SÍNODO DEL DEPORTE, DE LAS CALLES Y LAS BOMBAS AL RENACIMIENTO OLÍMPICO

Historias de atletas que escaparon de las bombas o se levantaron de una cama de hospital, en la que estuvieron confinados durante cuatro años

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Las historias de deportistas refugiados, paralímpicos y olímpicos contadas en el Palacio San Calisto para poner en práctica ese «caminar juntos» que pide el Papa. De Andy Díaz y su 'padre-entrenador' Fabrizio Donato al sufrimiento vivido como 'enseñanza' por Amelio Castro Grueso, pasando por Mahdia Sharifi, la atleta y voz de las mujeres afganas

Historias de atletas que escaparon de las bombas o se levantaron de una cama de hospital, en la que estuvieron confinados durante cuatro años. Historias de llamadas telefónicas al final del día en busca de un lugar donde dormir. Historias de redención, fraternidad y, en última instancia, de medallas y éxitos olímpicos. La palabra «sínodo», en la visión del Papa Francisco, significa «caminar juntos». A través del deporte, la invitación se lleva a un nivel superior, corriendo, marchando, pedaleando juntos. Bajo este auspicio, en la tarde del viernes 25 de octubre tuvo lugar el «Sínodo del Deporte», un diálogo apoyado por el dicasterio para la Cultura y la Educación y el dicasterio para la Comunicación, con atletas refugiados, paralímpicos y olímpicos, en el Palazzo San Calisto, sede de Athletica Vaticana. Moderaron las historias contadas en primera persona por los atletas el presidente del club deportivo oficial de la Santa Sede, Giampaolo Mattei, y Eva Crosetta, presentadora del programa «Sulla via di Damasco» emitido en Rai 3.

El deporte como renacimiento

La primera historia es la de Rigivan Ganeshamoorthy, medalla de oro en lanzamiento de disco con tres récords del mundo en París, capaz de conquistar Italia con su talento y su autoironía en las entrevistas posteriores a la carrera. «Conozco este deporte desde que me convertí en discapacitado», dice Ganeshamoorthy. “Lo veo como un renacimiento”, añade, destacando su capacidad para adaptarse tanto a su condición física como a la falta de instalaciones adecuadas para el lanzamiento de disco, además de “peso y jabalina”. En el proceso de renacimiento, los amigos son «importantes» para Ganeshamoorthy: «nunca me han abandonado, me han dado el apoyo adecuado y me han dejado espacio para crecer».

«Le acogemos en nuestra casa»

Los siguientes en tomar la palabra fueron Andy Díaz y Fabrizio Donato, ambos medallistas olímpicos de bronce en triple salto, conseguidos el mismo día, el 9 de agosto, con 12 años de diferencia. Donato, «papá y técnico» de Díaz, le recibió en su casa de Ostia junto a su esposa Patrizia Spuri, ayudándole en los trámites burocráticos que le llevarán a obtener la nacionalidad italiana en febrero de 2023. 'La victoria de una bella Italia. Quiero creer que todavía hay mucha gente bella en este país», declaró Donato a los medios vaticanos. «Nuestra mayor victoria fue darle una segunda oportunidad a Andy», añade después al ser entrevistado por Mattei y Crosetta, recordando su primer contacto con el atleta de origen cubano. Una tarde me llamó por teléfono y me pidió ayuda. No hablaba italiano, sólo español. Totalmente avergonzado, mi mujer marcó la diferencia, diciéndome: 'Ve a buscarle, le acogeremos en nuestra casa'». Donato recuerda la película «Escape for victory, or escape to chase your dreams: what Andy managed to do», señala el ex atleta, provocando los aplausos de toda la sala. «Cuando durante los entrenamientos le digo vamos a hacer una repetición, un salto, me dice 'dime lo que tengo que hacer y lo haré'». La demostración perfecta de la relación de amistad y confianza que caracteriza a Díaz y Donato.

La «bendición» del Papa Francisco

Hace tres años estabas durmiendo en medio de la calle, delante de la oficina de inmigración», recuerda Mattei a Díaz, “y de ahí nació una historia”. Una «historia larga, que llevaría días contar», sonríe el atleta a los medios vaticanos, para luego recordar las lágrimas espontáneas que le provocó la amabilidad con la que Donato le acogió en su casa. Antes de las Olimpiadas, Díaz fue recibido por el Papa Francisco, recibiendo una «bendición», y llegando así a París «libre de pensamientos».

Días compitió con su país, Cuba, logrando en el 2019 la medalla de bronce en los juegos panamericanos de Lima.  En julio de 2021, mientras la selección cubana se encontraba en el aeropuerto de Madrid para embarcar rumbo a Japón con vistas a los Juegos olímìcos de Tokio, Díaz abandonó el equipo nacional y su país para refugiarse en Italia, donde se instaló en Livorno y se entrenó bajo la tutela del ex triple medallista Fabrizio Donato.  El 9 de agosto de 2024, en su debut absoluto como atleta del equipo nacional italiano, ganó la medalla de bronce en los Juegos olímpicos de París, quedando por detrás de Jordan Díaz y Pedro Pichardo, también exiliados cubanos y representantes de España y Portugal, respectivamente.

Díaz expresa su espíritu de sana competencia, está ya preparando para las próximas competencias, pero sobre todo nos habla sobre el fuerte desafío que significó haber dejado su país, su familia, sus raíces buscando superarse profesionalmente, incluso empezando de cero. Su historia es un ejemplo para demostrar a los jóvenes que sí se puede. 

Luego llegó el turno de Antonella Palmisano, medalla de oro en los 20 km de los Juegos Olímpicos de Tokio y campeona de Europa de la misma especialidad en los Europeos de Roma. En mi trayectoria vital, me he dado cuenta de que no soy una persona especial», declaró Palmisano. 'Cada atleta tiene sus dificultades, y quizá por eso elegí el deporte'. Una verdadera «vocación», que le permitió «un punto de inflexión, una oportunidad» para crear «su propio destino» y «formar parte de la historia». ¿Por qué la marcha? «Era mala en las otras disciplinas», bromea Palmisano, que a continuación explica cómo no se sentía a gusto con el voleibol, el deporte más popular en su ciudad, en la provincia de Taranto, y por eso optó por la carrera a pie.

De Sicilia a París

La siguiente historia es la de otra atleta medallista: Alice Mangione, oro en los Mundiales en el relevo mixto 4×400 m. Vengo de un pequeño pueblo de Sicilia», cuenta Mangione, recordando sus primeros entrenamientos “en la calle”, siempre por falta de instalaciones adecuadas para correr. Luego el traslado a Roma, los resultados, las dudas, las lesiones, pero un único objetivo, los Juegos Olímpicos. Tras Tokio, y el récord de Italia en los 4x400 m, una nueva lesión de cadera. «Seguí adelante, y conseguí participar también en París», donde logró clasificarse para la carrera individual.

«El Señor nunca me abandonó»

A continuación, los dos moderadores pasan el micrófono a Amelio Castro Grueso, conocido como «El Loco», porque loca es su historia. Un vuelo de Cali (Colombia) a Roma que se parece más a un salto al vacío, dadas las esperanzas que penden sólo de una amistad nacida con el entrenador de esgrima Daniele Pantoni -que, sin embargo, en el momento del aterrizaje se encuentra en Sydney- y de un visado de sólo tres meses. El primer hotel de Termini no tiene ascensor, pero el primer apoyo le llega de la comunidad colombiana romana y de Cáritas, que le acoge en Via Marsala. Pantoni le llama por teléfono y le dice que ha sido un «imprudente». La respuesta de Castro Grueso es desconcertante: «Profe», como le llama, «vengo de una zona donde te pueden disparar para robarte el cochecito, el Señor nunca me ha abandonado, ni siquiera cuando estaba solo y paralítico en el hospital, ¿por qué iba a hacerlo ahora que tengo brazos fuertes y un cochecito que me puede llevar a todas partes?». En 2023 obtuvo el estatuto de refugiado, lo que le permitió participar en los Juegos Paralímpicos de París. Hoy se entrena en el gimnasio Fiamme Oro, al que tarda dos horas en llegar en su silla de ruedas, «pero puede ser incluso más», admite Castro Grueso, que también ve en esto una oportunidad «para conocer y hacer amigos» con las otras personas a bordo del autobús.

Sonreír en medio de la desesperación

«Tuve la suerte de conocer a Dios, dentro del sufrimiento, que fue mi maestro», dice Castro Grueso, que recuerda la muerte de su madre cuando sólo tenía 16 años y el accidente que le obligó a ir en silla de ruedas sólo cuatro años después. «Soy un privilegiado por haber sufrido tanto, porque cada día me hacía más fuerte», afirma el atleta. «Todos los problemas del mundo pueden venir, y yo estoy preparado». En cuanto a la «enfermedad de vivir» que parece aquejar a tantos jóvenes hoy en día, el atleta sigue haciendo hincapié en su «fe en Dios y en su gracia, que siempre me permite tener una sonrisa», recordando, sin embargo, los cuatro años que pasó en el hospital, también caracterizados por la «desesperación» debido a la falta de apoyo de su familia.

Caerse y volver a levantarse

A continuación se entrevista a Mónica Contrafatto, que en 2012 se encontraba en misión de paz en Afganistán, donde fue víctima de un atentado terrorista. Una bomba de mortero la hirió gravemente, haciéndole perder la pierna derecha. «Mujer, treinta y un años», las últimas palabras que recuerda, antes de perder el conocimiento y despertar en Alemania. Después, el regreso a Italia, al hospital militar de Celio. La casualidad quiso que en esos mismos días se celebraran los Juegos Paralímpicos de Londres: la aportación que la impulsó a entrenarse y a participar en las ediciones posteriores de Río de Janeiro, Tokio y, por último, París, ganando tres veces la medalla de bronce en los 100 metros, la última de ellas de forma atrevida, viéndose involucrada en la caída de su compatriota Ambra Sabatini, pero aun así consiguiendo colgarse la medalla. «Nunca pensé que sería atleta, sobre todo paralímpica», confiesa Contrafatto, sin ocultar su pesar por el episodio de París. «¿Por qué cada vez que tengo que terminar algo, tengo que terminarlo trágicamente por un lado e irónicamente por el otro?», se pregunta la atleta, destacando sin embargo la felicidad por el bronce. «Luego, cuando vi a Ambra animándome en el podio, disfruté un poco más. La vi feliz por las dos».

Deporte para recuperar la dignidad en Afganistán

Por último, Mahdia Sharifi, que descubrió el taekwondo espiando a un grupo de mujeres que entrenaban en Herat (Afganistán), toma la palabra y empieza a particularizar sin el consentimiento de su padre, quien, temeroso de verla discriminada por la práctica de un deporte puramente masculino, le aconseja que piense en aprender otro idioma, y en la educación en general. «Tenía once años», recuerda Sharifi. «Practicar artes marciales era mi deseo. Mi padre tenía razón en parte, pero ya era hora de cambiar las cosas». Cuando entró en el equipo nacional afgano y llegaron los primeros resultados, él también se convenció de lo acertado de la elección de su hija. Después, la toma de Herat por los talibanes y la huida a Kabul, la colaboración de la hermana con la embajada turca y la inclusión, junto con la diplomacia italiana, en un programa de expatriación de refugiados. «Cuando llegué, desde 2021 hasta 2023, no pude darme cuenta de mi valentía. Sufría el trauma de haber dejado mi hogar, mi familia», dice Sharifi. Una inconsciencia debida a la carga de lo que se dejaba «atrás», hecha menos pesada también gracias a la ayuda de un psicólogo. «El deporte para mí es un milagro, que me ha salvado el alma», afirma Sharifi, que dice seguir teniendo noticias de sus padres y de sus compañeros de equipo, que se quedaron en Herat. «Mi madre ya no trabaja, porque no tiene derecho, mi padre, que tenía una pequeña empresa de transportes, no pudo sacarla adelante por culpa de los impuestos». Un compromiso, el de la atleta afgana, que va más allá del deporte y que pretende «dar voz a las mujeres y niñas afganas», haciendo hincapié sobre todo en el derecho a la educación, capaz de «cambiar generaciones».

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