Si Jesús hubiera escuchado a la mujer cananea a la primera petición, sólo habría conseguido la liberación de la hija. Habría pasado la vida con menos problemas.
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Jesús y la mujer cananea', miniatura de Jean Colombe (1430-1493). Dominio público |
Desde aquel instante, constata el
Evangelio, su hija quedó curada. Pero, ¿qué le sucedió durante su encuentro con
Jesús? Un milagro mucho
más grande que el de la curación de la hija. Aquella mujer se convirtió en
una "creyente", una de las primeras creyentes procedentes del
paganismo. Una pionera de la fe cristiana. Nuestra predecesora.
¡Cuánto nos enseña esta sencilla historia evangélica! Una de las causas más
profundas de sufrimiento para un creyente son las oraciones no escuchadas. Hemos rezado por algo durante
semanas, meses y quizá años. Pero nada. Dios parecía sordo. La mujer cananea se
presenta siempre como maestra
de perseverancia y oración.
Quien observara el comportamiento y las palabras que Jesús dirigió a aquella
pobre mujer que sufría, podía pensar que se trataba de insensibilidad y dureza
de corazón. ¿Cómo se puede tratar así a una madre afligida? Pero ahora sabemos
lo que había en el corazón de Jesús y que le hacía actuar así. Sufría al
presentar sus rechazos, trepidaba ante el riesgo de que ella se cansara y
desistiera. Sabía que la cuerda, si se estira demasiado, puede romperse. De
hecho, para Dios también existe la incógnita de la libertad humana, que hace
nacer en Él la esperanza. Jesús esperó, por eso, al final, manifiesta tanta
alegría. Es como si
hubiera vencido junto a la otra persona.
Dios, por tanto, escucha incluso cuando... no escucha. En Él, la falta de
escucha es ya una manera de atender. Retrasando su escucha, Dios hace que nuestro deseo crezca, que
el objeto de nuestra oración se eleve; que de lo material pasemos a lo
espiritual, de lo temporal a lo eterno, de los pequeño a lo grande. De este
modo, puede darnos mucho más de lo que le habíamos pedido en un primer momento.
Con frecuencia, cuando nos ponemos en oración, nos parecemos a ese campesino
del que habla un antiguo autor espiritual. Ha recibido la noticia de que será
recibido en persona por el rey. Es la oportunidad de su vida: podrá presentarle
con sus mismas palabras su petición, pedirle lo que quiere, seguro de que le
será concedido. Llega el día, y el buen hombre, emocionadísimo, llega ante la
presencia del rey y, ¿qué le pide? ¡Un quintal de estiércol para sus campos!
Era lo máximo en que había logrado pensar. A veces nosotros nos comportamos con
Dios de la misma manera. Lo
que le pedimos comparado a lo que podríamos pedirle no es más que un
quintal de estiércol, nimiedades
que sirven de muy poco, es más, que a veces incluso pueden volverse contra
nosotros.
San Agustín era un
gran admirador de la cananea. Aquella mujer le recordaba a su madre, Mónica. También ella había
seguido al Señor durante años, pidiéndole la conversión de su hijo. No se había
desalentado por ningún rechazo. Había seguido al hijo hasta Italia, hasta
Milán, hasta que vio que regresaba al Señor. En uno de sus discursos, recuerda
las palabras de Cristo: "Pedid y se os dará; buscad y encontraréis; tocad
y se os abrirá", y termina diciendo: "Así hizo la cananea: pidió,
buscó, tocó a la puerta y recibió". Hagamos nosotros también lo mismo y
también se nos abrirá.
Tomado de Homilética.
Por
Raniero Cantalamessa
Fuente:
ReL