Detalla en su reciente libro-testimonio cómo se convirtió en un Seminario de Vida en el Espíritu
Ani Finat en Toledo, la diócesis con la que colabora a través de Anawim y Pueblo de Alabanza y sus Instacatequesis |
"Dos años y medio después
de mi encuentro con Jesús, puedo decir humildemente, muy consciente de mis
miserias y pobrezas, que Él es, y deseo que sea para siempre, el rey y
centro de mi vida. No puedo más que proclamar a los cuatro vientos que
lo quiero con todo mi corazón y deseo darlo a conocer".
Así de apasionada es Ana Finat,
conocida influencer de familia aristocrática, en su libro -testimonio Cuando conocí al Dios amor, publicado por
Editorial Almuzara.
Las mellizas Finat en la finca
aristocrática
Muchos españoles saben lo que es
pasar una infancia de niño en el campo, aunque sea veraneando en el pueblo de
la abuela. Pero la infancia y adolescencia de de Ana y su hermana melliza
Casilda es algo distinta. Su infancia de campo no era "el
pueblo" sino la enorme finca de campo de El Castañar, con su familia
aristocrática.
Su madre y su abuela siempre
fueron muy devotas y la familia no iba a misa al pueblo, sino a la
capilla de la finca, con los trabajadores de la casa y con los muchos
primos que venían los fines de semana. En la capilla ella visitaba a Dios y a
la Virgen "con la misma normalidad con que visitaba a mis abuelos",
escribe.
Los niños y adolescentes corrían
por el campo, se bañaban en el arroyo e iban de caza, actividad que apasionaba
a su padre. Llevaban flores a la Virgen de su capilla, imagen que fue
venerada por el Cardenal Cisneros y la emperatriz Isabel, esposa de
Carlos V.
A la pequeña Ana le
fascinaba la vida de los santos y ver sus retratos. Le hablaban de San
Francisco de Borja, virrey de Cataluña, superior de los jesuitas, antepasado de
la familia, y de otros santos, y deseaba "hacer cosas grandes" como
ellos.
Años difíciles
Llegaron años más complicados,
por la enfermedad la madre, la llegada de una cuidadora más hosca y por
ir a colegios extranjeros y fríos.
Las mujeres de la familia
adquirieron el hábito de ir en agradecimiento a Lourdes pasando por el
Santuario de Santa Casilda en Burgos. "Allí nos confesamos íbamos a misa y
rezábamos el Rosario", detalla.
En la adolescencia, algunos
primos fueron poco ejemplares con las chicas. Y en el instituto (un centro
público) había "tabaco, porros, alcohol, líos entre unos y otros y
parecía una telenovela".
Como saben sus seguidores en
redes, Ana tiene un acento peculiar que ella considera
heredado de su madre educada en Perú. Ese acento le causó problemas y burlas.
Para protegerse, dice, se metió "en el grupo de los malotes,
todos chicos salvo yo y así me gane el respeto de los demás, con mis primeros
cigarrillos, vi los primeros porros, mucho de botellón y
pasaba más tiempo en la calle que en el colegio".
Su hermana Casilda era estudiosa,
responsable y respetuosa, mientras que Ana acumulaba castigos en la escuela y
el hogar, en una espiral de rebeldía.
Tonteó brevemente con la ouija
y el tarot pero después de ver la película El Exorcista en
casa de una amiga "cogí tal miedo a todo este mundo que además de pasarme
años con pesadillas sobre el demonio no volví a enredar con
ninguno de estos pasatiempos".
En esa época, explica, Dios
era para ella "una serie de mandamientos, normas y prohibiciones que
debíamos cumplir; de lo contrario, nos castigaría y habría desgracias sobre
nosotros. Dios me daba muchísimo miedo, lo concebía como un
ser lejano e impersonal por el que me resultaba imposible sentir algo
más que respeto".
Además, la misa le aburría y la
confesión tampoco le gustaba: "No entendía por qué le tenía que contar
mi vida y peor aún mis pecados a un señor que, a mi parecer, se lo debía de
pasar bomba escuchando las maldades que hacía la gente".
La experiencia de pensar en el
necesitado
A los 17 años acudió con la Hospitalidad de
Lourdes de Madrid de peregrinación al santuario francés. Lo veían como "un
planazo entre amigas, una forma de conocer gente nueva y que surgiera algún
que otro ligoteo". Ella atendió a una niña en silla de ruedas y a otra
con síndrome de Down. "Nunca perdían la sonrisa y a mí, que siempre fui
escrupulosa y muy comodona, se me quitaron muchas tonterías además de
prejuicios", señala.
Pero a partir de los 18
años, viviendo ya en Madrid, dejó de ir a misa y de confesarse, "aunque
en casa hacía el paripé para quedar bien".
Estaba volcada en vestidos y
maquillajes y fiestas. El piso donde vivían las dos hermanas solas se convirtió
en el centro de fiestas y copas todos sus amigos, con "fiesta en
casa, noche sí noche también".
Las hermanas y sus amigos no
tenían escasez económica, así que las posibilidades de ocio eran casi
ilimitadas: yincanas, tiro al plato, casas de campo, excursiones,
discotecas...
Su hermana Casilda combinaba la
fiesta con algunas experiencias de fe: estuvo un tiempo colaborando en unas
misiones en Camboya y al volver participaba en unos encuentros de adoración.
Invitaba a Ana, pero ella no quería involucrarse.
¡Embarazada a los 19 años!
"Con 19 años, varios amores
a mi espalda y la mayoría de mis amigas considerando una soberana estupidez el
tema de la castidad, yo seguía manteniéndome firme en mi propósito de
virginidad hasta el matrimonio. Era una cosa milagrosa, me lo había propuesto
de corazón y me parecía algo muy bonito. Pero el milagro duró poco, tras un año
y pico de noviazgo y después de auto convencerme de mil maneras tiré toda mi
intención por la borda y con 20 años me quedé embarazada".
"Tuve claro que mi
vida entera sería para mi bebé, que no tenía la culpa de mi cabeza de chorlito
y que tenía derecho a nacer, ¡eso por supuesto! y hacerlo dentro de
una familia con su padre y su madre y yo iba a luchar por conseguirlo".
A partir de aquí el lector adulto
tiende a empatizar más y más con Ana, niña rica que de golpe tiene que
madurar porque es madre, mientras su hermana, sus amigos y Fabio (su
novio y enseguida su marido) seguían con una vida de veinteañeros adinerados y
juerguistas.
El bebé, como suele suceder
con los bebés, lo revolucionó todo, se colocó en el centro y
eso ayudó a centrar a Ana y a su familia.
Ana y Fabio se casaron y por el
trabajo de él como ingeniero de caminos se mudaron muchas veces. Las familias
de ambos les apoyaban. Le ayudaban su madre, su suegra, una asistenta... pero
no dejaba de ser una veinteañera madre novata. "Mis amigas y Casilda
seguían viviendo con intensidad su vida de viajes, fiestas y ligues. Yo a
ratos sentía nostalgia y a ratos moría de pereza".
Padre Pío y éxito en redes
Ana recuerda que viviendo en
Barcelona compró un libro sobre el Padre Pío, adquirió devoción por él y le ayudó en
una crisis familiar.
Fueron llegando más
bebés. Su hermana Casilda, que se estaba convirtiendo en una influencer
popular que vendía bisutería, la animó a participar en su tienda y luego en las
redes sociales. Ana desembarcó en Instagram con gran éxito, y hoy
tiene allí 30.000 seguidores (en AnaFinat, y
un canal
de YouTube más reciente).
Otro evento espiritual que la
asombró fue una experiencia cercana a la muerte que experimentó
su abuela, "una mujer poco dada a sobrenaturalizar las cosas y escéptica
con lo místico". La anciana, a punto de morir durante la pandemia de
coronavirus, sintió "un amor que no había sentido algo así nunca". La
abuela estaba asombrada porque "le habían enseñado la religión
como si todo en la vida fuera un pecado e ir al Cielo resultará casi
imposible" y ahora en su ancianidad, ante esa ola de amor inesperada,
decía: 'ya puedo morirme tranquila'". No murió, y su
experiencia fue como un adelanto de lo que le pasaría luego a Ana.
Por el momento, Ana Finat
y su hermana Casilda triunfaban en redes y como influencers las
mellizas Finat eran invitadas fiestas, viajes y presentaciones. Ana tenía fama,
familia, cuatro hijos y éxito en Internet.
"Mi ego fue creciendo a la
vez que las redes me iban atrapando poco a poco. Empecé a vivir mi
vida a través de la pantalla del teléfono, quería grabarlo y fotografiarlo
todo. Pero para gustar debía vestir a la última, salir siempre guapa,
estar constantemente feliz, ser divertida, buena madre, mujer
trabajadora, independiente, de éxito y políticamente correcta: no mojarme en
temas como la política o la religión. Mi soberbia y mi vanidad se dispararon y
mi orgullo también".
Con este ritmo, quitaba mucho
tiempo a la vida familiar y discutía con su marido, por la escasez de planes
juntos.
El sábado que todo cambió
Casilda y su marido apuntaron a
Ana a un Seminario de Vida en el Espíritu del que unos amigos
hablaban con entusiasmo y alegría. Ana fue de mal humor y desafiando a
Dios: "Aquí me tienes, Dios; si tienes narices, arregla
mi matrimonio", le dijo. En las charlas y actividades del encuentro
ella desconectaba y solo pensaba en largarse de allí.
Y añade: "Cuándo terminó el
Seminario de Vida en el Espíritu, yo era otra. Jesús me había robado
por completo el corazón".
No fue solo una experiencia
"bonita", sino transformadora.
Empezó a ir a las reuniones de
oración de alabanza, retomó la confesión y la misa del domingo, no tardó mucho
en empezar a disfrutar de la misa, la Palabra, la presencia de Dios...
Ni su hermana ni los maridos de
ellas ni el resto de la familia podían seguir su nuevo ritmo espiritual, aunque
muy poco a poco se irían incorporando.
No ir en solitario, ir con
otros
También descubrió que muchos
sacerdotes son cercanos y acogedores y quiso acercarlos a más gente. Para
eso impulsa por Instagram y Youtube sus Instacatequesis, en
las que participan varios sacerdotes de Toledo, y hablan y responden preguntas
con un estilo sencillo, "de andar por casa".
Mejoró mucho la relación con su
marido y en 2022, a los 15 años de casados, celebraron su renovación de
votos matrimoniales. En unos ejercicios ignacianos creció su fe y empezó a
reconectar con el ejemplo de los grandes santos como San Francisco de Borja, que hoy le ayudan a crecer y a ser
constante.
Un libro de fe y vida
Cuando conocí al Dios amor es
un libro que se lee bien, por su estilo directo y honesto. Nos sumerge primero
en una infancia aristocrática de campo e internados, después en una juventud
de fiestas inacabables, pero el lector adulto conectará sobre todo con
la vida de Ana como madre, esposa e hija de Dios y enamorada de Cristo, que
reengancha con la fe cuando Dios le sorprendió en un retiro al que no quería
ir.
La historia completa, con
detalles interesantes de su vida infantil, juvenil y familiar, en Cuando conocí al Dios amor .
Ana Finat en esta entrevista con el padre Ignacio Amorós habla de su libro-testimonio:
Fuente: Religión en Libertad