El Papa Francisco siguió el Vía Crucis desde la
Casa Santa Marta, unido a la oración de 25000 personas presentes en el Coliseo
de Roma: “Jesús, en la cruz tienes sed, es sed de mi amor y de mi oración”
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“Señor Jesús, al mirar tu cruz
comprendemos tu entrega total por nosotros. Te consagramos y ofrecemos este
tiempo. Queremos pasarlo junto a ti, que rezaste desde el Getsemaní hasta el
Calvario. En el Año de la oración nos unimos a tu camino orante”, fue la
oración del Vía Crucis en el Coliseo de Roma para introducir en la plegaria a
las más de veinticinco mil personas presentes.
El Papa Francisco, informó la Oficina de Prensa de la Santa Sede, seguía el Vía Crucis desde
Casa Santa Marta en el Vaticano: “Para preservar su salud de cara a la Vigilia
de mañana y la misa del Domingo de Resurrección, el Papa Francisco seguirá esta
tarde el Vía Crucis en el Coliseo desde la Casa Santa Marta”.
Las meditaciones escritas por el Santo Padre fueron leídas en
cada estación por una religiosa, un eremita, laicos, sacerdotes, migrantes,
personas con discapacidad, familias, catequistas, miembros de un grupo de
oración, una mujer dedicada a la pastoral sanitaria, y miembros de casa de
acogida y asistencia social.
Mientras la cruz que presidía el
Viacrucis recorría el Coliseo de Roma, las meditaciones ofrecían una súplica
por un mundo herido por la guerra, la indiferencia y el pecado:
“Jesús,
nosotros también cargamos nuestras cruces, a veces muy pesadas: una enfermedad,
un accidente, la muerte de un ser querido, una decepción amorosa, un hijo que
se perdió, la falta de trabajo, una herida interior que no cicatriza, el
fracaso de un proyecto, una esperanza más que se malogra... Jesús, ¿cómo rezar
ahí? ¿Cómo hacerlo cuando me siento aplastado por la vida, cuando un peso
oprime mi corazón, cuando estoy bajo presión y ya no tengo fuerzas para
reaccionar? Tu respuesta se encuentra en una invitación: «Vengan a mí todos los
que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré» (Mt 11,28)”
Y al meditar como Jesús fue clavado
en la cruz, el Papa Francisco en su meditación escribe: “Jesús, te perforan las
manos y los pies con clavos, lacerando tu carne, y justo ahora, mientras el
dolor físico se hace más insoportable, brota de tus labios la oración
imposible, perdonas al que te está hundiendo los clavos en las muñecas. Y no
sólo una vez, sino muchas veces, como recuerda el Evangelio, con ese verbo que
indica una acción repetida, decías ‘Padre, perdona’. Por eso,
contigo, Jesús, también yo puedo encontrar el valor de elegir el perdón que
libera el corazón y relanza la vida”.
Luego de muerte de Jesús en la
Cruz, el Papa Francisco también hizo presente en su meditación la perseverancia
de María que recibe en sus brazos a su Hijo muerto y destrozado: “María,
después de tu 'sí' el Verbo se hizo carne en tu seno; ahora yace en tu regazo
su carne torturada. Aquel niño que tuviste en tus brazos ahora es un cadáver
destrozado. Sin embargo, ahora, en el momento más doloroso, resplandece la
ofrenda de ti misma: una espada atraviesa tu alma y tu oración sigue siendo un
‘sí’ a Dios”.
Y final de la meditación, el Papa
invita a suplicar de manera personal al Señor, y pronunciando el nombre de
Jesús con las siguientes invocaciones:
Jesús, tu nombre salva, porque tú
eres nuestra salvación.
Jesús, tú eres mi vida y para no
perderme en el camino te necesito a ti, que perdonas y levantas, que sanas mi
corazón y das sentido a mi dolor.
Jesús, tú tomaste sobre ti mi
maldad, y desde la cruz no me señalas con el dedo, sino que me abrazas; tú,
manso y humilde de corazón, sáname de la amargura y del resentimiento, líbrame
del prejuicio y de la desconfianza.
Jesús, te contemplo en la cruz y
veo que se despliega ante mis ojos el amor, que da sentido a mi ser y es meta
de mi camino. Ayúdame a amar y a perdonar, a vencer la intolerancia y la
indiferencia, a no quejarme.
Jesús, en la cruz tienes sed, es
sed de mi amor y de mi oración; los necesitas para llevar a cabo tus planes de
bien y de paz.
Jesús, te doy gracias por los que
responden a tu invitación y tienen la perseverancia de rezar, la valentía de
creer y la constancia para seguir adelante a pesar de las dificultades.
Jesús, te encomiendo a los pastores
de tu pueblo santo: su oración sostiene el rebaño; que encuentren tiempo para
estar ante ti y que asemejen su corazón al tuyo.
Jesús, te bendigo por las
contemplativas y los contemplativos, cuya oración, oculta al mundo, es
agradable a ti. Protege a la Iglesia y a la humanidad.
Jesús, traigo ante ti las familias
y las personas que han rezado esta noche desde sus casas; a los ancianos,
especialmente a los que están solos; a los enfermos, gemas de la Iglesia que
unen sus sufrimientos a los tuyos.
Jesús, que esta oración de
intercesión abrace a los hermanos y hermanas de tantas partes del mundo que
sufren persecución a causa de tu nombre; a los que padecen la tragedia de la
guerra y a los que, sacando fuerzas de ti, cargan con pesadas cruces.
Jesús, por tu cruz has hecho de
todos nosotros una sola cosa: reúne en comunión a los creyentes, infúndenos
sentimientos fraternos y pacientes, ayúdanos a cooperar y a caminar juntos;
mantén a la Iglesia y al mundo en la paz.
Jesús, juez santo que me llamarás
por mi nombre, líbrame de juicios temerarios, chismes y palabras violentas y
ofensivas.
Jesús, que antes de morir dijiste
“todo se ha cumplido”. Yo, en mi miseria, no podré decirlo nunca. Pero confío
en ti, porque eres mi esperanza, la esperanza de la Iglesia y del mundo.
Jesús, una
palabra más quiero decirte y seguir repitiéndote: ¡Gracias! Gracias, Señor mío
y Dios mío.
Johan Pacheco - Ciudad del Vaticano
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