Este 10 de junio, Francisco visitó el corazón institucional de la Urbe, el Capitolio
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En el Capitolio, el Papa Francisco recordó la historia de la Urbe
y pidió que la ciudad siga mostrando «su verdadero rostro» acogedor,
hospitalario y generoso: la enorme afluencia de peregrinos, turistas y
emigrantes no debe verse como un agravio; cada problema de Roma «es el
“reverso” de su grandeza y, de ser un factor de crisis, puede convertirse en
desarrollo»
Ciudad con vocación «universal», cuna de Papas y de emperadores,
cuna de la civilización y de acogida de personas de todo el mundo. Custodia de
tesoros artísticos y grandiosos vestigios del pasado. Sede del Concilio, de
tratados internacionales, de Juegos Olímpicos y Jubileos, sin olvidar el que
acogerá en el 2025 y del que se espera que mejore el decoro y la eficacia de
sus servicios públicos y que vea la plena cooperación entre la Santa Sede y el
gobierno italiano.
Es un retrato que destaca su grandeza, pero que no olvida sus
problemas y dificultades, el que el Papa Francisco dibujó esta mañana de Roma:
una ciudad «única en el mundo» por su atractivo y su «responsabilidad» para con
Italia, la Iglesia y la familia humana.
Este 10 de junio, Francisco visitó el corazón institucional de
la Urbe, el Capitolio: es la tercera vez tras la visita del 2019 y la –
limitada a la plaza – del 2020 para el encuentro de oración por la paz
promovido por San Egidio.
La visita de esta mañana tuvo lugar seis meses antes de la
apertura de la Puerta Santa que dará inicio al Jubileo, «un acontecimiento de
carácter religioso» pero que «puede incidir positivamente en el rostro mismo de
la ciudad, mejorando su decoro y haciendo más eficaces los servicios públicos,
no sólo en el centro, sino también favoreciendo el acercamiento entre el centro
y la periferia». Un énfasis, éste del Papa –acompañado del estímulo a no perder
el espíritu de caridad, acogida y hospitalidad que caracteriza a Roma desde
hace siglos, ciudad de «vocación universal» – compartido en su discurso en la
Sala Julio César ante concejales y asesores, autoridades y, por supuesto, el
alcalde Roberto Gualtieri.
El saludo desde el
Tabularium y la conversación con el alcalde
Fue la cita central de la visita que comenzó con la llegada del
Papa veinte minutos antes de la hora prevista, las 9 de la mañana. Fue el
primer ciudadano, ataviado con la faja tricolor, quien recibió al Santo Padre a
su llegada en su coche utilitario, cuando el sol aún no había salido del todo
sobre la más pequeña de las colinas sobre las que se fundó la «Ciudad Eterna».
Con Gualtieri, el Papa intercambió un apretón de manos y algunas
palabras, antes de dirigirse – saludado por los toques de trompeta de los
fieles de Vitorchiano – hacia el Tabularium para detenerse en el primer arco
que domina el Foro Romano. De nuevo con Gualtieri, el Papa mantuvo una
conversación privada en el Palacio Senatorio, seguida de los saludos a la
familia del primer ciudadano y a los miembros de la Secretaría del Alcalde en
la Sala del Tapiz. En la Sala de las Banderas, el Papa Francisco firmó en
cambio el «Libro de Oro» del Ayuntamiento de Roma, y a continuación entró en la
Sala Julio César, el «parlamento» capitolino, donde fue recibido con un
caluroso aplauso desde los escaños del consejo.
El primer gesto fue el saludo y la bendición a una niña, la
única en la sala, hija de un empleado. Su llanto, junto con los aplausos,
intercaló en varias ocasiones el discurso del Papa, introducido por los saludos
del alcalde, que habló de un «salto hacia adelante» para Roma, porque «es el
momento del coraje, no de la resignación», y el de la presidenta de la Asamblea
capitolina, Svetlana Celli, que definió la visita del Papa como «el testimonio
más auténtico y tangible del afecto y la cercanía a la ciudad de Roma, que se
prepara en estos meses para el Año Santo» y aseguró que está «haciendo todo lo
posible para acoger de la mejor manera a millones de peregrinos».
Acercamiento entre
el centro y las periferias
La reflexión sobre el Año Santo 2025, que verá afluir a Roma a
miles de peregrinos y turistas, ocupó también un lugar central en el discurso
del Papa, que se desarrolló a partir de la historia milenaria – la más antigua
y la más reciente – de la ciudad.
“El
próximo Jubileo también puede repercutir positivamente en la propia fisonomía
de la ciudad, mejorando su decoro y haciendo más eficaces los servicios
públicos, no sólo en el centro, sino también acercando el centro a las
periferias”
Un gran acontecimiento que es impensable que pueda desarrollarse
de forma ordenada y segura sin la «colaboración activa y generosa» de las
Autoridades del Municipio capitolino y de las de la nación, dijo el Papa,
agradeciendo «calurosamente» también «al Gobierno italiano su plena disponibilidad
para colaborar con las Autoridades eclesiásticas para el éxito del Jubileo,
confirmando el deseo de cooperación amistosa que caracteriza las relaciones
recíprocas entre Italia y la Santa Sede».
Las relaciones se solidificaron con el tiempo, subrayó Francisco,
recordando el período de la Unificación de Italia, cuando «se abrió una nueva
fase, en la que, después de contrastes e incomprensiones con el nuevo Estado
unitario, en el contexto de lo que se llamó la cuestión romana, se llegó hace
95 años al Concordato entre el poder civil y la Santa Sede». Después, el
Concordato, cuyo 40° aniversario se cumple este año, que – subrayó el Papa –
«reafirmó que el Estado italiano y la Iglesia católica son, cada uno en su
orden, independientes y soberanos, comprometiéndose a respetar plenamente este
principio en sus relaciones y a cooperar mutuamente para la promoción del
hombre y el bien del país».
No relaciones de
dinero, sino humanas
Sobre esta colaboración, el Papa, hablando espontáneamente,
quiso hacer una aclaración: «La mezquindad puede llevarnos a pensar que las
relaciones son de dinero, no, éstas son secundarias, las relaciones son
humanas». Palabras acogidas con un aplauso.
Estas relaciones serán aún más evidentes en el año jubilar. Un
año que, espera el Papa, puede ser una oportunidad para recuperar el «espíritu
universal» de Roma, «al servicio de la caridad, al servicio de la acogida y de
la hospitalidad», del que, espera Francisco, pueden ser «verdaderos» testigos
los peregrinos, los turistas, los migrantes, los pobres, las personas solas,
los enfermos, los presos y los excluidos. «Por esto –añadió espontáneamente
Francisco – decidí abrir una Puerta Santa en una cárcel».
“Que
puedan testimoniar que la autoridad es plenamente tal cuando se pone al
servicio de todos, cuando utiliza su poder legítimo para satisfacer las
necesidades de la ciudadanía y, en particular, de los más débiles, los últimos”
Acoger a personas
de todo el mundo
«Que Roma siga mostrando su verdadero rostro, un rostro
acogedor, hospitalario, generoso, noble», fue el aliento que el Papa ofreció a
la administración capitolina. La enorme afluencia de peregrinos, turistas e
incluso migrantes, no debe verse «como un agravante, una carga que ralentiza y
entorpece el flujo normal de las cosas»; sino que es, por el contrario, una
ocasión: cada «problema» de Roma es «el reverso de su grandeza y, de ser un
factor de crisis, puede convertirse en una oportunidad de desarrollo: civil,
social, económico, cultural».
“El
inmenso tesoro de cultura e historia que yace en las colinas de Roma es el
honor y la carga de su ciudadanía y sus gobernantes, y espera ser debidamente
valorado y respetado”
Renacimiento
Renacimiento fue el mandato del Papa: «No olvidemos que el
origen de Roma es un renacimiento entre las ruinas de Troya», subrayó hablando
espontáneamente. «Que renazca en todos – añadió – la conciencia del valor de
Roma, del símbolo que representa en todos los continentes, y que se confirme,
más aún, que crezca la recíproca colaboración activa entre todos los poderes
que aquí residen, para una acción coral y constante que la haga aún más digna
del papel que el destino, o más bien la Providencia, le ha reservado».
El saludo a las
personas que estaban en la plaza
El intercambio de dones concluyó el momento en la Sala Julio
César: el alcalde entregó al Papa una medalla de plata en recuerdo de la visita
y un documento instituyendo algunas iniciativas sociales; el Santo Padre
correspondió con varios dones: para el Ayuntamiento, un mosaico que representa
el Arco de Tito; para el alcalde, un tríptico de medallas; para los concejales
y asesores, medallas y la Bula del Jubileo Spes non confundit.
Francisco saludó uno a uno a los presentes, y luego se asomó a
la Logia del Palacio Senatorial, donde lo esperaba desde hacía horas un grupo
de ciudadanos romanos reunidos en la plaza de Miguel Ángel: «Gracias por su
acogida», les dijo, «gracias por su trabajo, gracias por lo que hacen por la
ciudad». Casi recordando su primera aparición desde la Logia de las Bendiciones
hace once años, el Pontífice pidió al pueblo que rezaran «todos juntos» un Ave
María.
Descubrimiento de
una placa conmemorativa de la visita
Varios momentos marcaron la recta final de la visita del Papa al
Capitolio: el descubrimiento de una placa conmemorativa de su visita: «A Su
Santidad Francisco, Sucesor de Pedro y Obispo de Roma, promotor del cuidado de
la Casa Común y testigo de la fraternidad universal», reza la inscripción. A
continuación, la etapa en la Sala Laudato si', inaugurada por
el propio Pontífice en el 2019, y el saludo a los empleados capitolinos en la
Sala de la Protomoteca. Finalmente, con el telón de fondo de los toques de las
trombas de los fieles en Vitorchiano, Francisco se despidió del Capitolio para
regresar al Vaticano.
Salvatore Cernuzio – Roma
Vatican News