Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo. Juan 18, 33b-37
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Es
más: según el Evangelio de Marcos (14, 62), Jesús reforzó esta respuesta,
citando y aplicándose aquello que el profeta Daniel había dicho del Hijo del hombre que viene entre
las nubes del cielo y recibe el reino que nunca pasará (Dan 7, 13-14). Una
visión grandiosa en la que Cristo
aparece dentro de la historia y por encima de ella, temporal y eterno.
Junto a esta imagen gloriosa de Cristo hallamos, en las lecturas de la
solemnidad, la del Jesús
humilde y sufriente, más preocupado de hacer de sus discípulos reyes que de
reinar sobre ellos. En el pasaje del Apocalipsis, Él es definido como quien
"nos ama y nos ha lavado con su sangre de nuestros pecados y ha hecho de
nosotros un Reino de Sacerdotes para su Dios y Padre" (Ap 1, 5-8).
Ha sido siempre difícil mantener unidas estas dos prerrogativas de Cristo -majestad y humildad-,
derivadas de sus dos
naturalezas, divina y humana. El hombre de hoy no tiene dificultad para
reconocer en Jesús al amigo y al hermano universal, pero encuentra difícil
proclamarle también Señor y reconocerle
un poder real sobre él.
En las películas sobre Jesús, esta dificultad salta a la vista. En general, el
cine ha optado por el Jesús humilde, perseguido, incomprendido, tan cercano al hombre como
para compartir sus luchas, sus rebeliones, su deseo de una vida normal. En esta
línea se sitúan Jesucristo Superstar y,
de manera más cruda y desacralizadora, La última
tentación de Cristo de Martin Scorsese.
También Pier Paolo Pasolini, en El Evangelio
según Mateo, nos presenta a este Jesús amigo de los apóstoles y de
los hombres, a nuestro alcance, si bien no carente de cierta dimensión de misterio, expresada con mucha
poesía, sobre todo a través de algunos eficacísimos silencios. Sólo Franco Zeffirelli, en su Jesús de Nazaret, se esforzó por mantener juntos los
dos rasgos de Él. Ahí se ve a Jesús como hombre entre los hombres, afable y a
la mano, pero a la vez como alguien que, con sus milagros y su resurrección,
nos sitúa ante el misterio de su persona, que trasciende lo humano.
No se trata de descalificar los intentos de reproponer en términos accesibles y
populares el acontecimiento de Jesús. En su tiempo Jesús no se ofendía si
"la gente" le consideraba uno de los profetas. Pero preguntaba a los
apóstoles: "¿Y vosotros quién decís que soy yo?", dando a entender
que las respuestas de la
gente no eran suficientes.
El Jesús que la Iglesia nos presenta en la solemnidad de Cristo Rey es el Jesús
completo, humanísimo y
trascendente. En París se conserva, bajo custodia especial, la barra que
sirve para establecer la longitud exacta del metro, a fin de que esta unidad de
medida, introducida por la Revolución Francesa, no se altere con el paso del
tiempo. De forma similar, en la comunidad de creyentes que es la Iglesia, se
custodia la verdadera imagen de Jesús de Nazaret que debe servir como criterio
para medir la legitimidad de toda representación suya en la literatura, en el
cine, en el arte.
No se trata de una imagen fija e inerte, que hay que conservar al vacío, como
el metro, sino de un
Cristo vivo que crece en la comprensión misma de la Iglesia, también a
raíz de las cuestiones y de las provocaciones siempre nuevas planteadas por la
cultura y por el progreso humano.
[Traducción
del italiano: Zenit.]
Por Raniero Cantalamessa
Fuente: ReL