"Si me porto bien, bien me irá". Esa es nuestra lógica, sin embargo, no siempre ocurre así, y cuando nos va mal, nos preguntamos ¿dónde está Dios?
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Cuando somos niños creemos que la vida es sencilla, todo queda en
las manos de nuestros padres, que resuelven lo que nosotros no podemos y nos
enseñan que siempre hay que portarse bien, para que, por lógica, nos vaya bien.
Esto lo creemos sin dudar pero, ¿qué pasa si nos comienza a cambiar la suerte
y, a pesar de nuestro buen comportamiento, nos va mal?
¿Por que a los malos les va
bien?
Es muy común escuchar preguntas como esa. ¿Por qué a los malos les
va bien? Y, como respuesta, pensamos en rebelarnos a los designios de Dios. Es
inconcebible que a quienes nos esforzamos por hacer la voluntad de Dios, se nos
vengan encima los problemas y a los que hace de su vida un desorden no. O, al
menos, eso aparentan.
Sin embargo, tendríamos que pensar con cabeza fría y analizar lo
que verdaderamente ocurre. Primero, recordemos que Dios quiere que todos se
salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2, 4). No quiere la muerte del pecador, sino
que se convierta y viva (Ez 33, 11).
El Señor nos ama como somos y no nos condena, nos da la
oportunidad de alcanzar la redención que nuestro Señor Jesucristo ganó para
todos con su muerte en la Cruz. Por eso, la vida que tenemos, es ese tiempo que
Dios nos regala para salvarnos.
El tiempo se acabará
Pero, cuidado. No somos eternos. Un día moriremos y se habrá
terminado el tiempo de gracia para salvarnos. Es ahí donde se revelará la
verdad al malvado y comprenderá que ya no podrá evadirse de su destino final. Recordemos
lo pasó al rico Epulón: vivió en la opulencia, ignorando al pobre Lázaro, y
cuando ambos murieron, el rico fue al castigo eterno y el pobre al seno de
Abraham (Lc 1, 19-31). Se terminó
el plazo.
Y de la misma manera, el que permanece fiel se purifica en la
prueba, que le ayudará a entrar sin mancha en el Cielo. Pasa como lo menciona
el libro del Eclesiástico:
«Hijo, si te
decides a servir al Señor, prepara tu alma para la prueba. Endereza tu corazón,
sé firme, y no te inquietes en el momento de la desgracia. Únete al Señor y no
te separes, para que al final de tus días seas enaltecido. Acepta de buen grado
todo lo que te suceda, y sé paciente en las vicisitudes de tu humillación.
Porque el oro se purifica en el fuego, y los que agradan a Dios, en el crisol
de la humillación. Confía en él, y él vendrá en tu ayuda, endereza tus caminos
y espera en él»
(Eclo 2, 1-6)
La lógica de Dios y la
nuestra no se parecen
Por eso, aunque parezca que a los malos les vaya bien, es
solamente que la infinita misericordia de Dios les está dando la oportunidad de
redimirse; pero en vida, no después.
Y a los que se portan bien, cuando les llega la prueba, será para
fortalecerlos, aumentar su fe y purificarlos, con la promesa de que ningún
sufrimiento en esta vida será inútil, si se ofrece a Dios y se une a la cruz de
Cristo.
Esa es la lógica de Dios, que en nada se parece a la nuestra, pero
que nos llevará a la gloria eterna, si somos fieles.