EL PAPA REZA ANTE LA INMACULADA POR LA PAZ Y RECUERDA QUE EL MAL NO TIENE LA ÚLTIMA PALABRA

A pesar de que todavía presenta algunos síntomas de una gripe que le provoca dificultades respiratorias, el Papa Francisco no ha faltado, a pesar del frío, a su tradicional cita con la Inmaculada Concepción en Roma.

Acto de veneración a la Inmaculada Concepción este 8 de diciembre.
Crédito: Daniel Ibáñez. Dominio público
Es uno de los acontecimientos más emotivos del año. Cada 8 de diciembre, desde primera hora de la mañana, los bomberos de Roma engalanan con una corona de flores a la Virgen Inmaculada de la Plaza de España, situada en la cima de una gran columna de mármol que honra al dogma proclamado por el Papa Pío IX en 1854 con Ineffabilis Deus.

El Santo Padre ha llegado hasta los pies de esta bella estatua situada frente a la embajada de España ante la Santa Sede a las 4:00 horas (hora de Roma), después de haber hecho entrega de la Rosa de Oro a la Virgen Populi Romani de la Basílica Santa María Mayor, por la que el Pontífice siente una especial devoción.

El protagonista del acto de veneración a la Inmaculada Concepción ha sido, de nuevo, el anhelo de paz en el mundo, un pedido que el Pontífice ya hizo a la Virgen el año pasado, cuando tuvo que interrumpir su oración debido a las lágrimas que recorrieron su rostro al recordar el sufrimiento del pueblo ucraniano.

Este año, la guerra en Ucrania se ha recrudecido y un nuevo conflicto azota Tierra Santa. Por ello, el ruego del Santo Padre a la Virgen María —con “el corazón dividido entre la esperanza y la angustia”—,  no podía ser otro: que se silencien las armas y cese el fuego.

En su oración, leída a baja voz, el Papa Francisco ha agradecido a la Virgen por vigilar y cuidar “en silencio” de todos los que la necesitan. 

El Santo Padre también ha señalado que “el mal no tiene ni la primera ni la última palabra” y que “nuestro destino no es la muerte, sino la vida”.

De una manera especial ha pedido por las madres que sufren por sus hijos y también por las mujeres víctimas de la violencia. 

Asimismo, ha rogado a la Inmaculada mirar “al pueblo atormentado de Ucrania, al pueblo palestino y al pueblo israelí, sumidos de nuevo en la espiral de la violencia”.

Tras la oración, el Papa Francisco se dirigió a saludar a los periodistas, a quienes también animó a rezar por la paz. 

A continuación, la oración que el Papa Francisco rezó en esta Solemnidad de la Inmaculada Concepción:

¡Virgen Inmaculada!

Venimos a ti con el corazón dividido entre la esperanza y la angustia.

Te necesitamos, Madre nuestra.

Pero ante todo queremos darte las gracias

porque en silencio, como es tu estilo, vigilas esta ciudad

que hoy te envuelve en flores para expresarte su amor.

En silencio, día y noche, velas por nosotros:

sobre las familias, con sus alegrías y preocupaciones -lo sabes bien-;

sobre los lugares de estudio y de trabajo; sobre las instituciones y los cargos públicos;

sobre los hospitales y las residencias de ancianos; sobre las cárceles; sobre los que viven en la calle; en las parroquias y en todas las comunidades de la Iglesia de Roma.

Gracias por tu presencia discreta y constante,

que nos da consuelo y esperanza.

Te necesitamos, Madre,

porque tú eres la Inmaculada Concepción.

Tu persona, el hecho mismo de que existas

nos recuerda que el mal no tiene ni la primera ni la última palabra;

que nuestro destino no es la muerte, sino la vida,

no es el odio sino la fraternidad, no es el conflicto sino la armonía,

no es la guerra, sino la paz.

Mirándote, nos sentimos confirmados en esta fe

que los acontecimientos a veces ponen a prueba.

Y tú, Madre, vuelve tus ojos de misericordia

sobre todos los pueblos oprimidos por la injusticia y la pobreza,

probados por la guerra: Madre, mira al pueblo atormentado de Ucrania,

al pueblo palestino y al pueblo israelí,

sumidos de nuevo en la espiral de la violencia.

Hoy, Madre Santa, traemos aquí, bajo tu mirada

a tantas madres que, como tú, están doloridas.

Madres que lloran a sus hijos asesinados por la guerra y el terrorismo.

Las madres que los ven partir en viajes de desesperada esperanza.

Y también las madres que intentan desatarlos de las ataduras de la adicción,

y las que los velan durante una larga y dura enfermedad.

Hoy, María, te necesitamos como mujer,

para confiarte a todas las mujeres que han sufrido violencia

y a las que aún son víctimas de ella,

en esta ciudad, en Italia y en todas las partes del mundo.

Tú las conoces una a una, conoces sus rostros.

Seca, te rogamos, sus lágrimas y las de sus seres queridos.

Y ayúdanos a hacer un camino de educación y purificación,

reconociendo y contrarrestando la violencia que acecha

en nuestros corazones y mentes

y pidiendo a Dios que nos libre de ella.

Muéstranos de nuevo, oh Madre, el camino de la conversión,

porque no hay paz sin perdón

y no hay perdón sin arrepentimiento.

El mundo cambia si cambian los corazones;

y cada uno debe decir: empieza por el mío.

Pero sólo Dios puede cambiar el corazón humano

con su gracia: la gracia en la que tú, María,

estás inmersa desde el primer momento.

La gracia de Jesucristo, nuestro Señor,

a quien engendraste en la carne,

que murió y resucitó por nosotros, y que tú siempre nos señalas.

Él es la salvación, para todo hombre y para el mundo.

¡Ven, Señor Jesús!

Venga a nosotros tu reino de amor, de justicia y de paz.

Amén.

Por Almudena Martínez-Bordiú