Dos décadas después de su conversión, el padre Low regresó a su «alma mater» para llevar la fe
Corwin Low, "el cura de Silicon Valley" (Foto: SENT Ventures) Dominio público |
En Religión en Libertad hemos
hablado de varios casos, y a
Corwin Low también le llegó ese momento en plena cima del éxito.
Educado en una familia presbiteriana que observaba el culto dominical
sin excepción, los padres de Corwin siempre se preocuparon de que él y sus tres
hermanos recibiesen una educación profesional y religiosa sin fisuras y que no
les faltase de nada. Cuenta a National Catholic Register que nunca le
cupo duda de que recibiría
una formación para alcanzar el éxito, pero conforme progresaba en sus
estudios de ingeniería eléctrica e informática terminó por abandonar la práctica religiosa.
Su vida laboral comenzó y se desarrolló según
lo previsto. Con un Internet joven pero por la década de los 90 ya más que
incipiente, Low trabajó dos años para IBM en Florida, luego en Seattle para Paul Allen, fundador de Microsoft con Bill Gates y, tras un
espacio de tiempo como ingeniero de infraestructuras de redes, volvió con
Allen, donde contribuyó a
crear el Internet como hoy se conoce en lugares tan icónicos como
Hawái, Los Ángeles, Londres o Seattle.
Pronto se decidió por dar el salto a fundar su
propia compañía y aprovechar el impulso cada vez mayor de Internet.
Best Seller: un libro
de Windows 95 que se sigue vendiendo en 2023
Contrató a un socio para desarrollar su nuevo
proyecto y en ese momento le pidieron colaborar en un libro pionero en torno a las
dificultades y retos de la web, Internet Starter Kit for Windows 95. Hoy
podría parecer antediluviano, pero en 1995 fue toda una revolución y sus ventas se contaron por cientos de
miles: treinta años después se sigue vendiendo en Amazon.
Con las ganancias obtenidas fundaron nuevos
proyectos informáticos y el éxito llegó al punto de que recibieron ofertas de
compañías de la lista Fortune
500, el equivalente a la lista Forbes pero aplicada a empresas.
Low se había convertido en un "adicto al
trabajo" y considerar la fe no era desde luego una prioridad. "Podía hacer todo lo que quisiera, ir
donde quisiera, fijar mi horario… entonces surgieron las preguntas
importantes: ¿Por qué no
era feliz? ¿De qué se trataba esta vida? Lo tengo todo, ¿y ahora qué?
¿Sigo ganando más dinero del que quiero o necesito?", pensaba.
Pero él sabía que "más dinero" no iba a hacerle más
feliz de lo que ya era: "Estaba atascado".
Un crucifijo, la clave
del camino a Roma
Entonces era 1994. Aquel año conoció en persona
a su abogado de la compañía y al entrar en su oficina vio algo que no esperaba, un crucifijo y un tríptico.
"¿Qué es esto?", preguntó. La respuesta de su abogado le llevo a
repensar sus orígenes religiosos: "Es un recordatorio diario y constante
de que Dios está al cargo".
Durante los siguientes cinco años, Low
profundizó en la amistad con su abogado y su familia y comprendió que el trabajo era importante para
él, pero había dos cosas que lo eran mucho más, su fe y su familia.
"Vi que funcionaba bien su vida, le daba
una verdadera paz y satisfacción que trascendía los altibajos de la semana
laboral y en el fondo de mi corazón sabía que yo también quería eso", confiesa.
De estar "atascado", la amistad con
su abogado y su familia y ser consciente de la felicidad que tenían le llevaron
a tomar la resolución de poner un freno a su vida frenética y darle un sentido.
Lo que empezó como tres meses sabáticos en Roma acabaron convertidos en 13 meses "llenos de milagros" y gracia. Y
entonces conoció a los dominicos.
"Fue por casualidad. Providencia en
realidad. Empecé a ir a la
oración de la mañana y la misa y aunque no recibía la comunión me
intrigaba esa oración comunitaria. La hice parte de mi", explica.
De "señor
Corwin" a "el padre Low"
Finalmente dio el paso, pidió formación
religiosa a dos sacerdotes estadounidenses de Roma y un año después, en 2001, fue recibido en la
Iglesia dominica Santa Sabina, en Roma, en lo que recuerda como
"uno de los días más felices" de su vida.
Ahora Low era católico y aunque no sabía cómo
se plasmaría en su vida, sabía que tendría una gran repercusión: "Estaba
claro que si tenías fe en Silicon
Valley, tenías una vida en casa y otra en el trabajo y que la religión
era solo una barrera".
La primera decisión que tomó fue vender
su compañía, discernir… e ingresar a los dominicos con 42 años. Catorce después
de su ingreso en los dominicos, ya no quedaba prácticamente nada del antiguo
Corwin: ahora, tras su entrada
al seminario y ordenación, era el "padre" Low.
Vanguardia
evangelizadora de Silicon Valley
Pero ya como sacerdote, siempre tuvo el
presentimiento de que su
"carrera" en las grandes tecnológicas no había terminado. Solo
cambiado. Si alguien sabía que los empleados de esas compañía "necesitaban
mucha más ayuda de la que se les estaba dando" era él, pero veía como la
Iglesia no disponía de buenas herramientas para hacerlo.
Fue así como se ofreció a sus superiores para llevar el Evangelio al mundo de
los negocios y la tecnología. Pasaban los años sin respuesta y aunque
Low no renunció a ese sueño, le sorprendió cuando recibió una llamada de su
superior: "Es hora de que
regreses a la industria tecnológica".
Low no podía creerlo. Era consciente de la
pérdida de influencia y fieles en la Iglesia, de que "había que hacer algo
al respecto" y "cambiar los esfuerzos evangelizadores", pero no
que él sería la primera
línea de evangelización en las grandes tecnológicas.
Lo cierto es que no había muchos como él para
cumplir la misión. Él tenía los conocimientos empresariales, también los académicos, experiencia en el ámbito
comercial, directivo y
de inversión… No había otro como Low que pudiese hablar aquel
"idioma". "Entiendo sus preocupaciones y por mi conversión era
la prueba viviente de que existe
un camino a la felicidad que no se puede alcanzar con bienes
materiales", comenta.
Una guía para llevar la
fe a la empresa
Conforme se preparaba, Low comprendió que las
últimas dos generaciones no
es que rechacen la fe, sino que directamente no la conocen en
absoluto. No se trataba de convencer de las verdades de la fe… sino de
descubrirlas.
Por eso, la primera medida evangelizadora que
toma al llegar a una empresa -y dice que muchos pueden aplicar casi todas las
que propone- es allanar el camino. Low sabe mejor que nadie que los empleados
de estas empresas "también necesitan a Cristo", pero "deben estar listos para
recibirle", por eso la "paciencia, la gracia y la caridad" son cruciales.
Su objetivo inicial es "que nuestro
trabajo lleve a las personas a decir `cuéntame más´ y ahí comenzar a
desarrollar la fe de forma más específica". Es decir, lo mismo que hizo su
abogado con él.
Después, considera fundamental que en el empleo se expongan los símbolos de fe.
En su caso, su hábito dominico le acompaña allá donde vaya.
El hábito, algo
"contracultural"
"Te sorprendería la cantidad de veces que
la gente ha preguntado por ello solo por curiosidad. No tienen las barreras de
las generaciones anteriores…Si los piercings y
tatuajes son habituales, mi
hábito es como una insignia de honor, es contracultural y eso resuena en
el entorno tecnológico", admite.
¿Y qué hay de quien no sea religioso y sin
hábito? Hoy, a sus 56 años, Low considera que evangelizar el entorno laboral no
es solo "cosa de curas", sino que todos pueden hacerlo.
Lo que para él es el hábito, para los empleados
debe ser el crucifijo en el cuello o las imágenes religiosas en el lugar de
trabajo.
"Si los católicos no podemos decir que lo somos, no estamos
haciendo ningún servicio a la fe ni siendo auténticos con nuestros
compañeros", explica. Y lo mismo ocurre con los sacramentales. "Todo eso conduce frecuentemente a nuevas conversaciones y relaciones que
de otra manera probablemente no existirían y que necesitamos desesperadamente
no solo en la sociedad, sino en el lugar de trabajo, donde podemos pasar entre
ocho y diez horas al día. Nadie
quiere estar aislado. Después de todo, Dios nos creó para amar", concluye.
J. M. C.
Fuente: ReL