COMENTARIO AL EVANGELIO DE NUESTRO OBISPO D. CÉSAR: «PENTECOSTÉS: LA IGLESIA NACE CATÓLICA»

La solemnidad de Pentecostés culmina el tiempo pascual y abre a la Iglesia a la totalidad de todos los pueblos.

Pentecostés. Dominio público
Jesucristo, elevado a los cielos, envía su Espíritu sobre el colegio apostólico para que predique el Evangelio a todas las naciones que progresivamente van entrando en la única iglesia de Dios, que trasciende los límites geográficos, religiosos y culturales de Israel. La promesa de que la salvación vendría de los judíos se ha cumplido, pero no queda circunscrita al pueblo de la primera alianza. Dios es Señor de todas las naciones y Salvador universal por la acción de Cristo.

En la liturgia de este día se contrapone la confusión de las lenguas en Babel de modo que los hombres, que hablaban una misma lengua, no pudieran edificar una torre que arrebatara a Dios su poder, con el don de lenguas que reciben los apóstoles para poder llevar el Evangelio a todos los pueblos. 

A la confusión de Babel se opone la unidad de Jerusalén porque todos escuchan las maravillas de Dios en su propia lengua. Esa lengua única que puede ser entendida por todos es el Espíritu que ilumina y da el entendimiento de las cosas de Dios. Con esta imagen se quiere decir que el evangelio está pensado para todos los pueblos y culturas. Ninguno queda fuera de la predilección de Dios a condición de que reciban el Espíritu, que es Espíritu de la verdad y de la unidad.

Jesús había anunciado a los apóstoles que el Espíritu de la Verdad les enseñaría todo, incluso aquello de lo que él no había hablado porque no lo hubieran entendido. Ahora todo es claro y luminoso. El Espíritu interioriza la verdad, la hace accesible y amable. Es la verdad que seduce a los hombres para el bien. La verdad que nos hace libres, según dijo Jesús.

Al cabo de los de los siglos, el Evangelio se ha hecho cultura en la mayoría de los pueblos de la tierra. La fe ha asumido aquellos valores que son conformes al Evangelio y los ha convertido en un cauce de salvación y de unidad. La belleza de la Iglesia reside precisamente en la unidad de la fe que todos confesamos y en la diversidad de las formas de expresar la fe según la lengua y cultura de los pueblos. Es la única Iglesia de Cristo porque, según dice Pablo, «todos hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu» (1 Cor 12,13). 

Se entiende, por tanto, que el mayor pecado sea el que se comete contra el Espíritu, pues atenta contra la unidad de la Iglesia querida por Jesús. Si «nadie puede decir “Jesús es Señor”, sino en el Espíritu Santo» (1 Cor 12,3), quiere decir que sólo quien acoge el Espíritu puede confesar la fe en el señorío universal de Cristo. No se trata, por tanto, de ponernos de acuerdo en lo que debemos creer o no; se trata de recibir el Espíritu Santo que nos enseña la verdad revelada y crea de este modo la unidad de fe sobre la que se sostiene la Iglesia.

Pentecostés es la gran fiesta de la Iglesia que nace y se extiende por la fuerza del Espíritu acogiendo a su seno a todos los pueblos. Como decían los Santos Pueblos, el mundo está llamado a ser Iglesia, del mismo modo que el hombre ha sido creado para acoger el Evangelio. 

De ahí que Pentecostés no se reduzca al día de su solemnidad, sino que es la permanente acción del Espíritu en el mundo, al que, por diversos y misteriosos medios —el principal es el de los sacramentos— prepara para llegar a ser parte del único Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Como decía san Pablo VI, «la Iglesia está necesitada de un Pentecostés permanente». Es tarea de todos los cristianos hacer posible esta realidad con nuestra palabra y testimonio en docilidad al Espíritu.

César Franco

Obispo de Segovia. 

Fuente: Diócesis de Segovia