¿PODEMOS RESPETAR A QUIENES QUIZÁS NO LO MERECEN?

¿Cómo honramos la dignidad de alguien que nos ha hecho daño, ha hecho daño a otros o vive de maneras que consideramos profundamente desordenadas?

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Respetar a quienes no parecen merecerlo es probablemente uno de los tres mayores desafíos en las relaciones humanas. ¿Cómo honramos la dignidad de alguien que nos ha hecho daño, ha hecho daño a otros o vive de maneras que consideramos profundamente desordenadas? Una perspectiva católica sobre el tema depende de un principio central y sencillo: cada ser humano está hecho a imagen de Dios y, como tal, tiene dignidad inherente.

Esta dignidad no se gana mediante el buen comportamiento o la perfección moral, sino que es otorgada libremente por Dios, un hecho que se encuentra en el corazón de la enseñanza católica sobre el respeto.

Criaturas de Dios

Santo Tomás de Aquino vincula el respeto a la virtud de la justicia. En su Summa Theologica , Aquino define la justicia como dar a cada persona lo que le corresponde. Esto no significa simplemente darles premios o castigos en función de sus acciones; significa reconocerles lo que les corresponde como criaturas de Dios. El respeto, en este sentido, es una forma de justicia que reconoce el valor intrínseco de cada persona, independientemente de cómo actúe. Refleja la justicia que Dios nos muestra: gracia y misericordia inmerecidas por nuestras propias deficiencias.

El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC 1931) afirma esta idea al afirmar: “El respeto a la persona humana comienza con el respeto al principio según el cual cada persona (sin excepción) debe considerar a su prójimo como ‘otro yo’ ”. En otras palabras, respetar a alguien, incluso cuando sentimos que no lo merece, es algo más que una simple cortesía externa: se trata de verlo como igual en dignidad a nosotros.

Respeto con responsabilidad

Pero este respeto no es pasivo . La enseñanza católica no sugiere que respetar a una persona signifique ignorar sus faltas, condonar el comportamiento pecaminoso o excusar la injusticia. La justicia, como explica Santo Tomás de Aquino, incluye la corrección . El respeto genuino puede incluir pedirle cuentas a alguien, no por venganza o superioridad, sino por amor y preocupación por su alma. Podemos buscar la justicia en forma de rendición de cuentas mientras nos aferramos a la verdad de que cada persona es un hijo amado de Dios.

Las enseñanzas de Jesús nos brindan la orientación más clara a este respecto. En el Sermón del Monte , Jesús nos desafía a amar a nuestros enemigos y a orar por quienes nos persiguen (Mateo 5:44). Esta es la naturaleza radical del respeto cristiano: extender amor, misericordia y dignidad incluso a quienes parecen indignos a nuestros ojos .

Cuando observamos de cerca el ejemplo de Cristo, vemos que su respeto por la humanidad nunca dependió del comportamiento del individuo . Jesús se acercó a los recaudadores de impuestos, las prostitutas y los pecadores no porque aprobara sus acciones, sino porque vio en ellos lo que a menudo era invisible para los demás: su dignidad dada por Dios y su potencial de redención.

Una distinción importante

Esto no significa que estemos llamados a ser felpudos o a tolerar en silencio las malas acciones. La fe católica equilibra la justicia con la misericordia. Un dicho atribuido a San Agustín, “Odia el pecado, ama al pecador”, de alguna manera captura la esencia de cómo debemos abordar a los demás. Respetar a alguien significa reconocer su dignidad, pero también nos permite oponernos a las acciones que dañan o degradan la vida humana. Podemos oponernos a las acciones de alguien y aun así respetar su personalidad.

Al final, respetar a quienes no parecen merecerlo es una oportunidad de transformación personal. Es en estos momentos que estamos invitados a crecer en humildad, caridad y comprensión. Reflejamos el amor de Cristo cuando respetamos a los demás en sus imperfecciones, como Él nos respeta y nos ama en las nuestras.

Respetar a los demás de esta manera radical, como la de Cristo, no sólo es posible: es parte de nuestro llamado como católicos.

Daniel Esparza

Fuente: Aleteia