El Santo Padre exhorta a los fieles a emprender un camino de comunión, misericordia y cercanía durante la Cuaresma para romper las barreras del silencio y la indiferencia
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Existe un contraste entre casa y mercado, pues
son dos modos diferentes de presentarse ante el Señor. Con esta distinción el
Papa Francisco abrió su alocución previa al rezo mariano del Ángelus en la
Plaza de San Pedro este 3 de marzo, tercer domingo de Cuaresma. Comentando el
Evangelio del día (Jn 2, 13-25), el Pontífice aseguró que es una escena dura,
en la que Jesús expulsa a los mercaderes del templo.
El Santo Padre acotó que “en el templo
entendido como mercado, para estar bien con Dios bastaba comprar un
cordero, pagarlo y consumirlo en las brasas del altar. Comprar, pagar,
consumir, y después cada uno a su casa”.
En cambio, entendiéndolo como casa, sucede lo
contrario: “Se va para visitar al Señor, para estar unidos a Él y a los
hermanos, para compartir alegrías y dolores. Todavía más, en el mercado se
juega con el precio, en casa no se calcula; en el mercado se busca el propio
interés, en casa se da gratuitamente”.
El Papa observó que “Jesús es hoy duro porque
no acepta que el templo-mercado reemplace al templo-casa, que la
relación con Dios sea distante y comercial en vez de cercana y llena de
confianza, que los puestos de venta sustituyan a la mesa familiar, los precios
a los abrazos y las monedas a las caricias”. “Porque de ese modo, explicó, se
crea una barrera entre Dios y el hombre, y entre hermano y hermano, mientras
que Cristo vino a traer comunión, misericordia y cercanía”.
El Obispo de Roma subrayó que la invitación,
también para nuestro camino de Cuaresma, es hacer en nosotros y a nuestro
alrededor más casa y menos mercado, rezando, rezando mucho, como
hijos que, sin cansarse, llaman confiados a la puerta del Padre, no como
mercaderes avaros y desconfiados”.
“Y, después, difundiendo fraternidad. Hace
mucha falta”, prosiguió. El Pontífice animó a pensar “en el silencio incómodo,
aislador, a veces incluso hostil, que se encuentra en muchos lugares”.
Hacia el final de su alocución, el Pontífice
motivó a preguntarnos: “¿Cómo es mi oración? ¿Es un precio que hay que pagar o
es el momento del abandono confiado durante el que no miro el reloj? ¿Y cómo
son mis relaciones con los demás? ¿Sé dar sin esperar nada a cambio? ¿Sé dar el
primer paso para romper los muros del silencio y los vacíos de las
distancias?”. "Estas preguntas debemos hacérnoslas", puntualizó.
También invocó a la Santísima Virgen María,
para que “nos ayude a ‘hacer casa’ con Dios, entre nosotros y a nuestro
alrededor”.
Sebastián Sansón Ferrari – Ciudad del Vaticano
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