Francisco recibió en audiencia a los miembros de las Academias Pontificias de Ciencias y de Ciencias Sociales que participan en el encuentro «De la crisis climática a la resiliencia climática»
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El dilema es entender si «estamos
trabajando por una cultura de la vida o por una cultura de la muerte», es
decir, por una cultura de destrucción total del planeta que representa «una
ofensa a Dios». Y si se trabaja por una cultura de la vida, entonces hay que
estar «atentos al clamor de la tierra» y «escuchar la súplica de los pobres», y
después desarrollar «una nueva arquitectura financiera que responda a las
necesidades del Sur del mundo y de los Estados insulares gravemente afectados
por los desastres climáticos», procediendo también a la «reestructuración y
reducción de la deuda, junto con el desarrollo de una nueva carta financiera
mundial para 2025», reconociendo así la «deuda ecológica».
Es una hoja de ruta sobre la
defensa de nuestra Casa Común que el Papa Francisco dirige a los participantes
en la Cumbre organizada por la Pontificia Academia de las Ciencias y la
Pontificia Academia de las Ciencias Sociales, titulada «De la crisis climática
a la resiliencia climática», que reúne también a alcaldes y gobernadores en la
Casina Pio IV.
Los pobres son
víctimas
En la audiencia, Francisco relanzó
los llamamientos ya expresados en Laudato si' y Laudate Deum y reiteró su
preocupación por los datos del cambio climático que «empeoran año tras año»:
«Es urgente, por tanto, proteger a las personas y a la naturaleza», afirmó.
Las poblaciones más pobres, que
tienen muy poco que ver con las emisiones contaminantes, deben recibir más
apoyo y protección. Son víctimas.
Cultura de la
vida y cultura de la muerte
Como en su discurso en la Cop28 de
Dubai en diciembre de 2023, el Papa Francisco reiteró que «la destrucción del
medio ambiente es una ofensa a Dios, un pecado no sólo personal sino también
estructural, que pone en grave peligro a todos los seres humanos, especialmente
a los más vulnerables, y amenaza con desencadenar un conflicto entre
generaciones».
La pregunta es: ¿trabajamos por una
cultura de la vida o por una cultura de la muerte?
Amenazas
existenciales para la humanidad
Está en juego una «grave
responsabilidad»: garantizar que no se niegue un futuro a los jóvenes y a los
niños. Los retos que tenemos por delante son numerosos: «Sistémicos, distintos
pero interconectados: cambio climático, pérdida de biodiversidad, degradación
medioambiental, desigualdades globales, inseguridad alimentaria y una amenaza a
la dignidad de las poblaciones afectadas».
A menos que se aborden de forma
colectiva y urgente, estos problemas suponen amenazas existenciales para la
humanidad, otros seres vivos y todos los ecosistemas.
Las naciones
más ricas producen más de la mitad de los contaminantes
Que quede claro: «Son los pobres de
la tierra los que más sufren, aunque sean los que menos contribuyen al
problema», dijo el Papa. «Las naciones más ricas, unos mil millones de
personas, producen más de la mitad de los contaminantes que atrapan el calor».
En cambio, «los tres mil millones de personas más pobres contribuyen con menos
del 10%, pero soportan el 75% de las pérdidas resultantes». Luego están los 46
países menos desarrollados -en su mayoría africanos- que sólo representan el
1,1% de las emisiones mundiales de CO2, mientras que las naciones del G20 son
responsables del 80% de estas emisiones.
La carga
desproporcionada para mujeres y niños
Es pues «una carga
desproporcionada», denunció Francisco, la que se desprende de la investigación
de las dos Academias Pontificias, que muestra «la trágica realidad» que sufren
las mujeres y los niños.
A menudo, las mujeres no tienen el
mismo acceso a los recursos que los hombres; además, el cuidado del hogar y de
los hijos puede obstaculizar su capacidad de emigrar en caso de catástrofe. Sin
embargo, las mujeres no son sólo víctimas del cambio climático: también son
poderosos agentes de resiliencia y adaptación.
Culpas graves
En cuanto a los niños, Francisco
recordó que cerca de «mil millones» de menores residen en países que se
enfrentan a «un riesgo extremadamente alto de devastación relacionada con el
clima». «Su edad de desarrollo los hace más susceptibles a los efectos, tanto
físicos como psicológicos, del cambio climático». Es una «falta grave» negarse
a actuar rápidamente para proteger a los más vulnerables expuestos al cambio
climático. Por no hablar de que, señala el Pontífice, el «progreso ordenado» se
ve obstaculizado por la «voraz búsqueda de ganancias a corto plazo y la
desinformación» de las industrias contaminantes, que «genera confusión y
obstaculiza los esfuerzos colectivos para invertir el rumbo».
El espectro del cambio climático se
cierne sobre todos los aspectos de la existencia, amenazando el agua, el aire,
los alimentos y los sistemas energéticos. Igual de alarmantes son las amenazas
para la salud pública y el bienestar.
Afirmar el
carácter sagrado de cada vida humana
El escenario es dramático:
disolución de comunidades; desplazamiento forzado de familias; contaminación
atmosférica que «se cobra prematuramente millones de vidas cada año»; más de
tres mil quinientos millones de personas «que viven en regiones muy sensibles a
los estragos del cambio climático»; migraciones forzadas. Precisamente en este
último punto se detiene el Papa, en los numerosos hermanos y hermanas que
pierden la vida en viajes desesperados.
Defender la dignidad y los derechos
de los migrantes climáticos significa afirmar el carácter sagrado de toda vida
humana y exige honrar el mandato divino de custodiar y proteger la casa común.
Enfoque
universal y acciones rápidas e incisivas
Ante esta crisis planetaria, el
llamamiento del Obispo de Roma es múltiple. En primer lugar, «adoptar un
enfoque universal y una acción rápida y decisiva, capaz de producir cambios y
decisiones políticas»; después, «invertir la curva del calentamiento, tratando
de reducir a la mitad el ritmo de calentamiento en el breve espacio de un
cuarto de siglo» y apuntando a «la descarbonización global, eliminando la
dependencia de los combustibles fósiles». En tercer lugar, eliminar «grandes
cantidades de dióxido de carbono de la atmósfera mediante una gestión
medioambiental que abarque varias generaciones».
Trabajo
sinfónico
«Es un trabajo largo, pero también
con visión de futuro. Pero debemos emprenderlo todos juntos», anima Francisco.
«El trabajo debe ser sinfónico, armonioso, todos juntos».
Salvaguardemos las riquezas
naturales: las cuencas del Amazonas y del Congo, las turberas y los manglares,
los océanos, los arrecifes de coral, las tierras de cultivo y los casquetes
polares, por su contribución a la reducción de las emisiones globales de
carbono.
«Con este enfoque holístico
-aseguró- se combate el cambio climático, y también se aborda la doble crisis
de la pérdida de biodiversidad y la desigualdad, cultivando los ecosistemas que
sustentan la vida».
Nueva
arquitectura financiera
El último punto que abordó el Papa
es el de «una nueva arquitectura financiera que responda a las necesidades del
Sur del mundo y de los Estados insulares gravemente afectados por las
catástrofes climáticas». «La reestructuración y reducción de la deuda, junto
con el desarrollo de una nueva carta financiera global para 2025, que reconozca
una especie de “deuda ecológica” - afirmó- puede ser de valiosa ayuda para
mitigar el cambio climático».
De ahí el
llamamiento a «actuar con urgencia - ¡con urgencia! -, con compasión y
determinación». «Lo que está en juego no podría ser mayor».
Salvatore Cernuzio
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