Montse Chicote pasó décadas compaginando el sufrimiento y el dolor con un intenso ateísmo, incapaz de vivir la enfermedad con esperanza. Solo tras una experiencia mística pudo hallar la fe que le llevaría a entregar su vida a Dios.
Dominio público |
Así
comienza a relatar Montserrat Ricote a Mater
Mundi lo que fue una
vida de enfermedad que, además, la pasó sin Dios por decisión propia. Al menos,
la mayor parte.
Nacida
en una familia cristiana y practicante de Móstoles (Madrid), se define desde bien pequeña
como la única atea de su
hogar. Tanto que cuando hizo la comunión "no creía en nada" y fue
"porque tenía que hacerla", mientras comenzaba a preguntarse
"para qué vivir".
Un rosario de operaciones, enfermedades
y dolor
Entre
otras afecciones, le diagnosticaron pies planos desde que cumplió un año, lo que la
obligó a usar dolorosas plantillas ortopédicas hasta los siete años.
A
las enfermedades "normales" de la infancia como la varicela le
acompañaron otras intervenciones urgentes, como fue a los 13 años a causa de
una comunicación interauricular. De
no operarse, podría fallecer con 40 años, según la explicación médica.
Tras un año de recuperación sin
poder salir a la calle, observaron que andaba torcida. Y llegó un nuevo
diagnóstico, una escoliosis
simple que se corregiría sin complicación con un alza en el pie… de no
haber sido porque la instalaron en el pie equivocado. De algo
"simple" pasó a algo bastante más complejo, con dolorosas pruebas en quirófano y
una nueva operación que la dejo en cama algo menos de dos meses,
encorsetada y olvidando a andar.
Como
auxiliar de enfermería, Montse estaba volcada en su profesión, que compaginaba
con "las típicas revisiones" asociadas a su historial… y a otros
nuevos diagnósticos. Así ocurrió con una sorpresiva lipotimia en pleno hospital que finalmente resultó ser
causada por un nuevo problema
cardíaco. En este caso, un bigeminismo.
"Yo
seguía preguntándome que para
qué tanto sufrir y mi hermana me insistía en que fuese a la Iglesia. 'No quiero curas en mi vida, no
los aguanto, me dan alergia, no creo ni creo que haya nada que me pueda
ayudar'", respondía ella.
Las
complicaciones continuaban, una tras otra. Al bigeminismo le siguieron unos
extraños pinchazos en las
piernas, asociados en esta ocasión a un problema en la columna.
Entonces,
en plena consulta, le informaron de que su vida laboral había concluido y que
tenían que ir por la opción del tribunal médico, bajo la disyuntiva de
"seguir trabajando en silla de ruedas" o "tener calidad de vida
sin trabajar".
Preparando el fin de su vida: "Dame
una señal"
Montse
comenzó a avisar a su familia. "Hasta aquí he llegado. No puedo seguir viviendo. No
aguanto más. Cualquier día me encontráis que no podéis hacer nada. Solo
quiero terminar mi dolor, y mi dolor es la vida que llevo", les decía.
Le
concedieron la incapacidad absoluta.
Y
eligió el 31 de mayo de 2016, como el
día que pondría fin a su vida.
Poco
antes, el 27 de mayo, recuerda salir de su casa, como una "muerta
viviente".
"Era
tal la rabia y el dolor que tenía dentro que, yendo por la calle, levanté el dedo y dije [a Dios]:
`Si es verdad que existes, dame una señal de que vale la pena seguir
viviendo, porque mejor que Tú nadie sabe lo que quiero hacer", recuerda.
"Paralizada" y escuchando la
voz de Dios
Siguió
andando, como si nada, hasta que unos metros después vio que no podía caminar.
Había quedado completamente paralizada.
Escuchó
una voz que le pedía ir a la Iglesia. La escucho hasta tres veces.
"Me
intenté mover y pensé que o me movía o me quedaba ahí todo el día. Venga,
vale", asintió, notando como sus piernas se soltaban y para dirigirse a la
iglesia sin sentir apenas el suelo bajo sus pies.
"A ver, ¿qué
quieres?", le espetó a Dios al llegar al templo.
En
su interior se libraba una pugna entre su acérrimo ateísmo y algo que no podía
explicar.
Un
sacerdote la miraba y sonreía con dulzura. Todo le invitaba a rezar. Se puso
"delante del Señor". "¿Qué te digo? si no te conozco. No sé rezar. Solo puedo pedirte,
si es verdad que existes, que me ayudes".
La
incomprensión de Montse aumentaba por segundos. A la amabilidad del sacerdote,
ella respondía con comentarios groseros, le decía que le aburría ir a misa y
que no le debía ningún respeto, pero él solo le invitaba a seguir hablando en
su despacho.
"¿Qué
es lo que te atormenta?", le preguntó el sacerdote. Ella fue sincera y
confesó que pretendía quitarse la vida. Lo que no esperaba fue la respuesta: "Mientras yo esté aquí no voy a
consentir que te vayas de este mundo".
Comenzó
así una larga conversación de más de una hora en la que se abrió por completo
al sacerdote y a sus mensajes.
"El
Señor llevó su cruz por nosotros y tú tienes que llevar la tuya", le dijo.
Aquel mensaje le hizo reaccionar, hasta el punto de que, concluida la
conversación salió de la Iglesia, extendió los brazos y dijo en oración: "Haz conmigo lo que quieras. Soy
tuya".
"Enamorada del Dios al que había
escupido"
Llegó
a su casa sin saber cómo le iba a decir a su familia que se había "enamorado" del Dios "del
que había renegado y al que había escupido y nunca había
querido".
Fue
el primer día de un sinfín de conversaciones con el sacerdote. También de
su camino de fe, que comenzó en un curso básico de Teología y que le llevó a un Cursillo de Cristiandad y,
después, a su confirmación.
En
el cursillo, dice, "empezó a nacer el deseo de seguir al Señor no como
laica sino como virgen consagrada", pero no se confirmó hasta que acudió a
una misa crismal.
"No me lo puedo creer pero ahí
dije: Quiero seguirte´", recuerda.
Los
problemas no acabaron. Primero tuvo una neumonía unilateral y a finales de 2019
vio como se le cerraba el canal
de la médula, con altas posibilidades de quedar en silla de ruedas de por
vida si no se operaba nuevamente.
Pero
esta vez, Montse sabía que no estaba sola, que Dios la acompañaba.
"Eras Tú el que iba a entrar
conmigo al quirófano, el que me iba a operar", rezaba. La operación no
tuvo contratiempos y conforme se recuperaba ampliaba su formación relativa a la
consagración, para la que ya había fecha: el 27 de mayo de 2022.
"La mejor suegra del mundo"
Hoy,
como virgen consagrada, esposa de Cristo y conversa tras una vida de
dolor, sufrimiento y ateísmo, aún se sorprende al afirmar que tiene a "la mejor suegra del mundo",
en referencia a la Virgen María, o al "marido más maravilloso".
Quienes
la conocen no dan crédito. "Lo que has sido y lo que eres… estás
loca", le dicen.
Ella
sabe que la consagración es "la mejor decisión" que ha podido
tomar.
"Llevo
la alianza con la palabra Cristo dentro, me une con fuerza a Él. Después
de haber renegado tanto, si esto de verdad sirve para ayudar a más gente, bendito sea, Señor, lo que me has
mandado", concluye.
J. M. C.
Fuente: ReL