COMENTARIO AL EVANGELIO DE NUESTRO OBISPO D. CÉSAR: «MARÍA, TESTIGO Y PROFETA DE DIOS»

Aunque en los evangelios no abundan las noticias sobre María, permiten hacernos un retrato de ella como madre del Hijo de Dios.

Cofradía Virgen de la Fuencisla. Dominio público
El título «espejo de justicia», dado en las letanías a la Virgen, significa que en ella se refleja la santidad y justicia de Dios, que en la Biblia son términos equivalentes. Quien mira a María recibe a su vez la mirada de Cristo que se refleja en ella.

La justicia, además, tiene otra dimensión que hace de María la mujer profeta por excelencia, con su cántico del Magníficat al poder de Dios que «destrona a los soberbios y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos». En este himno, cuajado de historia y de poesía bíblica, María aparece como testigo y profeta de Dios. 

El hecho mismo de acudir deprisa a visitar a su pariente Isabel para alabar a Dios por la maternidad en su vejez y por la suya, como madre del Mesías, indica que María es la testigo del poder y de la misericordia de Dios que une los dos testamentos y se convierte ella misma en el quicio de los tiempos mesiánicos. Sólo María puede cantar así, pues en ella Dios se ha recreado de forma única e inefable. Ella es el arca de la nueva alianza, la llena de gracia, la Madre del Mesías, Hijo del Altísimo. En ella confluyen todas las profecías por el solo hecho de engendrar a Cristo. Es, por tanto, su más cualificado testigo, la que mejor puede hablar de él en silencio y con palabras. El Magníficat profetiza la misericordia de Dios.

En el centro de este cántico, aparece también la justicia tal y como Dios la administra en el orden nuevo de su Hijo: el orden de la gracia que sobrepasa la ley. Digamos, en primer lugar, que, la palabra «humillación» no es la más adecuada para el término griego, que debería traducirse sencillamente por «humildad», dado que es María quien se humilla, se empequeñece ante Dios, que, atraído por su actitud de máxima simplicidad, la desborda con la alegría y la gracia. Dicho esto, María canta la acción de Dios, cuyo nombre es santo y su brazo realiza gestos grandes. 

Las obras de Dios se resumen en la paradoja de destronar a los poderosos y dispersar a los soberbios de corazón y —como contraste— ensalzar a los humildes y alimentar a los pobres.  Esta síntesis de la acción de Dios tiene en María su prototipo: ella es la humilde por excelencia que se reconoce «sierva»; y la que tiene hambre de la voluntad de Dios y de su palabra, como Jesús declarará en el elogio de su madre: «Dichosos más bien, los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen». He aquí el fundamento de toda justicia, que convierte a los hombres en hambrientos de Dios y pobres de espíritu, capaces de ser testigos de su misericordia.

La diatriba del apóstol Santiago contra los ricos de este mundo, a quienes exhorta en la lectura de hoy a llorar y lamentarse porque se «han cebado para el día de la matanza» (Sant 5,5), se explica precisamente por haberse cerrado a la justicia y santidad de Dios, padre y protector de los pobres, y haberse negado a practicar la misericordia poniendo su corazón en las riquezas. Si el lugar que debe ocupar Dios en el corazón del hombre cede su puesto a las riquezas, la imagen del hombre se corrompe exactamente igual que el oro y la plata se oxidan y se convierten en un testimonio contra los que se ensoberbecen en su propio corazón.

En este día en que Segovia despide a su patrona, la Virgen de La Fuencisla, aprendamos a mirarla como testigo y profeta de la santidad y justicia de Dios, porque sólo así podremos también nosotros cantar las misericordias de Dios en nuestra vida y cumplir lo que decía san Agustín de María: «¡Canta y camina!».

 + César Franco

Obispo de Segovia. 

Fuente: Diócesis de Segovia