El obispo de Cartagena, Mons. José Manuel Lorca Planes, presidió el domingo la celebración en la que Rosario Hernández Ruiz, ermitaña en Abarán, se consagró a Dios en la forma de vida eremítica, en la Parroquia San Pablo de esta localidad.
Mons. José Manuel Lorca y Rosario Hernández. Dominio público |
Explica Paula que esta vocación
consiste en «entregarse al Señor en total soledad y aislamiento, en un apartarse
del mundo, del ruido; de todo aquello que impida estar totalmente centrados en
el Señor». Una entrega que se vive en una oración continua: «Lo normal para un
ermitaño es rezar durante la noche y durante el día; que hagamos lo que hagamos
estemos en oración».
Un deseo en el corazón
Si le preguntan a esta murciana,
natural de Los Garres (Murcia), en qué momento tuvo clara su vocación a la vida
eremítica, Paula habla de una búsqueda. «Esto no es algo súbito; no es que una
se levante por la mañana y diga «creo que tengo vocación de ermitaña»,
puntualiza. En su caso, antes que ermitaña, fue monja dominica en un convento
de clausura durante muchos años. «Yo estaba muy bien en mi vida consagrada, fue
simplemente que, a través de la lectura espiritual, conocí la vida eremítica,
la vida de oración interior; y despertó en mi corazón un deseo de mayor
soledad». Le comunicó su inquietud a su confesor y pidió hacer una experiencia
en una orden monástica que siguiera un estilo de vida similar a la eremítica.
Durante la experiencia, que duró varios años, confirmó la llamada que sentía.
«Volví con las monjas dominicas, pero ya tenía claro que mi vocación era otra;
pedí la secularización y dejé que el Señor decidiera dónde y cómo».
A los años, cuando sintió que el
Señor le pedía seguir dando pasos en esa dirección, habló con el obispo y, con
su aprobación, empezó su vida como ermitaña en una casa de oración ubicada en
la Sierra del Oro del término municipal de Abarán, retirada y con vistas al
Valle de Ricote, donde reside actualmente. «Cuando vine a ver esta casa tuve
claro que este sería el lugar y, aunque se empieza con cierto miedo por si es o
no el camino, el Espíritu Santo se encarga de confirmarlo: cuando pasa una
semana, un mes, un año, diez años… y sigues con ganas, ya no cabe la menor
duda».
Consagrada al Señor
La celebración de su profesión
comenzó con el escrutinio, después del cual la ermitaña fue revestida con el
hábito negro, signo de morir al mundo y a uno mismo para la salvación de las
almas; con una capucha que cubre la cabeza, porque su cabeza debe ser Cristo;
un cinturón, en alusión a la obediencia; y un rosario, por la oración y la
vinculación a María. Después de la homilía, comenzó el rito de consagración con
la profesión de los votos de pobreza, castidad y obediencia en manos del
obispo, a los que sumó un voto de conversión continua y también de estabilidad,
es decir, de fidelidad y perseverancia en su vocación. Le siguió la postración
en el suelo, símbolo de humildad, y la letanía de los santos; así como la
entrega del anillo, símbolo del desposorio con Cristo; del crucifijo sobre el
pecho y de una custodia, como signo de la oración continua que caracteriza a
los ermitaños. Paula también recibió la bendición del obispo como envío al
«desierto» en su forma de vida eremítica.
«Fue muy emocionante; la celebración
la viví verdaderamente como una boda mística, con esa gracia de ser recibida
por la Iglesia y de decir: «Señor, yo no soy nada y me has elegido sabiendo que
soy pobre; has pasado por mi vida y me has llamado por mi nombre». Ese es el
misterio y la gracia que estoy viviendo; por medio de la imposición de manos
del obispo, que marca un antes y un después en mi vida eremítica», concluye
Paula.
Fuente: Diócesis de Cartagena/InfoCatólica