«Ha sido el día más feliz de todo el tiempo que llevo de condena», aseguran algunos presos de Granada, que agradecen a los voluntarios «por vernos como personas y no como condenados»
![]() |
Los voluntarios de la cárcel de Albolote, en Granada, con dos de los sacerdotes |
Pero, en medio de su condena,
han conocido a los voluntarios de la pastoral penitenciaria de Granada,
y la cárcel se ha convertido para ellos en un lugar de cambio. «Yo estoy feliz,
inmensamente feliz. Yo no soy el mismo de ayer», escribe José Antonio (nombre
ficticio, como todos los demás).
A
finales de junio, el centro penitenciario de Albolote (Granada) vivió una
ceremonia muy especial: dos mujeres eran bautizadas y se
celebraron seis confirmaciones. También se bautizó un preso y recibieron la
confirmación dos internos del módulo de atención a la drogo-dependencia.
Fátima tiene 22 años y
cumple condena «por saltarme la orden de alojamiento con mi madre». «Nací musulmana
y desde chica no me llama serlo», redacta en un rudimentario castellano. «Me he
cambiado a religión cristiana, llevo practicándolo y me encanta todo sobre
cristianismo», prosigue la neófita. «La catequesis me dio la oportunidad de
hacer mi bautismo y librarme del mal», algo que «me ha hecho sentir alegría y
sentir amor que llevo dentro de mí y ahora tengo el camino claro», asegura
Fátima.
Un voluntario como un padre
María es colombiana, pero prefiere no
decir por qué cumple condena. Tampoco es importante, porque ahora ha cambiado:
«La catequesis y la confirmación me han llenado de luz. Sentía en mí algo que
me faltaba. El día de mi confirmación sentí mucha alegría, mucha emoción, como
si Él estuviera en mi corazón, y sí estaba porque lo sentí».
En la
diócesis andaluza, tres capellanes y más de 60 voluntarios acompañan
a los presos que lo desean. «Mi catequista nos hacía sentir muy bien, como
si fuera un padre o un familiar muy cercano, porque aunque estamos
presas, él nos trataba con humanidad y humildad», explica Esmeralda en
el testimonio que ha escrito.
«La
labor que los voluntarios y capellanes desempeñan con los internos de las
prisiones de Granada es quizás poco conocida, pero muy valiosa»,
aseguran desde el arzobispado. «He aprendido que Jesucristo me quiere tal como
soy y no importa si estoy presa o en libertad; Él me ama», prosigue Esmeralda,
quien le da «un 10 a mi catequista». «El simple hecho de sacrificar su tiempo y
la paciencia que ha tenido con nosotras para encaminarnos en el camino
correcto, de encender nuestra fe en Dios y eso hace sentirme
muy fuerte», subraya. Y destaca algo en lo que coincide con el resto de presas:
«Estoy muy agradecida por haberme valorado como soy, una persona, y no por
donde me encuentro ni por mi delito», concluye.
«Calor
en el pecho»
José
Antonio recuerda que «en su familia siempre se creyó en Dios, pues mi abuela y
mi madre desde pequeños nos enseñaron a amarle y a temerle».
«Conforme iba creciendo me fui alejando de Él y solo me acordaba de Él en
momentos de miedo, miedo porque no andaba por buen camino»,
reconoce. «Entré en un camino de oscuridad, ansiedad, y me convertí en un
mentiroso con rabia, mucha rabia, y lo peor, me daba vergüenza
pedir ayuda», explica. «Cada día estaba más hundido hasta el punto de
decirme: 'Y ya paqué, si yo no tengo solución», enfatiza, volviendo
sobre su momento más bajo.
Rebuscó
en su pasado y culpó a sus padres y hermanos. «Luego me fui dando cuenta de que
ellos nunca dejaron de amarme», concluyó. Eso le hizo caer en una profunda
depresión cuando, «en mi soledad, vi mis feos hechos y tuve una lucha
interior para perdonarme. No fue fácil. Quizás, lo más difícil de mi
vida», confiesa.
Un
sábado fue a misa. «Me removió por dentro. Sentí calor en el pecho.
Iba y venía esporádicamente, pues su Amor lo sentía, pero yo pensé que no
lo merecía. Hasta que, sin darme cuenta, Dios ya estaba en mis
pensamientos. Sí, podía cambiar. Sí, había Amor en mí y ya no me daba vergüenza
llorar ni decirle a mi familia que los amo. Llámame loco y dime
que no fue gracias a Dios», enfatiza en su escrito.
José
Antonio hizo su confirmación en junio, entre los muros de la cárcel. «Me
pusieron de madrina a una señora. Cuando puso su mano en mi hombro, fue magia, pues
me miró a mí. ¡Te imaginas! Me miró a mí, y no
a un bandido. Me apretaba el hombro; yo lo sentía y me gustaba. 'Yo ahora
soy tu madrina, y veo en ti a un hombre nuevo', me dijo. Me besó la
cara, me dijo que siempre iba a estar allí para mí, sin conocerme. Me abrazó y
me sentí querido; me sentí que era mi fiesta, una fiesta para mí», relata el
preso.
A José
Antonio le queda poco tiempo para cumplir su condena. «Sé que salgo de la
cárcel de la mano de Dios. Ya sé hablar y desnudar mi alma. Sé
pedir ayuda y sé que, con esfuerzo, no me alejaré de Dios más nunca,
porque el ser humano necesita amar y sentirse amado. Gracias a
la magia de Dios, nunca más estaré solo. Siento que tengo
ganas de luchar, de cantar, de abrazar», proclama. «Amaré sabiendo que Dios me
ama a mí. Gracias. Gracias. Gracias», concluye.
Zulema, de
29 años, también pasó por «situaciones difíciles de sufrimiento; me he sentido
muy sola y con muchísima depresión». «Hace seis meses conocí una
amiga que iba a misa y siempre la veía bien. Ella me habló de Dios y me animó a
encaminarme», recuerda. «Ahí fue que conocí al cura y al señor voluntario, que
nos ofreció el curso de catequesis para la confirmación. Ahora comprendo que no
estoy sola, que Jesucristo me ama con mis defectos y sé que Él
me ha perdonado, y siento todos los días su presencia. En el momento de mi
confirmación acababa de comenzar una nueva vida», añade. Y concluye
con una petición: «Por favor, que siempre sigan con esta labor de mandar curas
y voluntarios para que nos animen en esta situación por la que estamos pasando.
Ellos nos hacen sentir personas y no presos», concluye.
Álex Navajas
Fuente: El Debate