. "Quería comprender lo que la
gente hacía en la iglesia. Me habían dicho que se podía hablar con Dios y tenía
muchas preguntas que hacerle. La oración cambió literalmente mi vida".
Empezando por
el trabajo. "Empecé a trabajar muy pronto como profesora de canto
y acompañante de piano", explica Yirui. "Me encontré con muchas
dificultades y sufría mucho estrés antes de los conciertos. Me aterrorizaba la
idea de cometer errores y llegó un momento en que no pude soportarlo más. Un
día, antes de un concierto, probé a rezar, recité un Ave María y dije:
'Tocaré este concierto por ti, protégeme'. Para mi asombro, toqué mejor y
no me equivoqué en nada. A partir de ese día, empecé a rezar más a
menudo".
A finales
de 2022, Yirui se dio cuenta de que quería ser parte de la Iglesia católica
y empezó el catecismo con el padre Francesco. Fue un viaje
apasionante y a la vez agotador: "No fue fácil entender por qué Jesús
enseña a perdonar, no es lo que aprendí en China. Si alguien me hace daño,
pensaba, ¿por qué debería perdonarle? Si hago el mal, ¿cómo puedo perdonarme a
mí mismo? Mis padres me educaron a protegerme, defenderme y a no ser demasiado
buena porque la gente se aprovecha de los buenos. En cambio, la Iglesia
considera que el que perdona es fuerte y valiente. Mi madre siempre me
decía que no podía permitirme cometer errores, que tenía que ser perfecta y
siempre tenía miedo a fracasar. El encuentro con Dios cambió realmente mi vida,
porque ahora ya no tengo miedo".
La misa en
Hangzhou
Es como si
Yirui hubiese tenido que empezar de cero: "En China, a los niños se les
enseña a tomar las riendas de sus propias vidas y a controlar su propio futuro.
El padre Francesco, en cambio, me empujó a dejarme guiar por Dios y
a seguir el camino trazado para mí. También me explicó que no todo es sencillo
y que cada uno debe llevar su propia cruz a cuestas y seguir a Jesús".
Yirui pensó que
era una metáfora, que el bautismo borraría el mal de su vida, que Dios la
protegería y que todo sería de color de rosa a partir de entonces.
Evidentemente, no fue así. De hecho, después del bautismo, el compañero que
había desempeñado un papel tan importante en su descubrimiento de la fe y que
se había convertido en su jefe "empezó a comportarse de forma extraña,
utilizaba su influencia sobre mí de forma equivocada, me controlaba".
Yirui, para quien en aquel momento el trabajo lo representaba "todo",
se vio obligada a renunciar a su empleo para escapar de su
influencia, a pesar de que acababa de obtener un contrato indefinido.
A partir de
febrero, durante tres meses, estuvo en casa sin trabajo, y atravesó
una época de crisis, "no quería ver a nadie". No entendía cómo el
hombre que le había ayudado a descubrir a Dios podía comportarse así. Entonces
un periodista del Opus Dei le pidió una entrevista para contar su historia
"y me vi obligada a mirar atrás y reconsiderar todo lo que me había pasado
desde el principio. Me sentí conmovida por todo el bien que había
recibido y fui capaz de perdonar". "Me di cuenta", continúa
la pianista, "de que Dios no borra el mal, sino que te da la
fuerza para afrontarlo".
Ahora, cuando
vuelve a casa, Yirui visita la iglesia de Hangzhou, que, sin embargo, "siempre
está cerrada, excepto para la misa de las 6 de la mañana entre semana y algunos
servicios los domingos". También habla con los jóvenes que acuden a la
parroquia. El edificio está bien conservado, pero la frase pronunciada por el
Crucifijo de San Damián a San Francisco bien podría referirse a la Iglesia de
China. "Los chicos me preguntaron qué hacen los católicos en Italia, se ve
que les gustaría tener una relación, pero no es posible", reflexiona la
pianista. También necesitarían un padre Francesco Zhao, pero no lo
tienen, están solos. Cambiar las cosas sin un guía es difícil: "En
China impera el materialismo, pero hay un gran deseo espiritual. Los jóvenes se
dan cuenta de que los valores que propone la sociedad no son los reales, pero
no saben dónde encontrar el coraje para cambiar las cosas. Realmente rezo para
que puedan ver y seguir la verdad, no a la sociedad. Pero para
transmitir algo a los demás, primero hay que vivirlo".
Hablar de
religión en China
Se aplica en
China, como en Italia. "Hablé de la fe a mis padres y ellos, al
verme feliz, me apoyaron, como hicieron con la música", concluye
Yirui, reclamada ahora por los alumnos chinos a los que enseña canto y que la
esperan a la puerta del estudio. "Después de mi bautismo, vinieron a
visitarme a Italia y quedaron muy impresionados por la comunidad
católica. Mi padre incluso empezó a santiguarse". Cada cosa,
sin embargo, a su tiempo. "Mis padres aún trabajan en la escuela pública,
en China, así que no es prudente hablar demasiado de religión en WeChat, los
teléfonos podrían estar pinchados", reconoce. "El año que viene, sin embargo,
se jubilarán y les invitaré a volver a Italia".
Quién sabe,
quizá también surja una pregunta en sus corazones, como una melodía
irresistible.
Traducido
por Verbum Caro.
Fuente: ReligiónenLibertad