A 30 años de las masacres de Ruanda, habla Delphine Umwigeme: «El único recurso era creer en Dios»
Cientos de miles de personas huyeron desesperadamente de Ruanda al comenzar el genocidio. Dominio público |
Los 100.000
hutus moderados elevaron a 900.000 los asesinados en intento del gobierno de
exterminar a la etnia acusada de atentar el 7 de abril contra el presidente
hutu, Juvenal Habyarimana. Se calcula que durante los tres meses que siguieron
a la muerte de Habyarimana,
cerca del 70% de la población tutsi fue eliminada.
Pasadas
tres décadas, aún hay supervivientes que recuerdan a sus caídos desde
instituciones como el Memorial
del Genocidio de Kigali (https://kgm.rw).
Allí descansan los restos de más de 250.000 personas y se coordinan las labores
de atención a los supervivientes. Entrevistada por La Croix,
la superviviente y colaboradora del Memorial, Delphine Umwigeme, ofrece un relato desde el perdón, marcado
por una profunda fe católica recibida de sus padres que le hizo sobrevivir.
Haciéndose pasar por muerta rodeada de
cuerpos
Recuerda
que pasados unos días del fatídico 7 de abril, era una más de las 5.000 personas que se habían
refugiado en la parroquia tras ver las primeras imágenes de masacres y
la declaración del toque de queda.
El
17 de abril llegaron las milicias a la parroquia. Para entonces la joven
Umwigeme y su familia habían visto su casa arrasada hasta en tres ocasiones.
Pero ese día masacraron a su padre, su madrastra, sus seis hermanos y dos
primos y Umwigeme perdió
todo lo que le quedaba.
Estaba
en medio del caos y gravemente herida cuando, dándola por muerta, permaneció los inmóvil dos o tres días
siguientes.
"La
milicia volvió. Dijeron que iban a rociar los cuerpos con gasolina y a quemarlos. Entonces, cuando
sentí que no había nadie alrededor, traté de levantarme muy débil y me
escondí", cuenta ella.
Salvada de milagro con el rosario en
mano
Umwigeme
tardó 24 horas en alcanzar una comunidad de hermanas que la alimentó y trató de
curar los cinco machetazos
recibidos en la cabeza. Sin apenas tiempo para descansar, las autoridades
accedieron al convento, sacando a sus objetivos -entre los que estaba Umwigeme-
y disponiéndose a segar sus vidas junto al lago.
"Como
estaba débil, tardé más que los demás en levantarme y ellos se alejaron sin notar mi ausencia.
Regresé con las hermanas, pero después de 15 días tuve que irme
nuevamente. Esperaba encontrar refugio en el hospital. Durante todo este tiempo recé
mucho el rosario", confiesa.
Una
vez en el hospital conoció
a un seminarista hutu que le ayudaría a escapar. "Me sorprendió mucho
que se comprometió conmigo cuando él mismo no tenía alojamiento. Todo el dinero
que tenía lo utilizó para organizar mi fuga al Congo", relata. Delphine
solo tenía que cruzar el lago Kivu para salvarse, pero cuando llegó a la
dirección indicada, el barco había partido.
"Tuve
que esperar una semana más escondida junto al lago. Los religiosos hutus aceptaron esconderme. Un seminarista
vino a visitarme. En el camino me dijo que había hecho casi un pacto con Dios: 'Estoy en
el seminario para ser sacerdote, para anunciar que estás vivo. Si matan a esta
mujer, pondré todas mis fuerzas en negar tu existencia´", retó a Dios. Ese
seminarista hoy es sacerdote en Francia.
Una fe firme fortalecida ante la
adversidad
Tres
décadas después, admite que los fantasmas del genocidio todavía le persiguen,
pero su confianza en la fe es mayor.
"Es
lo que me mantiene, más que mis fuerzas. Recibí esta fe de mis padres,
bautizados cuando eran adultos, y recibí mi educación en escuelas de la
diócesis. Cuando era joven
rezaba mucho, participaba en un movimiento de jóvenes cristianos y
creer era obvio: no me hacía muchas preguntas", comenta.
Aquella
fe fue como una roca firme a la que se agarró no solo en los peores momentos
del genocidio, sino desde años antes, cuando a partir de 1990 comenzaron los
primeros signos del conflicto que se plasmaron en la destrucción de su casa en
tres ocasiones.
"Todo
eso fortaleció mi fe,
porque vi que no había otro recursos que creer en Dios", cuenta.
Aunque
firme, la fe de Delphine no estuvo exenta de dudas. Especialmente al volver a
Ruanda, cuando descubrió que entre la magnitud de las masacres, sus abuelos,
tíos y primos habían desaparecido.
"No
es posible. Este no es el
Buen Dios al que rezaba día y noche. Si Él no pudo proteger a los
inocentes, ¡no veo de qué sirve!", pensó durante un instante.
"Si no existe Dios, ¿cómo te has
salvado?"
Sin
embargo, recuerda que aunque aquellas preguntas la atormentaban, siguió yendo a
misa siempre que podía hasta que llegó "la respuesta" a sus
preguntas.
"`Mira
el camino que has recorrido. Si
no hubiera existido la mano de Dios y su protección... ¿cómo explicas que
te hayas salvado? Y es verdad, podrían haberme matado en
cualquier momento, las personas que arriesgaron su vida por mí… Vi en ellos la
mano de Dios", confiesa.
Tras
agradecer nuevamente a Dios por haber podido escapar del genocidio, la
superviviente recuerda "pedir
perdón y volver a la fe".
"Hoy
sé que cada día es un
regalo de Dios", agrega. También que "incluso cuando pensamos que
está ausente, está ahí. Siempre está".
Delphine
admite poder haberse
"levantado y empezado a caminar gracias a la fe, la oración y la práctica
religiosa". Y no solo ella, pues "es lo que se observa entre
los supervivientes de Francia". Cuenta el caso de una mujer que perdió a
su marido, su madre y sus hermanos en el genocidio y que solo "gracias a
la práctica religiosa se mantuvo íntegra y firme en sus deberes,
inquebrantable".
"La
práctica religiosa activa fue un poderoso motor de resiliencia para ella y para muchos
otros en Ruanda", explica. A grandes rasgos, observa que el miedo a la
muerte durante aquellos meses era "tan generalizado" que lo normal
habría sido caer víctimas de trastornos mentales. Y sin embargo, agrega,
"cuando lo miramos de cerca, la gran mayoría encontró recursos internos de
supervivencia. No cada uno en sus rincones, sino acudiendo a la iglesia, permaneciendo fieles a ella y, a
veces, agarrándose a ella como a un salvavidas".
J. M. C.
Fuente: ReL