Por el pecado original, el ser humano tiende al mal, pero la gracia que Dios dispensa al que se reconoce pecador siempre lo ayudará para superar sus fallas y defectos
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Sin embargo, tenemos la esperanza de que Él
tendrá misericordia de nosotros, simplemente por el infinito amor que nos
profesa, y estamos seguros de que no quiere nuestra condenación, por el
contrario, nos ha dejado todos los medios necesarios para alcanzar la santidad,
los cuales tenemos a mano y se llaman sacramentos, especialmente el de la Reconciliación y
el de la Eucaristía.
Dos
extremos: desesperanza y abuso de confianza
Lo que es cierto es que no debemos caer en
los extremos: ni desesperar, pensando que somos tan pecadores que Dios no podrá
perdonarnos, ni en el exceso de confianza, creyendo que podemos hacer lo que
nos plazca, porque finalmente Dios no permitirá que nos condenemos.
Por eso, es importante estar siempre dispuestos a buscar la manera de superar nuestros defectos e ir poco a poco deshaciéndonos de nuestros pecados, algunos habituales o tan apegados a nuestra rutina que creemos falsamente que son parte de nuestra personalidad.
Desesperarnos es una trampa del demonio
El primer caso es usual entre los que se
convierten pero no tienen formación en la fe. Es posible que hayan tenido un
primer encuentro con Jesús y se sientan tan indignos de Él que les cueste
aceptar la enormidad del efecto que tiene el sacramento de la reconciliación en el
pecador arrepentido. Por eso es indispensable estudiar el Catecismo de la
Iglesia Católica, acudir a Misa todos los domingos e incluso entre semana, ver
programas edificantes en televisión o redes sociales, frecuentar algún grupo de
estudio y orar intensamente en casa y frente al Santísimo Sacramento para
fortalecerse; además de confesarse con frecuencia, para alejar de sí los
embates del demonio.
La
presunción nos aleja de Dios
El
segundo caso es quizá más peligroso que el primero, pues la persona cae en el
extremo de creer que, haga lo que haga, Dios tiene la obligación de salvarlo a
pesar de él mismo, como si Dios pudiera forzarnos a hacer algo que no queremos,
aunque se trate de un beneficio para nuestra alma. Está muy equivocado quien
pretende salvarse sin esfuerzo, por eso la santidad estriba en amar a Dios
sobre todas las cosas, deseando parecernos a Cristo cada vez más, y amar al
prójimo como a nosotros mismos, que es donde todo se descompone, ya lo advirtió
el Señor:
«Amen a sus enemigos, hagan el bien y
presten sin esperar nada en cambio. Entonces la recompensa de ustedes será
grande y serán hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los desagradecidos y
los malos» (Jn
6, 35).
Cada día es
una oportunidad de mejorar
En conclusión, podemos decir que
todos estamos en el camino de la perfección, unos adelante, otros más quedados,
pero nuestra intención debe ser en todo momento alcanzar el cielo y procurar
utilizar los medios que Dios nos ha dado. Si nuestro Señor no quisiera nuestra
salvación, nada podríamos hacer para lograrla, pero Él nos quiere a su lado,
ahora falta que seamos nosotros lo que nos esmeremos en aprovechar sus gracias
y mejorar nuestra vida.
Que Dios nos ayude a perseverar,
siempre de la mano de María Santísima.
Mónica Muñoz
Fuente: Aleteia